El afrontamiento describe los cambios comportamentales producidos por las emociones y que hacen que las personas se preparen para la acción. De hecho, muchos psicólogos consideran que el afrontamiento se constituye como un conjunto de esfuerzos cognitivos y conductuales, que están en un constante cambio para adaptarse a las condiciones desencadenantes, y que se desarrollan para manejar las demandas, tanto internas como externas, que son valoradas como excedentes o desbordantes para los recursos de la persona. El afrontamiento es, por tanto, un proceso psicológico que se pone en marcha cuando en el entorno se producen cambios no deseados que generan estrés, o cuando las consecuencias de estos sucesos no son las deseables.
El aprendizaje y la cultura filtran decisivamente también los procesos de afrontamiento, de tal modo que las formas primitivas y básicas de afrontamiento propias de las emociones básicas se transforman habitualmente a formas de afrontamiento extendido, más cercano a la resolución de problemas que a los patrones automáticos de conducta. Estas formas de afrontamiento extendido tienden a sobregeneralizarse, puesto que todo afrontamiento que ha sido utilizado con éxito en la resolución de una situación emocional, tiende a ser utilizado persistentemente tras desaparecer el problema que originó su movilización e incluso, en ocasiones, se mantiene y ejecuta ante nuevas situaciones en las que no es funcional su utilización. De forma equivalente, si una forma de afrontamiento fracasa, la sobregeneralización puede acarrear su abandono, incluso ante situaciones frente a las que sí sería funcional y pertinente su uso, pudiendo llegar incluso a generar situaciones de indefensión.
La tendencia a la sobregeneralización facilita el desarrollo de los denominados estilos de afrontamiento, que son formas personales propias y características de afrontamiento que cada sujeto ejerce preferentemente para responder ante las emociones.
Son varias las dimensiones a lo largo de las cuales se desarrollan estas formas de afrontamiento extendido. Atendiendo, en primer lugar, al método utilizado en el afrontamiento, distinguimos entre el afrontamiento activo que moviliza esfuerzos para la solución de la situación, del afrontamiento pasivo en el que se inhibe toda actuación. Atendiendo a la focalización del afrontamiento, se distingue entre el afrontamiento dirigido al problema, en el que se intentan controlar las condiciones responsables del problema, del afrontamiento dirigido a la respuesta emocional, en el que se pretende controlar la propia respuesta emocional observable. Por su parte, atendiendo al tipo de actividad movilizada en el afrontamiento, se distingue entre formas de actividad cognitiva o actividad conductual. Finalmente, otra dimensión recoge los esfuerzos encaminados a la evaluación situacional inicial, que focalizan el esfuerzo en obtener más información para analizar con más profundidad la situación.
Con respecto al afrontamiento de las principales emociones, en el caso del miedo, la principal preparación para la acción de la respuesta emocional de miedo es la facilitación de respuestas de escape o evitación ante situaciones peligrosas. De hecho si la huida no es posible o no es deseada, el miedo también motiva a afrontar los peligros. En cualquier caso, el miedo constituye una respuesta funcional que intenta fomentar la protección de las personas. Por otra parte, el afrontamiento de la ira cumple una variedad de funciones adaptativas, incluyendo la organización y regulación de procesos internos, psicológicos y fisiológicos, relacionados con la autodefensa, así como la regulación de conductas sociales e interpersonales. La principal preparación para la acción es un impulso para atacar, con la finalidad de eliminar los obstáculos que impiden la consecución de los objetivos deseados y que generan frustración. Por último y con respecto a la tristeza, la mayor parte de los trabajos sobre las consecuencias de la tristeza parecen indicar que ésta reduce la actividad de la persona por focalizarla hacia uno mismo, previniendo traumas y facilitando la recuperación de energía. Además, también se ha considerado que la tristeza cumple funciones de cohesión con otras personas, ya que permite tanto comunicar el bajo estado anímico como solicitar la ayuda de los demás.