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Agresión y violencia en la sociedad

Posted on 05/09/2012 por clicpsicologos
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La agresión puede ser definida como cualquier forma de conducta dirigida a dañar o perjudicar a otro ser vivo. A partir de esta definición, que incluye una amplia variedad de comportamientos interpersonales, grupales y sociales, se puede diferenciar entre dos tipos de conducta agresiva:

  • La agresión afectiva, que se refiere a la agresión cometida con el fin último de causar un daño.
  • La agresión instrumental, en la que la conducta agresiva supone un medio para obtener una meta u objetivo, siendo el daño un aspecto secundario de la finalidad.

Teniendo en cuenta la clasificación anterior, se puede afirmar que en la vida cotidiana, lo más frecuente es que se produzca una convergencia entre ambas motivaciones, ya que se agrede tanto por el deseo de hacer daño como por la expectativa de que este comportamiento permitirá lograr algún resultado o ventaja.

La violencia y la agresión son fenómenos que tradicionalmente han interesado a los psicólogos y a los científicos sociales de diferentes ámbitos. En este sentido, el interés en analizar estas variables se ha ido renovando permanentemente, a medida que a lo largo de los años, o al comparar sociedades coetáneas, se detectan diferencias en el predominio de unas formas de agresión u otras.

A lo largo de las últimas décadas el estudio de la agresión está marcado por un profundo interés en transformar la sociedad, de tal forma que contribuya al desarrollo  de una cultura de la paz en la que la justicia, la igualdad y la ausencia de humillación prevalezcan sobre otras formas de cultura que pueden fomentar la agresividad. Desde estas perspectivas no se plantea tanto la extinción de los comportamientos agresivos como la creación de una sociedad que aliente comportamientos alternativos.

La conducta agresiva en determinadas circunstancias es adaptativa y, en cualquier caso, constituye un elemento normal del repertorio de conductas del ser humano. Por tanto la conducta agresiva no necesariamente supone una manifestación de anomalías. De hecho, este tipo de conductas están muy influidas por dos factores inherentes a cualquier sociedad. Por un lado se considera que las conductas agresivas son susceptibles de adquirirse y mantenerse a través del aprendizaje social. Por otro lado, se ha demostrado que la cultura regula el uso de la agresión a través de las normas sociales, lo que explica las grandes diferencias que existen entre las distintas culturas en las tendencias a manifestar agresión en la propia sociedad y en sus relaciones con otras sociedades y culturas.

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Motivación de Poder

Posted on 04/07/2012 por clicpsicologos
6

La definición que los psicólogos han proporcionado con respecto al motivo de poder resulta bastante ambigua. De este modo, Winter y Stewart conceptuaron la necesidad de poder como una tendencia estable para tener impacto, control e influencia sobre los demás. El impacto permite iniciar y establecer el poder, mientras que el control ayuda a mantenerlo y la influencia permite extender o recuperar el poder. Las personas con afán de poder elevado se suelen definir como individuos que disfrutan mandando, usando la autoridad, asumiendo responsabilidades y desempeñando funciones que les otorguen prestigio ante los demás. Todas estas definiciones comparten en común la idea de ejercer influjo sobre otras personas, grupos o poblaciones. No obstante, la variabilidad puede ser enorme cuando se trata de concretar el concepto de influencia, ya que en unos casos se interpreta como dominio, control o persuasión; en otros se concibe como guía o consejo y finalmente en otros la influencia puede significar contribución al beneficio ajeno.

McClelland diferenció dos modalidades distintas de expresión del poder, de índole personal y social respectivamente. El poder personal se caracteriza por el deseo de dominio sobre los demás y se relaciona estrechamente con la competitividad y la agresión. El poder social, por el contrario, es una motivación más elaborada que tiene por objeto contribuir al beneficio de los demás. Por tanto, la finalidad última de estas dos modalidades de poder se muestra bien distinta.

La investigación psicológica se ha centrado en el análisis empírico del poder personal, más que del poder social. De hecho, algunos psicólogos indagaron la relación existente entre deseo de poder y agresividad, evidenciando cómo las personas, tanto hombres como mujeres, con alta motivación de poder manifiestan más impulsos violentos. Es interesante destacar que, de acuerdo con los resultados obtenidos, el motivo de poder no se vincula tanto con los comportamientos agresivos como los deseos de agresividad, frecuentemente contenidos.

Teniendo en cuenta que la sociedad controla e inhibe, a menudo, los actos abiertos de agresividad, se puede interpretar que las manifestaciones agresivas del motivo de poder se expresan a través de impulsos agresivos. Por tanto, es frecuente que, cuando se prescinde de las inhibiciones sociales impuestas (por ejemplo consumiendo alcohol), los individuos con deseo de poder exhiban conductas agresivas. Las inhibiciones sociales contra los comportamientos agresivos quedan disminuidas igualmente por efecto del estrés y de los acontecimientos vitales negativos.

Por otra parte, el motivo de poder también se ha relacionado con la búsqueda y el ejercicio de puestos de responsabilidad en organizaciones voluntarias e instituciones. En este sentido, Winter llevó a cabo un estudio sobre profesiones dominantes entre personas con alta necesidad de poder, encontrando cierta correlación positiva entre motivación de poder y determinadas profesiones tales como entrenadores, profesores, periodistas y políticos entre otros. El estudio concluyó que todas estas carreras compartían la posibilidad de influir sobre la conducta de los demás, teniendo legitimidad para otorgar recompensas y castigos.

En efecto, el ejercicio del poder depende, además de la potencial tendencia motivacional, de la posibilidad de acceso a ciertos tipos de recursos, como por ejemplo la distribución de recompensas y castigos. Otros factores, tales como la consideración social de experto o la posición y estatus profesional desempeñados influyen directamente sobre la legitimación de la autoridad y, por ende, sobre el ejercicio del poder. La importancia de las variables situacionales ha sido reivindicada desde diversas ramas de la priscología, tales como la psicología social y la psicología de las organizaciones.

Por último destacar una frase que dejó como legado una persona acostumbrada a ejercer el poder, como John Fitzgerald Kennedy, que se refirió de la siguiente manera a los riesgos que implica el poder:

“Aquellos que locamente buscan el poder cabalgando a lomos de un tigre, suelen acabar dentro de él”.

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La violencia en los medios de comunicación

Posted on 07/06/2012 por clicpsicologos
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Un aspecto que ha generado mucho interés entre los psicólogos durante las últimas décadas, tiene que ver con la influencia de los medios de comunicación en la conducta humana. De hecho los medios de comunicación cumplen diferentes funciones sociales, entre las que destaca la función socializadora. Con respecto a la agresividad, esta función se cumple al transmitir, mediante la presentación de una variedad de episodios de violencia, las normas, valores y actitudes que regulan el comportamiento violento. Además a través de ejemplos de ficción y realidad, los medios de comunicación ofrecen un amplio repertorio conductual de las personas.

Los estudios realizados desde la Teoría del Aprendizaje Social han sugerido, además, que la visión de violencia en los medios de comunicación tiene dos efectos colaterales:

  • Reduce la reacción de los observadores ante el sufrimiento de las víctimas.
  • Reduce la sensibilidad de los observadores hacia los actos violentos.

 El modelado, la imitación, el aprendizaje operante y, en definitiva, aquellos mecanismos que subyacen en el aprendizaje vicario son centrales en la capacidad de los medios para transmitir pautas de conducta agresiva y difundir un valor y un significado socialmente aceptado de la violencia.

La violencia que se presenta en los medios es más influyente en función de diversas condiciones de los protagonistas agresivos y de las consecuencias de la acción, considerándose, además, que los niños son especialmente vulnerables a la visión de la violencia.

Los estudios de laboratorio han confirmado que la televisión y las películas violentas afectan a las conductas agresivas a corto plazo. Por otro lado, Huesmann y sus colaboradores realizaron un estudio longitudinal para comprobar si los efectos de la exposición a conductas violentas en los medios de comunicación, persiste a largo plazo. Para realizar dicho estudio seleccionaron una muestra de niños de entre 6 y 10 años, que fueron expuestos en diversos grados de intensidad a conductas violentas en la televisión. A este grupo de niños se les realizó un seguimiento durante 15 años y los resultados obtenidos no dejaron lugar a dudas, ya que el 70% de los sujetos que fueron intensos espectadores infantiles de violencia informaron de haber golpeado a alguien. Además, el 42% habían cometido actos violentos y delictivos, frente al 22% de los agresores adultos que no fueron expuestos a violencia intensa en la televisión. A pesar de que este estudio no permite saber si los adultos violentos ya tenían en su infancia una preferencia por los programas violentos, los resultados sugieren que exponer a los niños a la violencia televisada, puede tener efectos en su conducta 15 años después.

Por otra parte, la visión de la violencia en los medios de comunicación no se hace de una forma pasiva ni al margen de la sociedad. De hecho, recientes estudios realizados por psicólogos informaron que los padres, los iguales y otras personas relevantes para el niño, modulan los efectos que finalmente tendrá la violencia en los medios de comunicación. En este sentido, se constató que el simple hecho de que los padres destacaran que el programa era irreal, redujo su impacto sobre los niños.

En un sentido más amplio, los estudios transculturales confirman que los efectos de la exposición a la violencia ofrecida en los medios de comunicación están modulados por factores culturales. Las diferencias encontradas en el estudio transcultural realizado por Huesman y Eron, pusieron de manifiesto que la tendencia a imitar la conducta observada no es constante entre culturas, si bien, al mismo tiempo, se confirma que la relación entre exposición a la violencia y conducta agresiva persiste en todas ellas. Otra conclusión que obtuvieron es que la identificación con los héroes de las películas es le mecanismo más importante relacionado con la imitación de la conducta agresiva televisada. Por otro lado, la revisión realizada por Groebel, sugiere que las diferencias transculturales en el impacto de los medios de comunicación, se relacionan con factores tales como las normas sociales y los valores predominantes. Considerando estos resultados, cabe concluir que la violencia en los medios de comunicación puede contribuir a la agresión en una sociedad, pero el grado en que lo hace depende del contexto cultural en el que dicha violencia aparece.

Por último y en estrecha relación con el desarrollo de las nuevas tecnologías, los videojuegos están dominando una parte importante del ocio de los niños y jóvenes. Desde que en los años 70 se introdujeron en el mercado, ha ido aumentando su presencia en los hogares de gran número de países. La simplicidad de los contenidos y de las imágenes cuando aparecieron los primeros videojuegos, no podía hacer sospechar que en la actualidad los juegos más demandados incluirían temática violenta, que además, en ciertas ocasiones, se dirige hacia las mujeres. Esta circunstancia, unida al elevado realismo alcanzado en las simulaciones, ha multiplicado los debates e investigaciones acerca de los posibles efectos perniciosos de estos juegos y de sus posibles efectos sobre el comportamiento violento de los usuarios. En este sentido, prestigiosos psicólogos sugirieron que los efectos de los videojuegos sobre la conducta violenta y de agresión son mucho mayores que los que ejercen la televisión y las películas. Esta afirmación la sustentan en el hecho de que en los videojuegos se reproducen diversas condiciones que facilitan el aprendizaje, entre las que destacan las siguientes:

  • Los juegos requieren mucha implicación e interacción.
  • Los juegos refuerzan la conducta violenta.
  • Los niños y jóvenes practican una y otra vez este tipo de conductas violentas en el transcurso del juego.
  • Son muy llamativos y requieren que el jugador se identifique con el agresor.
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La empatía

Posted on 30/05/2012 por clicpsicologos
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La empatía se refiere a aquellas situaciones en las que el estado en el que se encuentran los demás genera reacciones emocionales congruentes, incluso similares, en nosotros mismos. El tema de la empatía ha despertado mucho interés entre los psicólogos, ya que dicho proceso  permite entender cómo se encuentran los demás y actuar en consecuencia.

El proceso psicológico de la empatía incluye tres cualidades que la identifican y que es preciso tener en cuenta a la hora de entender este fenómeno. En primer lugar, la capacidad para comprender a los demás y ponerse en el lugar del otro. Por otro lado, ser capaz de reproducir un estado afectivo que sintonice con el que sienten y, finalmente, ejecutar las conductas apropiadas que es preciso llevar a cabo para solucionar el problema de la otra persona.

Respecto a la capacidad para comprender a los demás, es crucial poder tomar perspectiva acerca del otro, que supone una habilidad en la que se dan numerosas diferencias individuales. Así, aún cuando la reacción afectiva pueda establecerse con una mediación cognitiva poco desarrollada, la experiencia empática centrada en el otro requiere de un desarrollo evolutivo que permite un procesamiento cognitivo en el que se deben tener en cuente al menos los siguientes elementos:

  • Reconocer la existencia de realidades separadas de otras personas.
  • Necesidad de tomar el punto de vista del otro para poder evaluar la realidad apropiadamente.
  • Tener las habilidades y recursos necesarios para llevar a cabo este proceso.
  • Realizar las conductas coherentes con dicho análisis

Por lo que respecta a la reacción emocional, la empatía se distingue de la simpatía en el hecho de que se generan afectos congruentes, con los de los demás, incluso cualitativamente similares, mientras que la simpatía genera un estado emocional no necesariamente idéntico al de la otra persona y que surge por compasión o interés por el otro. En este sentido es crucial para entender la empatía el contagio emocional que se produce. Igualmente es relevante la asunción del rol afectivo del otro, es decir, la cualidad para sentir como si fuéramos la otra persona en su situación.

La empatía, a su vez, favorece los comportamientos congruentes con la misma, que suelen relacionarse positivamente con las conductas de ayuda y negativamente con la agresividad. De hecho, es una de las mayores carencias de los delincuentes, tanto violentos como de cuello blanco. En el caso de la delincuencia violenta se hace especialmente trágico el hecho de que el ostensible daño que se está produciendo a otras personas no induzca reacción alguna de apaciguamiento, lo que manifiesta en ese caso tanto ausencia de empatía, como presencia de rasgos psicopatológicos. En cualquier caso, una de las características definitorias de la mayoría de procedimientos de adiestramiento en habilidades prosociales es la adquisición de empatía, tanto en la vertiente cognitiva, como emocional y, por supuesto, en los comportamientos o habilidades conductuales asociadas. Así pues, una vez que se ha desarrollado la capacidad para empatizar, ésta será una de las variables principales que favorezcan la conducta prosocial e inhiban las reacciones agresivas, interaccionando de esta manera con el resto de factores situacionales y cognitivos implicados.

Normalmente, la intensidad de la reacción de empatía depende de la magnitud y gravedad del malestar de los demás. Por su parte, la diferencia entre sentir malestar y empatía radica principalmente en la capacidad para tomar perspectiva del otro, más que en la intensidad del afecto, o reactividad emocional del espectador. Se trata de una capacidad en la que se demuestran evidentes diferencias individuales y de la que no existen muchos trabajos experimentales, especialmente en lo que hace referencia a la relación entre magnitud del malestar e intensidad de la reacción empática. A su vez, la empatía favorece la realización de conductas de ayuda, tanto como una forma de reducir el malestar generado, como por el placer que se obtiene al ayudar a otras personas que entendemos cómo se encuentran. Se trata, de nuevo de conductas de ayuda reforzadas negativamente en el caso de que se pretenda la reducción del propio malestar, como por reforzamiento positivo, si lo que se busca activamente es ayudar a los demás con nuestras acciones.

Algunos autores, como Bateson, distinguen entre empatía centrada en el otro y empatía centrada en uno mismo, para distinguir dos reacciones diferentes que se producen cuando somos conscientes de una situación en la que se requiere prestar ayuda. En el caso de la empatía centrada en los demás, uno es capaz de sufrir con el que sufre y alegrarse con el que está contento, al tiempo que comprende su situación. La conducta de ayuda estaría, entonces motivada a reducir el malestar de la otra persona. Por otra parte, la empatía centrada en sí mismo favorecería la conducta de ayuda porque así se reduce el malestar propio producido por la situación deplorable en la que se encuentran los otros. Una serie de factores tales como quién es el receptor de ayuda, así como circunstancias situacionales y personales de quien auxilia, son las que determinarán que aparezca un tipo de empatía u otra que, en cualquier caso, inducirá una conducta que posteriormente se mantendrá por las contingencias de reforzamiento positivo o negativo.

En cuanto a la capacidad de los seres humanos para manifestar empatía, si bien no puede decirse que esté determinada biológicamente, sí que es cierto que tenemos en potencia la capacidad para desarrollarla si se producen las condiciones apropiadas y se adiestra lo suficiente. Lo que parece claro es que tiene un inherente valor de supervivencia y es la base para la génesis de emociones moralmente benignas. Un de las evidencias que constatan el carácter evolutivo y adaptativo de la empatía es la facilidad para manifestar y reconocer las emociones, principalmente en lo que hace referencia a la expresión facial, mediante la que podemos comunicar, reconocer e inducir reacciones afectivas similares en los demás, que son algunos de los aspectos principales de la empatía.

El contexto social en el que transcurre nuestra existencia facilita la aparición de estas emociones, principalmente por su utilidad y por el hecho de que, a pesar de que no exista un determinismo biológico, existen condiciones que lo posibilitan. No obstante, la experiencia socio – emocional es un factor clave para facilitar la empatía, al favorecer tanto la comprensión de las claves emocionales, como la adquisición de roles, o la ampliación de la gama de estímulos evocadores de las reacciones afectivas.

Determinados motivos sociales como la afiliación o el de poder tienen efectos diversos sobre la conducta prosocial y probablemente ello sea debido, al menos en parte, al efecto que tienen sobre la capacidad de empatizar. Además, es probable que la necesidad de afiliación favorezca tanto el conocimiento del estado de ánimo de otras personas, como la capacidad para compartir sus emociones, mientras que la necesidad de poder hace incompatible participar del estado afectivo de aquellas personas con las que se establece una relación de dominación. De hecho, en este caso se pierde la capacidad de entender y atender a las emociones de otras personas, o a sus necesidades, si ello contraviene los propios intereses de dominio sobre los demás.

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