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Salud mental y deporte

Posted on 04/10/2012 por clicpsicologos
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El ejercicio físico constituye una práctica social directamente relacionada con la evolución de los niveles de vida económico y social a lo largo del tiempo. Por tanto, el papel que cumple esta actividad o ejercicio físico se ha modificado con el paso del tiempo. De hecho, en sus inicios tenía un carácter muy funcional, bien en relación con la preparación para la guerra, bien como parte de la preparación para el desempeño laboral. Actualmente, la práctica de ejercicio físico pretende cosas diferentes, teniendo como principales objetivos la consecución de bienestar físico y psicológico, el conocimiento y dominio del propio cuerpo, la ampliación de posibilidades individuales, la consecución de objetivos formativos y educativos y de modo más global la contribución a la formación integral del sujeto.

Por otra parte, los efectos beneficiosos, tanto físicos como psicológicos, que se derivan de la práctica de actividades físicas – deportivas son múltiples. Entre ellos destacan los siguientes:

  • Incremento de la capacidad cardiorrespiratoria y muscular.
  • Aumento del nivel de endorfinas y opiáceos.
  • Control del peso corporal.
  • Mejora del tono muscular.
  • Mejora de la líbido y la satisfacción sexual.
  • Reducción del estrés.
  • Reducción del sedentarismo.
  • Aumento de las habilidades de autocontrol.
  • Mejora del estado de ánimo.
  • Aumento de la red de apoyo social.
  • Aumento de la autoestima.

En conjunto, la práctica de actividad deportiva constituye una actividad lo suficientemente saludable como para que la Organización Mundial de la Salud (OMS) la considere como una de las áreas básicas de actuación en su documento sobre la salud para todos. No obstante, un aspecto que se debe tener muy en cuenta es que la actividad física y deportiva debe estar adecuadamente enfocada, dirigida y controlada, de cara a evitar potenciales efectos adversos tales como la adicción a la actividad física en detrimento de otros valores, la extrema competitividad, el carácter de trabajo obligatorio autoimpuesto, la presencia de violencia o la ausencia de diversión y disfrute.

En relación a lo anterior, una de las áreas que más se ha ocupado de la relación entre la actividad física y la salud mental ha sido la Psicología de la Motivación. De hecho, los psicólogos motivacionales han realizado numerosos estudios y aportaciones con la finalidad de conseguir que el deporte y la actividad física sirvan como instrumentos de integración social y como medios para la salud física y psíquica de los individuos.

En cuanto a la utilización del deporte como recurso terapéutico, lo cierto es que suele funcionar muy bien como actividad complementaria a diversos tratamientos psicológicos o como medio para prevenir algunos problemas de carácter psicosocial. En este sentido, el deporte resulta beneficioso en situaciones problemáticas de tipo pasivo y de efectos individuales, tales como los hábitos sedentarios, las dolencias cardíacas, el estrés, la ansiedad y la depresión. Pero además, la actividad deportiva también constituye un apoyo terapéutico en situaciones que pueden tener un efecto directo más allá de la propia persona, como son las adicciones o las conductas delictivas. De este modo, las posibilidades como apoyo terapéutico del deporte han sido muy eficaces en la rehabilitación de sujetos drogodependientes. De hecho, uno de los efectos más evidentes de la drogadicción es el deterioro físico de la persona y de sus capacidades perceptivo – motrices. En este sentido, una adecuada preparación físico – deportiva contribuye a la recuperación orgánica del individuo y a la producción de efectos positivos a nivel psicológico, mejorando la autoimagen, aumentando la sensación de bienestar y  favoreciendo aspectos psicosociales tales como el cumplimiento de normas de convivencia y de relación.

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El Trastorno Narcisista

Posted on 05/09/2012 por clicpsicologos
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El Narcisismo supone una alusión al mito de Narciso, es decir, amor a la imagen de sí mismo. De hecho, según la mitología griega, al ir a beber a un arroyo, Narciso se fascinó enormemente por la belleza de su propio reflejo en el agua, sin atreverse a beber por miedo a dañarlo e incapaz de dejar de mirarlo. Finalmente murió contemplando su reflejo y la flor que lleva su nombre creció en el lugar de su muerte.

El concepto de Narcisismo fue introducido en el ámbito de la Psicología a partir del Psicoanálisis de Sigmund Freud, con su obra “Introducción del Narcisismo”. No obstante este término ha ido evolucionando y en la actualidad los psicólogos lo emplean para referirse a una serie de rasgos propios de la personalidad normal que, sin embargo, también puede aparecer como una forma patológica extrema en determinados trastornos de la personalidad, tales como el Trastorno Narcisista de la Personalidad. 

Con respecto al Trastorno Narcisista de la Personalidad, se engloba dentro de los denominados trastornos de la personalidad, que se manifiestan como patrones permanentes e inflexibles de experiencia interna y de comportamiento, que se apartan de las expectativas de la cultura del sujeto, que son estables a lo largo del tiempo y que le generan diversos malestares o perjuicios al individuo o a los que le rodean. La característica esencial del Trastorno Narcisista es que se manifiesta en el sujeto como un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración y una marcada falta de empatía para con las demás personas. Los sujetos con este trastorno tienden a sobrevalorar sus capacidades y exagerar sus conocimientos y cualidades, con lo que habitualmente suelen ser percibidos como excesivamente orgullosos o presuntuosos. Este trastorno suele manifestarse durante la adolescencia, siendo más frecuente en hombres que en mujeres.

El área de las relaciones interpersonales se encuentra profundamente afectada en los sujetos que padecen un Trastorno Narcisista de la Personalidad, ya que tienden a creerse únicos y superiores a las personas que les rodean, necesitando un continuo reconocimiento por parte de los demás para sentirse satisfechos. Además, estos sujetos suelen pensar que sólo les pueden comprender o que sólo pueden relacionarse con otras personas especiales o de alto status. 

Otra característica de los sujetos que padecen un Trastorno Narcisista de la Personalidad es su marcada falta de empatía. En este sentido, es frecuente que presenten dificultades a la hora de reconocer e interpretar los sentimientos y emociones de los demás, mostrando en todo momento comportamientos arrogantes, soberbios y centrados única y exclusivamente en sí mismos. Además, a pesar de que los sujetos que padecen este trastorno demandan continuamente la atención de las personas que les rodean, lo cierto es que su autoestima suele ser bastante frágil. De hecho, aunque tal vez no lo demuestren abiertamente, las críticas pueden obsesionar en exceso a estos sujetos, haciendo que se sientan humillados, degradados, hundidos y vacíos. De este modo, dichas experiencias suelen conducir al retraimiento social o a una apariencia de humildad que puede enmascarar y proteger la grandiosidad. Por tanto, las relaciones interepersonales están habitualmente dañadas, debido fundamentalmente a los problemas derivados de su necesidad de admiración y de la relativa falta de interés por la sensibilidad de los demás.  

Finalmente, destacar que los rasgos de personalidad narcisistas son bastante frecuentes, apareciendo incluso en sujetos que han conseguido éxito y prosperidad en sus vidas. No obstante, estos rasgos sólo constituyen un Trastorno Narcisista de la Personalidad cuando son inflexibles, desadaptativos y persistentes, ocasionando un deterioro funcional significativo o malestar subjetivo en el individuo.

 

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Relaciones interpersonales y apoyo social

Posted on 21/06/2012 por clicpsicologos
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Las personas somos seres eminentemente sociales y por tanto establecemos diversos tipos de relaciones interpersonales a lo largo de nuestras vidas. Dichas relaciones forman parte esencial de nuestra esfera social y sin ellas la vida humana sería inconcebible. En este sentido, diversos psicólogos de prestigio como Baumeister y Leary afirman que la necesidad de pertenencia o integración es una motivación humana básica, que consiste en un fuerte impulso para formar y mantener una serie de relaciones interpersonales duraderas, positivas y significativas. Además, estos autores sostienen que la satisfacción de este impulso implica los siguientes factores:

• Necesidad de interacciones frecuentes y afectivamente agradables con varias personas.

• Estas interacciones han de ocurrir en el contexto de un marco temporalmente estable y duradero de preocupación afectiva por el bienestar de la otra persona.

La soledad y la falta de pertenencia producen una privación grave y, en consecuencia numerosos trastornos entre los que destacan la depresión, baja autoestima y falta de habilidades sociales.

Las principales investigaciones llevadas a cabo desde el ámbito de la psicología han puesto de manifiesto que las relaciones interpersonales están estrechamente vinculadas con el bienestar de las personas y que tras la mayor parte de los comportamientos, cogniciones y emociones humanas, subyacen motivaciones sociales.

Otro hallazgo importante sobre las relaciones interpersonales, es que más que las características objetivas de las redes sociales de las personas, lo que parece mucho más importante de cara a la salud es si dichas redes proporcionan o no apoyo social. En este sentido, el apoyo social se compone de cuatro dimensiones fundamentales:

• Apoyo social emocional, que está relacionado con la estima, el afecto y la confianza que reciben las personas. De todos los tipos de apoyo, éste suele ser el que está más relacionado con la salud y el bienestar. De hecho las expresiones de afecto y cariño pueden tener efectos beneficiosos sobre múltiples factores asociados a la ansiedad y al estrés.

• Apoyo social instrumental, que tiene ver con la ayuda material que una persona recibe. Este tipo de apoyo, para ser efectivo, debe estar estrechamente vinculado con el factor estresante.

• Apoyo social empático, que se relaciona con los componentes de auto – afirmación, recepción de retroalimentación y de comparación social. Este tipo de apoyo proporciona validez y seguridad a las creencias y capacidades de las personas. Además incrementa la probabilidad de que los individuos afronten con realismo las demandas del medio.

• Apoyo informativo, que hace referencia a los consejos y sugerencias que reciben las personas. Este tipo de apoyo puede influir en las conductas relacionadas con la salud, o puede ayudar a evitar situaciones estresantes o arriesgadas. Es conveniente aclarar que el apoyo informativo no es igual a la información general que recibe un sujeto, sino más bien la información procedente de las personas con quienes se mantienen vínculos estrechos. De esta manera, es mucho más probable que una persona fume o beba alcohol si en su círculo familiar y de amistades estas conductas están extendidas y son ampliamente aceptadas que si no lo son.

En la actualidad hay dos líneas principales de investigación con referencia al apoyo social. El primer grupo de investigaciones se centran en medir si la persona se siente querida, valorada y si percibe que dispone de gente que le puede proporcionar ayuda en caso de necesitarla. Se trata, pues, de una percepción del apoyo social orientada hacia el futuro. Por su parte, la otra línea de investigación concibe el apoyo social en relación con el pasado, analizando si la persona ha recibido apoyo emocional, instrumental, informativo y empático a lo largo de su vida. Los resultados obtenidos han mostrado que los índices de apoyo social orientados hacia el futuro están más relacionados con la salud y el bienestar de las personas que los índices que se basan en el pasado.

Teniendo en cuenta lo anterior, se puede concluir que las relaciones interpersonales y el apoyo social son factores que tienen una gran importancia en la vida de las personas, proporcionando efectos beneficiosos tanto en la salud física como en la salud psíquica.

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Qué es la envidia

Posted on 26/05/2012 por clicpsicologos
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La envidia es una emoción eminentemente social, ya que se trata de una experiencia que tiene sentido únicamente en relación con otras personas. Generalmente, la envidia suele definirse como una experiencia subjetiva de malestar, producida por el bien ajeno y por el deseo de poseer algo que no se tiene.

El carácter social de la envidia ha sido un tema ampliamente estudiado por los psicólogos. Un hecho constatado es que en esta emoción, las reacciones afectivas inducidas se producen por comparación con los demás y, tanto las cogniciones como eventualmente las conductas manifiestas, están dirigidas hacia o en contra de las personas que disponen de lo que carece el envidioso. Una característica de esta emoción es que su valoración moral suele ser muy peyorativa, hasta el punto de que es difícil que alguien admita padecerla, especialmente porque con ella se asume no sólo que se codicia lo que tienen los demás y se desea su mala suerte, sino que, de alguna manera se reconoce una inferioridad respecto a la persona que posee lo que se anhela.

La comparación social es uno de los procesos más relevantes implicados en el autoconcepto y autoestima, ya que los demás sirven como criterio a la hora de valorar nuestras propias capacidades. La envidia se produce frecuentemente cuando los otros superan al envidioso en habilidades, logros, o en cualquier otra variable psicológicamente relevante, ya que la experiencia de envidia depende fundamentalmente de las cuestiones que en realidad son importantes a la hora de establecer el propio autoconcepto.

En una serie de investigaciones llevadas a cabo por los psicólogos Smith, Diener y Garonzik, obtuvieron como resultado principal que a pesar de que los procesos de comparación social son cruciales para que aparezca la emoción de envidia, ésta no se realiza de forma indiscriminada. De hecho, sólo son especialmente relevantes las comparaciones que se realizan con aquellas personas que son equiparables en los aspectos psicológicamente destacables que se consideran. Por ejemplo, la mayoría de las personas no incluyen en su categoría para establecer comparaciones sociales a aquellos individuos que detentan títulos nobiliarios. De este modo, aunque una persona normal desee tener más dinero, no sentirá tanta envidia por la fortuna de un determinado conde, duque o marqués, como por el incentivo económico percibido por un colega que ha realizado bien su trabajo. Por tanto, la envidia es una emoción sumamente injusta, ya que las personas con títulos nobiliarios suelen tener más dinero que el colega en cuestión y en la mayor parte de las ocasiones lo han conseguido con menos esfuerzo.

Por otra parte, la envidia, como cualquier otra experiencia emocional, cumple una serie de funciones psicológicas congruentes con el estado afectivo que se padece, y como es característico de las emociones, los efectos se reflejan en los tres sistemas de respuesta que la componen.

La envidia es una experiencia emocional hedónicamente desagradable, caracterizada por el anhelo de algo que otros poseen y el deseo para ellos de alguna clase de infortunio. Tal y como se ha comentado anteriormente, la envidia suele tener una valoración moral muy negativa en ámbitos socioculturales o ideológicos muy diversos y en este sentido se suele hablar de envidia maliciosa. Por el contrario, forma parte del acervo común la consideración de otro tipo de envidia cualitativamente distinta, a la que suele referirse como envidia sana y con la que se hace referencia a la emoción que surge del deseo de poseer lo ajeno, pero sin que eso implique, ni despojar del mismo a quien disfruta de lo que se anhela, ni que le sobrevenga ninguna desgracia por ello. A pesar de que la envidia sana se caracteriza por pretender lo que poseen los demás, lo cierto es que carece de alguna de las peculiaridades que distinguen a la envidia de otras emociones. En este sentido, la envidia sana no es hedónicamente desagradable, no es moralmente inaceptada y no incluye esa intensa animadversión hacia quien posee el objeto del deseo. Por tanto, si se analiza convenientemente la envidia sana, se puede constatar que se trata de anhelo, fuerte inclinación hacia lo que poseen los demás, determinación de superarse e incluso admiración hacia el otro, pero en ningún caso debe considerarse como envidia propiamente dicha, ya que carece de sus cualidades más sustantivas.

La envidia suele acompañarse de emociones como ira e infelicidad, al tiempo que favorece reacciones de hostilidad y otros sesgos cognitivos que desvirtúan la realidad y favorecen tanto el mantenimiento del propio estado afectivo, como las conductas que le suelen acompañar. Los psicólogos Parrot y Smith describieron seis tipos de episodios emocionales que suelen formar parte de la envidia y que son los siguientes:

  • Deseo de lo que tiene otra persona, consistente en la obsesión recurrente por poseer el objeto o cualidad de otra persona, con los sentimientos de frustración correspondientes, que aparecen ante la dificultad en conseguir lo que se anhela.
  • Hostilidad hacia la otra persona, ya que es común que se perciba como injusto que otros posean lo que se pretende y ello facilita la aparición de hostilidad hacia los responsables.
  • Resentimiento global, que surge cuando la persona no logra identificar y concretar a los responsables de su deseo o anhelo.
  • Admiración por la otra persona, que se produce cuando la persona que siente envidia puede admitir las cualidades del otro, ya que la envidia no implica una alteración del raciocinio.
  • Sentimientos de inferioridad, que se da en aquellos casos en los que la persona que padece envidia reconoce las cualidades de la persona envidiada, si bien este hecho no le lleva a admirarla, sino que le genera profundos sentimientos de inferioridad. Estos sentimientos afectan negativamente al autoconcepto e incluyen reacciones de tristeza, ansiedad y estrés.
  • Sentimientos de culpa, que se producen cuando la propia persona reconoce la envidia que padece y toma conciencia de su injusticia. En estas ocasiones, la persona puede experimentar sentimientos de culpa y vergüenza.

Estos episodios emocionales ocurrirán dependiendo de cómo se interprete la situación y sobre qué aspectos de la misma se enfatice. En la práctica, existe poca probabilidad de que algunas de estas experiencias ocurran a la vez, mientras que otras sí pueden suceder simultáneamente. De esta manera, no es extraño que determinadas personas sientan admiración por otra persona y a la vez sufran sentimientos de inferioridad con respecto a ella. Dos de los procesos cognitivos principales implicados en este último caso están relacionados con las atribuciones de justicia y culpabilidad. Es decir, si el estado de inferioridad en el que se encuentra la persona es debido principalmente a uno mismo, entonces las respuestas más probables serán los sentimientos de inferioridad. Por el contrario, si la persona entiende que la situación asimétrica en la que se encuentra se debe al hecho de haber recibido un trato injusto, las reacciones emocionales y cognitivas más probables serán de ira y hostilidad. Si, además, se da el caso de que la persona envidiada es la responsable de la desventura, lo más probable es que dicho resentimiento se dirija hacia ella mediante emociones todavía más destructivas e intensas, tales como el odio.

El ilustre filósofo y pensador Miguel de Unamuno, se refirió a las connotaciones negativas de la envidia, acuñando la siguiente frase:

“La envidia es mil veces más terrible que el hambre,

porque es hambre espiritual”.

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La función de las creencias

Posted on 14/05/2012 por clicpsicologos
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Las creencias pueden conceptualizarse como estados de la mente en los que las personas asumen como verdaderos y válidos los conocimientos o experiencias que tienen sobre determinados sucesos o cosas. Dichas creencias forman parte de los esquemas mentales, que también abarcan todo tipo de actitudes y paradigmas presentes en una determinada persona.

Existe un conjunto de creencias esenciales que las personas tienen sobre sí mismas, sobre el mundo y sobre las demás personas. Se trata de creencias implícitas, que se basan en la experiencia emocional y a las que las personas se adhieren fuertemente, hasta el punto de que las mantienen incluso ante evidencias en contra.

Muchos psicólogos mantienen que el ser humano funciona del mismo modo que una máquina de creencias. De este modo, sostienen que, para favorecer la supervivencia, los seres humanos desarrollan complejos sistemas de creencias que no están orientados primordialmente a la obtención de la verdad ni se guían necesariamente por los principios de la lógica. En este sentido, cuando las personas generan creencias, su principal preocupación no es, ni mucho menos, garantizar que sean reales y verídicas. El funcionamiento de este sistema es capaz de generar tanto creencias falsas como creencias correctas. En la medida en que sirven para orientar las acciones futuras de la persona, al margen de que sean correctas o no, cumplen su función de ser útiles para la supervivencia.

La prestigiosa psicóloga Janoff – Bulman, entre otros investigadores, defiende la idea de que las personas desarrollan a lo largo del tiempo un sistema conceptual básico que les permite funcionar de manera eficiente y les proporciona expectativas acerca del mundo y de sí mismos. Para estos psicólogos, el contenido de las creencias básicas de las personas gira en torno a tres categorías primarias:

  • Creencias sobre la benevolencia.
  • Creencias sobre el sentido del mundo, el control, el azar y la justicia.
  • Creencias sobre la dignidad de uno mismo.

En cuanto a las creencias sobre la benevolencia, los estudios revelan que las personas son optimistas por naturaleza, y tienden a pensar que suceden más cosas positivas que negativas. Dichas creencias, que implícitamente señalan un balance globalmente positivo del mundo, son coherentes con el optimismo ilusorio, y también, con la ilusión de invulnerabilidad, ya que, en general:

  • Las personas se sienten relativamente invulnerables.
  • Tienden a pensar que su futuro es positivo.
  • Creen que tienen menos probabilidades que el resto de las personas de sufrir hechos negativos.
  • Creen que tienen más probabilidades de que les ocurran hechos positivos.

Por otra parte, las personas también tienden a creer que el mundo social es benevolente, que las personas son buenas y bondadosas, y a sentirse integradas socialmente. Estas creencias parecen tener su origen en la necesidad hedónica y básica de pertenencia, de gregarismo y de establecer relaciones positivas con otros. En este caso se puede apreciar, por un lado, una necesidad de pertenencia o afiliación satisfactoria y estable con grupos con los que se trabaja y comparte actividades y que valoran a la persona, y, por otro, una necesidad de intimidad o de relaciones estables de cariño y cuidado, que pueden adoptar diversas formas no excluyentes.

Con referencia a las creencias sobre el sentido del mundo, el control, el azar y la justicia, se puede afirmar que en general, las personas tienden a pesar que el mundo tiene sentido y propósito. Por tanto estiman que existe orden y posibilidad de predecir, es decir, que el mundo se puede entender y comprender. De hecho, los seres humanos suelen manifestar las siguientes creencias al respecto:

  • Creencias en el control del mundo, que consisten en las sobrevaloración que las personas hacen de su capacidad de control.
  • Las creencias sobre el azar, que afirman que las cosas no ocurren por azar.
  • Las creencias sobre la justicia, según las cuales las personas reciben lo que se merecen y merecen lo que les ocurre. En otras palabras, que los que les ocurre es justo.

En la base de este tipo de creencias se sitúa la satisfacción de tres necesidades básicas de los seres humanos, que están orientadas a favorecer la comprensión del mundo y en cualquier caso, la supervivencia. Tales necesidades son las siguientes:

  • La de mantener un sistema relativamente estable y coherente de creencias acerca del mundo.
  • La de asimilar las novedades dentro de las creencias ya existentes y reducir de esa forma la incertidumbre.
  • La de atribuir significado al mundo y garantizar la consistencia o congruencia entre creencias.

Por último, y en referencia a las creencias sobre la dignidad de uno mismo, este tipo de creencias se centran sobre el yo de la persona y su carácter de merecedor y digno de respeto. Aquí destacan las creencias positivas sobre el yo o autoestima. De hecho, las investigaciones revelan que la mayoría de las personas tienden a tener una autoestima alta y que las personas con menores niveles de autoestima tienen una visión menos positiva, pero positiva a fin de cuentas. Finalmente, las personas recuerdan más los hechos en las que juegan un papel protagonista y también los hechos positivos que les ocurren, al mismo tiempo que tienden a atribuir sus éxitos a causas internas y sus fracasos a causas externas, lo que contribuye a reforzar la creencia en su eficacia.

Una reflexión que guarda estrecha relación con la temática de los sistemas de creencias fue aportada por el escritor, poeta y pensador Oscar Wilde:

“El hombre puede creer en lo imposible, pero no creerá nunca en lo improbable”

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