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El estrés laboral, causas y afrontamiento

Posted on 22/03/2013 por clicpsicologos
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La mayor parte de las personas conciben el trabajo como una senda de venturas y desventuras. No cabe duda de que en ella puede haber espinas que conviertan dicho recorrido en una experiencia poco placentera. Hay personas afortunadas para quienes el trabajo se convierte en la gran aventura de su vida y es en el terreno profesional donde encuentran emoción, estímulo, incluso diversión e inspiración. Sin embargo, hay muchísima gente que desempeña trabajos que no son los que preferiría o que incluso detesta. De hecho, para muchos, el trabajo constituye un mal inevitable o incluso una especie de maldición. En este sentido, para un gran número de trabajadores y empleados la actividad laboral no es otra cosa que la única forma a su alcance de obtener los medios necesarios para cubrir las necesidades vitales básicas y, si sus ingresos lo permiten, otros bienes que, sin ser imprescindibles, mejoran la calidad de vida cotidiana.

Cuando el trabajo constituye una carga es sumamente complicado para el individuo, ya que le obliga a dedicar bastantes horas diarias a una actividad que ni le resulta creativa ni es fuente de motivaciones. Hay personas que saben adaptarse a su situación laboral y no se deterioran psicologicamente con la misma, pero otras engendran una fuerte oposición interior que les supone un verdadero conflicto, llevándoles a un intenso sufrimiento debido a la no aceptación de sus circunstancias laborales.

La insatisfacción laboral da lugar a lo que los psicólogos han denominado estrés laboral, que se manifiesta como ansiedad, abatimiento, angustia o desmotivación. Dicho estrés puede originarse por múltiples variables, unas reales y otras imaginarias, ya que no todo depende del trabajo y sus condiciones, sino que la personalidad del sujeto juega un papel fundamental al respecto. No obstante,  las principales causas de estrés laboral son las siguientes:

  • Obligación de adaptarse a un horario rígido.
  • Realización de tareas rutinarias y poco creativas.
  • No alcanzar las expectativas profesionales.
  • Dificultades en las relaciones con los compañeros de trabajo o con los superiores.
  • Largos desplazamientos desde la vivienda hasta el lugar de trabajo.
  • Malas condiciones ambientales para el desarrollo del trabajo.
  • Personas que puntúan alto en la dimensión de Neuroticismo.
  • Hacer frente a esfuerzos excesivos o poco habituales.
  • Trabajar bajo una intensa presión.

Por otra parte, debido a las dificultades y sufrimiento que genera el estrés laboral, los psicólogos han señalado una serie claves para intentar abordar este problema desde sus primeras manifestaciones y sin que llegue a suponer una limitación importante para el sujeto. De hecho, estos son algunos de los aspectos a tener en cuenta a la hora de afrontar el estrés en el ámbito laboral:

  • Evitar una acumulación de tensión que provoque desequilibrios, ya proceda dicha tensión del mundo exterior o de la propia esfera psíquica.
  • Encontrar sentido a las tareas realizadas en el puesto de trabajo.
  • Pensar en retos y oportunidades, no en problemas.
  • Tener un buen descanso. Dormir entre 7 – 8 horas al día.
  • Realizar actividades dentro de la empresa para socializar.
  • Plantearse objetivos realistas y controlar las expectativas.
  • Evitar que la tendencia perfeccionista se convierta en una obsesión.
  • Desarrollar el discernimiento y la lucidez mental para comprender que no se puede atender a las exigencias laborales o sociales a expensas de la salud psíquica o física.
  • Asumir los fracasos sin desesperanza.
  • Evitar la actitud de estar siempre alerta para agradar y demostrar algo a los otros o a nosotros mismos.
  • Entrenarse psicologicamente para evitar la dispersión innecesaria de energías en el trabajo.
  • Evitar las culpabilizaciones cuando algo sale mal.
  • Afrontar la crítica como una oportunidad para aprender de los errores cometidos y mejorar.
  • Poner los medios necesarios para estar en armonía y así poder resistir mejor y superar los factores estresantes que no dependen del sujeto y que no se pueden controlar.
  • Realizar ejercicio de manera habitual para canalizar las emociones negativas y tensiones acumuladas.
  • Proporcionar a la mente el equilibrio necesario. Para ello puede ser importante la realización de ejercicios introspectivos e incluso la meditación, con la finalidad de que la persona llegue a conocerse mejor a sí misma.

Es conveniente destacar que el estrés no aparece de un momento para otro, sino que constituye un proceso que va desarrollándose de manera progresiva a través de síntomas tales como irritabilidad, descontento, malhumor, falta de energía o demotivación. Además, el estrés laboral también da lugar a problemas físicos de diversa índole, ya que es frecuente  que las personas estresadas intenten dejar su trabajo y, al no poder hacerlo porque necesitan los medios económicos para vivir, sufran graves alteraciones psíquicas que pueden dar lugar a trastornos psicosomáticos y a dañar, además, la esfera física del propio sujeto. Por tanto, si el problema de estrés laboral se prolonga excesivamente en el tiempo, es muy intenso,  limita mucho al individuo o le genera un deterioro significativo en su vida cotidiana, es conveniente contactar con un psicólogo para intentar abordar la problemática desde un punto de vista terapéutico.

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Consejos para cumplir los objetivos de año nuevo

Posted on 30/01/2013 por clicpsicologos
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Las personas que llevan agenda suelen anotar más objetivos en un día de los que pueden cumplir, aunque no por esto se desanimen. Llegando el final de cada jornada, suelen tachar cada objetivo no cumplido y anotarlo junto a los del día siguiente, con optimismo, sin pensar en si estarán siendo o no realistas.

Con la llegada del fin de año nos encontramos con el mismo fenómeno psicológico, aunque a mayor escala. Durante los últimos días del calendario hacemos una revisión poco crítica sobre los objetivos alcanzados y posponemos cualquier actividad que nos resulte compleja o tediosa, para el año siguiente.

Solemos confiar en que esta vez será la definitiva y dejarnos llevar por lo que los psicólogos llaman: optimismo infundado, agravando a menudo ciertos problemas durante las fiestas, ya que nos olvidamos de cuidarnos pensando que en la nueva agenda no figurarán los excesos cometidos, sino únicamente los objetivos cumplidos.

Tras las navidades suele comenzarse el cambio con cierta intensidad, pero esa voluntad comienza a deshincharse pronto y año tras año vemos nuestros objetivos fracasar.

Insensibles a esta retroalimentación, volvemos una y otra vez a comenzar con esperanza el cambio, pero tropezamos en los mismos errores. A continuación destacamos algunos de los más comunes y proponemos varias soluciones:

Uno de los problemas fundamentales es nuestra tendencia a abarcar demasiado. Nos planteamos varios objetivos, sin definición, de manera confusa. Para este caso vale la regla: “menos es más”. Hay que marcarse pocos objetivos, concretos y realistas.

A la hora de definir claramente los objetivos, para evitar una excesiva ambición, es importante probar nuestra competencia inicial y así hacernos una idea de la dificultad de la tarea y el esfuerzo al que nos enfrentamos.

Esta experiencia previa puede ayudar también a organizar y planificar la consecución y estrategias para lograr los objetivos deseados.

Si comenzamos con tareas demasiado exigentes o complejas, será más fácil perder la motivación. Para evitar que esto ocurra hay que planificar, dividir bien el trabajo y procurar que el esfuerzo sea progresivo.

Con respecto a la motivación, que es un aspecto fundamental, hay que decir que los objetivos deben ser importantes, trascendentes, no prescindibles o banales. Se recomienda crear la máxima difusión del mensaje, anotarlo en varios soportes y compartirlo con el entorno para tenerlo bien presente. Si unimos el esfuerzo que requiere cambiar de hábitos a una escasa motivación, estaremos condenados al fracaso. Hay que premiar cada pequeño logro, sobre todo al principio.

Además de conocer el esfuerzo, es interesante tratar de anticipar y prevenir los obstáculos o problemas que puedan surgir durante el camino y sobre todo no perder el ánimo ante posibles imprevistos.

Cualquier día es bueno para comenzar el cambio.

Aunque en estos primeros días del año contemos con cierto impulso motivador, lo fundamental es la perseverancia, no rendirse si esa inercia resultara insuficiente. Se puede continuar o comenzar de nuevo en cualquier otra fecha, contaremos con más experiencia y por lo tanto mayores garantías de éxito.

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Optimismo y Salud

Posted on 18/10/2012 por clicpsicologos
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El optimismo es una variable que siempre ha interesado a los psicólogos debido al fuerte impacto que puede ejercer sobre la salud de los individuos. De hecho, las personas optimistas, como consecuencia de considerar que sus metas son posibles, tienden a experimentar afecto positivo. En este sentido, numerosos estudios han mostrado que las personas optimistas se sienten mejor que las pesimistas, es decir, informan de más emociones positivas y de menos negativas.

Los estudios sobre optimismo no sólo le han relacionado con bienestar psicológico y afecto positivo, sino que también se vincula el optimismo con una mejor salud física en términos generales y con una menor incidencia de determinadas enfermedades tales como el cáncer y ciertas patologías coronarias.

Por otra parte, el optimismo se relaciona con mejores resultados en cualquier ámbito de la vida de una persona, considerándose que esto es posible debido a que las personas optimistas afrontan de manera más efectiva los problemas con los que se encuentran. En efecto, cuando surgen los inevitables impedimentos en la consecución de las metas que se están persiguiendo, los optimistas consideran que las metas, aún así, pueden ser logradas, mientras que los pesimistas tienden a creer que dichas metas no son posibles. Otra característica de las personas optimistas es su tendencia a persistir en los esfuerzos para lograr sus objetivos, aún cuando el progreso es lento o difícil. Por el contrario, las personas que no ven los resultados como posibles, es decir, los pesimistas, dejan de esforzarse para obtener las metas. En este sentido, cabe decir que las expectativas constituyen un determinante muy importante en el comportamiento relativo a continuar intentándolo o abandonar una determinada tarea.

En cuanto a estilos y estrategias de afrontamiento, cabe destacar que las personas optimistas tienden a emplear estrategias dirigidas a la solución directa de los problemas, sobre todo cuando valoran la situación como controlable y cuando creen que se puede hacer algo por cambiar la situación problemática. Además cuando las situaciones son incontrolables, los optimistas emplean estrategias de afrontamiento centradas principalmente en la emoción, lo que les permite tener ventaja en las situaciones que no se pueden cambiar. Dichas estrategias de afrontamiento que les sirven para protegerse del malestar emocional originado por una situación problemática, son principalmente las siguientes:

  • Reevaluación positiva.
  • Aceptación de la realidad.
  • Búsqueda del lado positivo de la situación.
  • Uso del humor.

En el polo opuesto se sitúan los pesimistas, que suelen emplear estrategias tales como las de escape o evitación, escasa o nula implicación en las metas que el estresor interfiere, o estrategias que se centran en la negación del problema.

A pesar de lo descrito anteriormente acerca de los beneficios que obtienen las personas optimistas, lo cierto es que también existen personas que presentan niveles demasiado exagerados de optimismo, que pueden tornarse en perjudiciales para el sujeto,  debido a que mantienen ideas no realistas o ilusorias. Este tipo de optimismo ilsuorio hace referencia a la tendencia que presentan algunas personas de creer que tienen menos probabilidades de sufrir eventos negativos que las demás personas que les rodean. Serían personas que creen tener una especie de invulnerabilidad, lo que les lleva  a desatender muchas conductas de promoción de la salud.

Por último, atendiendo a los principales estudios llevados a cabo sobre la relación entre optimismo y salud, cabe destacar las siguientes conclusiones:

  • Las emociones positivas se relacionan tanto con el bienestar psicológico como con el bienestar físico.
  • Las personas más felices son las que experimentan frecuentes emociones positivas, aunque sean de intensidad moderada, dado  que las emociones muy intensas, además de poco frecuentes, producen subidas en el ánimo que no son duraderas.
  • Las personas optimistas tienen muchas menos probabilidades de presentar trastornos tales como depresión y ansiedad.
  • El optimismo tiene efectos directos sobre los sistemas fisiológicos, propiciando una menor reactividad cardiovascular ante el estrés y un mejor estatus inmunológico.
  • El optimismo ayuda a las personas a desarrollar un mayor número de conductas de mantenimiento y promoción de la salud.
  • Los optimistas se implican en estrategias directas de solución de problemas cuando las situaciones se pueden cambiar y cuando no se pueden cambiar utilizan estrategias adaptativas dirigidas a reducir el impacto emocional.
Por último, hacer referencia a una reflexión del poeta Tagore en la que daba buena cuenta de su optimismo ante la vida:
“Tengo mi propia versión del optimismo. Si no puedo cruzar una puerta,
cruzaré otra o haré otra puerta. Algo maravilloso vendrá, sin importar lo oscuro que esté el presente”.

 

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Qué es la sorpresa

Posted on 17/09/2012 por clicpsicologos
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La sorpresa es sin duda una de las emociones básicas más singulares. De hecho, como primera muestra de su singularidad, cabe destacar la polémica existente entre los psicólogos actuales acerca de sus connotaciones de emoción básica, llegando incluso a cuestionar que se trate de una auténtica emoción. No obstante, son mucho más numerosos los criterios y los autores que sí la incluyen entre las emociones básicas.

Otra singularidad de la emoción de sorpresa proviene de su tono hedónico, ya que aunque anecdóticamente se ha considerado a la sorpresa como una emoción positiva, en realidad se trata de una reacción emocional neutra, que no puede ser clasificada en base a su afecto positivo o negativo, como agradable o desagradable. Por tanto, su singularidad es la de ser la única emoción carente de tono hedónico. Sin embargo, este aspecto no la descalifica como emoción básica, ya que el tono hedónico emocional, además de su polaridad, tiene una gradación, y esta última no sólo depende del tipo de emoción, sino de la intensidad con la que se dispare en cada situación. En este punto conviene hacer una aclaración importante, y es que afecto positivo y afecto negativo no son los dos extremos de un mismo continuo, sino que son sistemas afectivos diferentes y parcialmente independientes entre sí. En efecto, se trata de dos dimensiones unipolares, una positiva y otra negativa, en cuyo punto de intersección se sitúa la sorpresa.

Una última característica propia de la sorpresa viene dada por el hecho de ser la emoción más breve de cuantas existen. De este modo, esta emoción se produce de forma súbita ante una situación novedosa o extraña, y desaparece con la misma rapidez con la que apareció. Además, suele dar lugar, también de un modo muy rápido, a la aparición de otras emociones, en concreto la que sea más congruente con la situación estimular desencadenante de la sorpresa.

De esta manera, se puede definir la sorpresa como una emoción singular, que se caracteriza por su reacción ante algo imprevisto o extraño, y, como consecuencia de ello, la atención, la memoria de trabajo y en general todos los procesos psicológicos se dedican a procesar la estimulación responsable de esta reacción. Las principales condiciones elicitadoras de esta emoción son las siguientes:

  • En general, los estímulos novedosos, de una intensidad entre débil o, como mucho, moderada.
  • La aparición de acontecimientos inesperados o fuera de contexto.
  • Los aumentos bruscos en la intensidad de la estimulación.
  • La interrupción inesperada o el corte de una actividad en curso.

En cuanto a las funciones de la sorpresa, tal y como ocurre con la mayoría de las emociones básicas, las funciones adaptativas son las que juegan un papel más prominente. Así, la sorpresa facilita la aparición de una reacción emocional y conductual apropiadas ante situaciones novedosas. Para ello, elimina las actividades residuales en el sistema nervioso central, que pueden interferir con la reacción apropiada ante las nuevas exigencias de la situación. De este modo, produce el bloqueo de otras actividades y la concentración de esfuerzos en el análisis del evento sorprendente o inesperado, que es mayor cuando las condiciones tienen una alta relevancia motivacional.

La función social de la sorpresa se logra mediante sus claros mecanismos de expresión, que comunican a los demás la situación de incertidumbre y, por tanto, permiten adecuar su comportamiento a dicha condición.

Por último, la función motivacional de la sorpresa se corresponde con una reacción afectiva que cumple el papel de valoración de la situación. Por tanto, se trata de una primera valoración automática de la situación en términos de si es congruente motivacionalmente o no para el organismo. Se trata de una valoración muy rápida, que se corresponde con una especie de respuesta de orientación, y que es predominantemente afectiva y no consciente. Dicha respuesta de orientación comprende un proceso fisiológico – cognitivo de respuesta emocional de curiosidad o aceptación de los estímulos del entorno, preparando al organismo para su recepción y análisis. Así, la sorpresa está asociada a un incremento en la sensibilidad de los órganos sensoriales y a una reducción de los umbrales perceptivos, para aumentar y optimizar la receptividad del organismo, así como para activar los niveles centrales de análisis.

Finalmente, destacar una frase que acuñó el poeta y novelista italiano Cesare Pavese, refiriéndose a las connotaciones positivas y al carácter adaptativo de la sorpresa:

“La sorpresa es el móvil de cada descubrimiento”

 

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Qué es la envidia

Posted on 26/05/2012 por clicpsicologos
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La envidia es una emoción eminentemente social, ya que se trata de una experiencia que tiene sentido únicamente en relación con otras personas. Generalmente, la envidia suele definirse como una experiencia subjetiva de malestar, producida por el bien ajeno y por el deseo de poseer algo que no se tiene.

El carácter social de la envidia ha sido un tema ampliamente estudiado por los psicólogos. Un hecho constatado es que en esta emoción, las reacciones afectivas inducidas se producen por comparación con los demás y, tanto las cogniciones como eventualmente las conductas manifiestas, están dirigidas hacia o en contra de las personas que disponen de lo que carece el envidioso. Una característica de esta emoción es que su valoración moral suele ser muy peyorativa, hasta el punto de que es difícil que alguien admita padecerla, especialmente porque con ella se asume no sólo que se codicia lo que tienen los demás y se desea su mala suerte, sino que, de alguna manera se reconoce una inferioridad respecto a la persona que posee lo que se anhela.

La comparación social es uno de los procesos más relevantes implicados en el autoconcepto y autoestima, ya que los demás sirven como criterio a la hora de valorar nuestras propias capacidades. La envidia se produce frecuentemente cuando los otros superan al envidioso en habilidades, logros, o en cualquier otra variable psicológicamente relevante, ya que la experiencia de envidia depende fundamentalmente de las cuestiones que en realidad son importantes a la hora de establecer el propio autoconcepto.

En una serie de investigaciones llevadas a cabo por los psicólogos Smith, Diener y Garonzik, obtuvieron como resultado principal que a pesar de que los procesos de comparación social son cruciales para que aparezca la emoción de envidia, ésta no se realiza de forma indiscriminada. De hecho, sólo son especialmente relevantes las comparaciones que se realizan con aquellas personas que son equiparables en los aspectos psicológicamente destacables que se consideran. Por ejemplo, la mayoría de las personas no incluyen en su categoría para establecer comparaciones sociales a aquellos individuos que detentan títulos nobiliarios. De este modo, aunque una persona normal desee tener más dinero, no sentirá tanta envidia por la fortuna de un determinado conde, duque o marqués, como por el incentivo económico percibido por un colega que ha realizado bien su trabajo. Por tanto, la envidia es una emoción sumamente injusta, ya que las personas con títulos nobiliarios suelen tener más dinero que el colega en cuestión y en la mayor parte de las ocasiones lo han conseguido con menos esfuerzo.

Por otra parte, la envidia, como cualquier otra experiencia emocional, cumple una serie de funciones psicológicas congruentes con el estado afectivo que se padece, y como es característico de las emociones, los efectos se reflejan en los tres sistemas de respuesta que la componen.

La envidia es una experiencia emocional hedónicamente desagradable, caracterizada por el anhelo de algo que otros poseen y el deseo para ellos de alguna clase de infortunio. Tal y como se ha comentado anteriormente, la envidia suele tener una valoración moral muy negativa en ámbitos socioculturales o ideológicos muy diversos y en este sentido se suele hablar de envidia maliciosa. Por el contrario, forma parte del acervo común la consideración de otro tipo de envidia cualitativamente distinta, a la que suele referirse como envidia sana y con la que se hace referencia a la emoción que surge del deseo de poseer lo ajeno, pero sin que eso implique, ni despojar del mismo a quien disfruta de lo que se anhela, ni que le sobrevenga ninguna desgracia por ello. A pesar de que la envidia sana se caracteriza por pretender lo que poseen los demás, lo cierto es que carece de alguna de las peculiaridades que distinguen a la envidia de otras emociones. En este sentido, la envidia sana no es hedónicamente desagradable, no es moralmente inaceptada y no incluye esa intensa animadversión hacia quien posee el objeto del deseo. Por tanto, si se analiza convenientemente la envidia sana, se puede constatar que se trata de anhelo, fuerte inclinación hacia lo que poseen los demás, determinación de superarse e incluso admiración hacia el otro, pero en ningún caso debe considerarse como envidia propiamente dicha, ya que carece de sus cualidades más sustantivas.

La envidia suele acompañarse de emociones como ira e infelicidad, al tiempo que favorece reacciones de hostilidad y otros sesgos cognitivos que desvirtúan la realidad y favorecen tanto el mantenimiento del propio estado afectivo, como las conductas que le suelen acompañar. Los psicólogos Parrot y Smith describieron seis tipos de episodios emocionales que suelen formar parte de la envidia y que son los siguientes:

  • Deseo de lo que tiene otra persona, consistente en la obsesión recurrente por poseer el objeto o cualidad de otra persona, con los sentimientos de frustración correspondientes, que aparecen ante la dificultad en conseguir lo que se anhela.
  • Hostilidad hacia la otra persona, ya que es común que se perciba como injusto que otros posean lo que se pretende y ello facilita la aparición de hostilidad hacia los responsables.
  • Resentimiento global, que surge cuando la persona no logra identificar y concretar a los responsables de su deseo o anhelo.
  • Admiración por la otra persona, que se produce cuando la persona que siente envidia puede admitir las cualidades del otro, ya que la envidia no implica una alteración del raciocinio.
  • Sentimientos de inferioridad, que se da en aquellos casos en los que la persona que padece envidia reconoce las cualidades de la persona envidiada, si bien este hecho no le lleva a admirarla, sino que le genera profundos sentimientos de inferioridad. Estos sentimientos afectan negativamente al autoconcepto e incluyen reacciones de tristeza, ansiedad y estrés.
  • Sentimientos de culpa, que se producen cuando la propia persona reconoce la envidia que padece y toma conciencia de su injusticia. En estas ocasiones, la persona puede experimentar sentimientos de culpa y vergüenza.

Estos episodios emocionales ocurrirán dependiendo de cómo se interprete la situación y sobre qué aspectos de la misma se enfatice. En la práctica, existe poca probabilidad de que algunas de estas experiencias ocurran a la vez, mientras que otras sí pueden suceder simultáneamente. De esta manera, no es extraño que determinadas personas sientan admiración por otra persona y a la vez sufran sentimientos de inferioridad con respecto a ella. Dos de los procesos cognitivos principales implicados en este último caso están relacionados con las atribuciones de justicia y culpabilidad. Es decir, si el estado de inferioridad en el que se encuentra la persona es debido principalmente a uno mismo, entonces las respuestas más probables serán los sentimientos de inferioridad. Por el contrario, si la persona entiende que la situación asimétrica en la que se encuentra se debe al hecho de haber recibido un trato injusto, las reacciones emocionales y cognitivas más probables serán de ira y hostilidad. Si, además, se da el caso de que la persona envidiada es la responsable de la desventura, lo más probable es que dicho resentimiento se dirija hacia ella mediante emociones todavía más destructivas e intensas, tales como el odio.

El ilustre filósofo y pensador Miguel de Unamuno, se refirió a las connotaciones negativas de la envidia, acuñando la siguiente frase:

“La envidia es mil veces más terrible que el hambre,

porque es hambre espiritual”.

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La disonancia cognitiva, una fuente de malestar psicológico

Posted on 20/05/2012 por clicpsicologos
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La teoría de la Disonancia Cognitiva fue enunciada por Leon Festinger en 1957, considerándose desde entonces una de las más importantes y de mayor aplicación dentro del campo de la Psicología Social. Según reveló el propio Festinger, fueron los resultados de otros autores que investigaban sobre los rumores los que le llevaron a la idea que supuso el eje central en todo el desarrollo posterior de su teoría, es decir, que las personas necesitan una justificación de sus creencias y de su conducta.

La teoría de Festinger supuso un gran acontecimiento para los psicólogos del momento, ya que rebatió algunos de los principios fundamentales del conductismo, poniendo en duda la utilidad del refuerzo para modificar las actitudes. Además fue una teoría muy novedosa, al formular una serie de postulados apoyados en una cuidadosa experimentación, que demostraron cómo la conducta cambia las creencias y las actitudes.

El postulado principal de la teoría es que el ser humano procura lograr que su conducta sea coherente con sus creencias y actitudes. De hecho, ese deseo de coherencia es una de las principales motivaciones humanas, equiparable al hambre o a la frustración, originándose cuando existen cogniciones que no concuerdan entre sí.

La Teoría de la disonancia cognitiva se basa en dos hipótesis básicas, que son las siguientes:

  • La disonancia es psicológicamente incómoda, por lo que la persona trata de reducirla y de lograr la consonancia.
  • Cuando la disonancia está presente, además de intentar reducirla, la persona evita activamente las situaciones e informaciones que podrían aumentarla.

Conceptualmente, la disonancia se puede definir como una experiencia psicológicamente desagradable, que va acompañada de cierta ansiedad e inquietud, y que está provocada por la inconsistencia entre cogniciones.

La idea de cognición a la que alude Festinger en su teoría es muy amplia, entendiéndose como tal, cualquier conocimiento, opinión o creencia sobre el medio, sobre uno mismo, o sobre la propia conducta. De este modo, se considera cualquier elemento de cognición, tanto lo que una persona sabe sobre sí misma, como percepciones, actitudes, creencias o sentimientos sobre el entorno físico o sobre otras personas o grupos. Precisamente es esa generalidad en el planteamiento de la teoría lo que ha hecho que sea aplicable a muchos de los tópicos de los que se ocupa la Psicología y que implican procesos relacionados con cognición, motivación y emoción.

Los elementos de cognición sobre los que se articula la teoría se refieren siempre a aspectos que reflejan realidades físicas, sociales o psicológicas. No obstante, hay que hacer hincapié en que se trata de una visión de la realidad subjetiva y propia de cada persona. En este sentido, la persona puede vivir el contenido de esas cogniciones como real, aunque objetivamente no lo sea.

La disonancia puede surgir por múltiples causas. Una de ellas es la inconsistencia lógica entre creencias porque son contradictorias. Por ejemplo, en aquellas ocasiones en que una persona contrapone las ideas sobre el origen del mundo descritas en la Biblia con las procedentes de las teorías de la evolución. Otra causa frecuente de la disonancia tiene su origen en convencionalismos sociales. Ese sería el caso de una persona que asiste con ropa inadecuada a una recepción en la se exige traje de gala. Dado que su conducta no es consonante con lo que la cultura ha determinado como conveniente en esa situación, es fácil que experimente disonancia. Asimismo, cada vez que una persona actúa en contra de actitudes previas, lo común es que experimente disonancia, como en el caso de una persona que se considera ecologista y no recicla los desperdicios.

La magnitud de la disonancia o, lo que es lo mismo, el mayor o menor grado de malestar psicológico, depende de la relación entre diferentes cogniciones. Que esa relación entre elementos de conocimiento sea más o menos disonante viene determinado, fundamentalmente, por dos factores:

  • La proporción de cogniciones disonantes en relación con las cogniciones consonantes.
  • La importancia de cada una de esas cogniciones para la persona.

Como ya se ha mencionado anteriormente, una vez que ha aparecido la disonancia, la persona intentará reducirla para recuperar el bienestar psicológico. La motivación para reducir la disonancia va a depender de la intensidad con la que se manifieste. De este modo, cuanto mayor sea el malestar psicológico, mayor será el empeño en disminuir esa incomodidad.

De entre todas las alternativas existentes para reducir la disonancia cognitiva, el ser humano tiende a escoger aquella que personalmente le resulta más sencilla y eficaz en un determinado momento. En general dichas alternativas son las siguientes:

  • Eliminar cogniciones disonantes.
  • Añadir cogniciones consonantes.
  • Reducir la importancia de las cogniciones disonantes.
  • Aumentar la importancia de las cogniciones consonantes.

Que los seres humanos cambien unos elementos u otros depende de la resistencia al cambio de cada uno de ellos. El factor más importante para la resistencia al cambio es que la cognición se corresponda con la realidad, ya que resulta muy difícil modificar creencias que surgen de la evidencia o que se relacionan con el ambiente, cuando la realidad es clara e inequívoca.

La Teoría de la disonancia cognitiva está muy influenciada por los factores socioculturales. De hecho, en muchas ocasiones, la realidad no es una verdad clara, sino que se trata de algún asunto establecido socialmente y por común acuerdo con otras personas. En este tipo de situaciones, encontrar a otras personas que apoyen las nuevas cogniciones puede ser una forma de reducir la disonancia. Por ejemplo, tomando el caso de una persona que deja de creer en las consignas del líder de su partido y modifica sus convicciones respecto a la capacitación de ese individuo para ejercer su puesto. Si esa persona encuentra otros miembros del partido que apoyen ese cambio en sus opiniones sobre el líder, le será más fácil reducir la disonancia producida por su cambio de actitud.

En aquellas ocasiones en que la disonancia se produce como resultado de haber realizado una conducta contraria a una determinada actitud, modificar esa conducta es la forma más eficaz de reducir la disonancia. No obstante hay una serie de circunstancias que dificultan el cambio de acciones, entre las que destacan las siguientes:

  • Cuando modificar la acción genera algún tipo de pérdida. Un ejemplo sería el caso de un empleado de una empresa que realiza un exceso de llamadas telefónicas privadas. La disonancia surge de su conciencia de cometer una acción poco ética que puede costarle el empleo y de su constatación de que se está beneficiando y ahorrando una suma de dinero. En un caso así, la resistencia al cambio se explica por la magnitud de la pérdida que dicho cambio provocaría.
  • Cuando la conducta es muy satisfactoria, y lo sería plenamente de no ser por la disonancia. Un ejemplo sería el de un ludópata que obtiene una gran satisfacción cuando la conducta está presente, aunque le provoque disonancia el tener que afrontar las consecuencias que le acarrea el juego.
  • Cuando el cambio es imposible, por tratarse de conductas que la persona no tiene en su repertorio de habilidades o porque las conductas no se hallan bajo el control voluntario del sujeto.

Finalmente, se puede afirmar que, en determinadas ocasiones, el malestar psicológico producido por la disonancia cognitiva requiere la intervención del psicólogo. En estos casos, el profesional ayuda a detectar la disonancia cognitiva y proporciona habilidades necesarias para que el sujeto deje de actuar en base a este fenómeno y comience a tomar las riendas de su propia vida.

 

 

 

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