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Archivo de la etiqueta: emociones básicas

Qué es el asco

Posted on 24/10/2012 por clicpsicologos
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La emoción de asco, aversión o repugnancia ha sido reconocida como una emoción básica desde el pionero trabajo de Darwin. Se considera como una emoción básica porque  una expresión universal también innata, un único estado motivacional – afectivo y un patrón de respuesta asociado que es relativamente estable a lo largo de distintas situaciones, culturas e incluso especies. De forma semejante a otras emociones básicas, los psicólogos han reconocido las siguientes características en la emoción de asco:

  • Una expresión facial concreta.
  • Una conducta específica, que consiste en el distanciamiento  del objeto o situación que la produce.
  • Una manifestación fisiológica distintiva, que se expresa a través de la náusea.
  • Una sensación característica, que se denomina repulsión.

En el sentido más general del término, el asco define una marcada aversión producida por algo que la persona que lo experimenta considera como fuertemente desagradable o repugnante. Por tanto, el asco es la respuesta emocional causada por la repugnancia que se tiene a alguna cosa o por una impresión desagradable causada por algo. Se trata de una emoción compleja, que implica una respuesta de rechazo hacia un determinado objeto en base a sus características desagradables, hacia un acontecimiento psicológico determinado o hacia valores morales que la persona considera como repugnantes y poco éticos.

Determinados estudios realizados desde el ámbito de la Psicología han conseguido aislar una serie de elementos y factores que dan lugar a la emoción de asco. Entre dichos elementos, destacan los siguientes:

  • Ciertos alimentos tales como la comida putrefacta o maloliente.
  • Las secreciones corporales como las heces, saliva, flemas, etc…
  • Ciertos animales o bichos como cucarachas, piojos, gusanos, ratas, etc…
  • Algunas conductas sexuales inapropiadas como la zoofilia, el incesto, etc…
  • El contacto con cuerpos muertos.
  • Trozos corporales, tales como miembros seccionados, deformidades, vísceras, heridas y sangre.
  • La falta de higiene y los contactos potenciales con objetos que producen repugnancia como la ropa usada, manchas, restos de alimentos, etc…

Así pues, los desencadenantes del asco son los estímulos desagradables potencialmente peligrosos o molestos, como por ejemplo la comida descompuesta, los olores corporales o la contaminación ambiental. También producen reacción de asco una amplia gama sensorial de estímulos condicionados aversivos, mientras que los estímulos incondicionados suelen ser olfativos o gustativos. No obstante, conviene destacar que existen importantes diferencias individuales en cuanto a la sensibilidad para experimentar la emoción de asco.

En cuanto a las funciones de esta emoción, la más significativa es la función adaptativa, ya que prepara al organismo para que ejecute eficazmente un rechazo de las condiciones ambientales potencialmente dañinas, movilizando la energía necesaria para ello y dirigiendo la conducta al alejamiento del estímulo desencadenante. De este modo, parece evidente que el asco tiene como finalidad funcional potenciar los hábitos saludables, higiénicos y, en última instancia, adaptativos. Para ello, estimula la generación de respuestas de escape o evitación de situaciones desagradables o que se presenten como potencialmente dañinas para la salud. En este sentido, numerosos estudios han puesto de manifiesto que la emoción de asco tuvo una importancia transcendental en las vidas de nuestros antepasados, debido fundamentalmente a la presión de las enfermedades infecciosas y su influencia en la supervivencia.

Otra de las funciones principales de esta emoción es la función social, facilitando la aparición de las conductas apropiadas. Con este objetivo, la expresión de asco permite a los demás predecir el comportamiento asociado con esta emoción, lo cual tiene un indudable valor en los procesos de relación interpersonal. Así, por ejemplo, si en el transcurso de una comida el primero que prueba un plato pone cara de asco, previene inmediatamente al resto de los comensales. Por tanto dicha emoción facilita la interacción social y controla la conducta de los demás, permitiendo la comunicación de estados afectivos asociados y promoviendo conductas prosociales.

Finalmente conviene señalar una vertiente muy negativa del asco y es que también ha sido utilizado como un mecanismo de control social. Así, desde determinadas instancias, se ha llegado a sugerir que el asco interpersonal se encuentra en la base del trato discriminatorio a otras personas en base a su apariencia física, sexualidad, estatus social o raza. De este modo, resulta evidente que el asco juega un importante papel en los juicios morales y en la violencia étnica.

A modo de conclusión, se puede afirmar que el asco tiene metas y tendencias de acción, así como pensamientos y sentimientos, que son claramente distintivos. La función motivacional central es la de potenciar los hábitos saludables, higiénicos y adaptativos. De hecho, se ha llegado a conceptualizar el asco como un rechazo de nuestra naturaleza animal, a la vez que como una suerte de motor de la evolución de la civilización.

 

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Qué es la sorpresa

Posted on 17/09/2012 por clicpsicologos
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La sorpresa es sin duda una de las emociones básicas más singulares. De hecho, como primera muestra de su singularidad, cabe destacar la polémica existente entre los psicólogos actuales acerca de sus connotaciones de emoción básica, llegando incluso a cuestionar que se trate de una auténtica emoción. No obstante, son mucho más numerosos los criterios y los autores que sí la incluyen entre las emociones básicas.

Otra singularidad de la emoción de sorpresa proviene de su tono hedónico, ya que aunque anecdóticamente se ha considerado a la sorpresa como una emoción positiva, en realidad se trata de una reacción emocional neutra, que no puede ser clasificada en base a su afecto positivo o negativo, como agradable o desagradable. Por tanto, su singularidad es la de ser la única emoción carente de tono hedónico. Sin embargo, este aspecto no la descalifica como emoción básica, ya que el tono hedónico emocional, además de su polaridad, tiene una gradación, y esta última no sólo depende del tipo de emoción, sino de la intensidad con la que se dispare en cada situación. En este punto conviene hacer una aclaración importante, y es que afecto positivo y afecto negativo no son los dos extremos de un mismo continuo, sino que son sistemas afectivos diferentes y parcialmente independientes entre sí. En efecto, se trata de dos dimensiones unipolares, una positiva y otra negativa, en cuyo punto de intersección se sitúa la sorpresa.

Una última característica propia de la sorpresa viene dada por el hecho de ser la emoción más breve de cuantas existen. De este modo, esta emoción se produce de forma súbita ante una situación novedosa o extraña, y desaparece con la misma rapidez con la que apareció. Además, suele dar lugar, también de un modo muy rápido, a la aparición de otras emociones, en concreto la que sea más congruente con la situación estimular desencadenante de la sorpresa.

De esta manera, se puede definir la sorpresa como una emoción singular, que se caracteriza por su reacción ante algo imprevisto o extraño, y, como consecuencia de ello, la atención, la memoria de trabajo y en general todos los procesos psicológicos se dedican a procesar la estimulación responsable de esta reacción. Las principales condiciones elicitadoras de esta emoción son las siguientes:

  • En general, los estímulos novedosos, de una intensidad entre débil o, como mucho, moderada.
  • La aparición de acontecimientos inesperados o fuera de contexto.
  • Los aumentos bruscos en la intensidad de la estimulación.
  • La interrupción inesperada o el corte de una actividad en curso.

En cuanto a las funciones de la sorpresa, tal y como ocurre con la mayoría de las emociones básicas, las funciones adaptativas son las que juegan un papel más prominente. Así, la sorpresa facilita la aparición de una reacción emocional y conductual apropiadas ante situaciones novedosas. Para ello, elimina las actividades residuales en el sistema nervioso central, que pueden interferir con la reacción apropiada ante las nuevas exigencias de la situación. De este modo, produce el bloqueo de otras actividades y la concentración de esfuerzos en el análisis del evento sorprendente o inesperado, que es mayor cuando las condiciones tienen una alta relevancia motivacional.

La función social de la sorpresa se logra mediante sus claros mecanismos de expresión, que comunican a los demás la situación de incertidumbre y, por tanto, permiten adecuar su comportamiento a dicha condición.

Por último, la función motivacional de la sorpresa se corresponde con una reacción afectiva que cumple el papel de valoración de la situación. Por tanto, se trata de una primera valoración automática de la situación en términos de si es congruente motivacionalmente o no para el organismo. Se trata de una valoración muy rápida, que se corresponde con una especie de respuesta de orientación, y que es predominantemente afectiva y no consciente. Dicha respuesta de orientación comprende un proceso fisiológico – cognitivo de respuesta emocional de curiosidad o aceptación de los estímulos del entorno, preparando al organismo para su recepción y análisis. Así, la sorpresa está asociada a un incremento en la sensibilidad de los órganos sensoriales y a una reducción de los umbrales perceptivos, para aumentar y optimizar la receptividad del organismo, así como para activar los niveles centrales de análisis.

Finalmente, destacar una frase que acuñó el poeta y novelista italiano Cesare Pavese, refiriéndose a las connotaciones positivas y al carácter adaptativo de la sorpresa:

“La sorpresa es el móvil de cada descubrimiento”

 

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El afrontamiento emocional

Posted on 26/06/2012 por clicpsicologos
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El afrontamiento describe los cambios comportamentales producidos por las emociones y que hacen que las personas se preparen para la acción. De hecho, muchos psicólogos consideran que el afrontamiento se constituye como un conjunto de esfuerzos cognitivos y conductuales, que están en un constante cambio para adaptarse a las condiciones desencadenantes, y que se desarrollan para manejar las demandas, tanto internas como externas, que son valoradas como excedentes o desbordantes para los recursos de la persona. El afrontamiento es, por tanto, un proceso psicológico que se pone en marcha cuando en el entorno se producen cambios no deseados que generan estrés, o cuando las consecuencias de estos sucesos no son las deseables.

El aprendizaje y la cultura filtran decisivamente también los procesos de afrontamiento, de tal modo que las formas primitivas y básicas de afrontamiento propias de las emociones básicas se transforman habitualmente a formas de afrontamiento extendido, más cercano a la resolución  de problemas que a los patrones automáticos de conducta. Estas formas de afrontamiento extendido tienden a sobregeneralizarse, puesto que todo afrontamiento que ha sido utilizado con éxito en la resolución de una situación emocional, tiende a ser utilizado persistentemente tras desaparecer el problema que originó su movilización e incluso, en ocasiones, se mantiene y ejecuta ante nuevas situaciones en las que no es funcional su utilización. De forma equivalente, si una forma de afrontamiento fracasa, la sobregeneralización puede acarrear su abandono, incluso ante situaciones frente a las que sí sería funcional y pertinente su uso, pudiendo llegar incluso a generar situaciones de indefensión.

La tendencia a la sobregeneralización facilita el desarrollo de los denominados estilos de afrontamiento, que son formas personales propias y características de afrontamiento que cada sujeto ejerce preferentemente para responder ante las emociones.

Son varias las dimensiones a lo largo de las cuales se desarrollan estas formas de afrontamiento extendido. Atendiendo, en primer lugar, al método utilizado en el afrontamiento, distinguimos entre el afrontamiento activo que moviliza esfuerzos para la solución de la situación, del afrontamiento pasivo en el que se inhibe toda actuación. Atendiendo a la focalización del afrontamiento, se distingue entre el afrontamiento dirigido al problema, en el que se intentan controlar las condiciones responsables del problema, del afrontamiento dirigido a la respuesta emocional, en el que se pretende controlar la propia respuesta emocional observable. Por su parte, atendiendo al tipo de actividad movilizada en el afrontamiento, se distingue entre formas de actividad cognitiva o actividad conductual. Finalmente, otra dimensión recoge los esfuerzos encaminados a la evaluación situacional inicial, que focalizan el esfuerzo en obtener más información para analizar con más profundidad la situación.

Con respecto al afrontamiento de las principales emociones, en el caso del miedo, la principal preparación para la acción de la respuesta emocional de  miedo es la facilitación de respuestas de escape o evitación ante situaciones peligrosas. De hecho si la huida no es posible o no es deseada, el miedo también motiva a afrontar los peligros. En cualquier caso, el miedo constituye una respuesta funcional que intenta fomentar la protección de las personas. Por otra parte, el afrontamiento de la ira cumple una variedad de funciones adaptativas, incluyendo la organización y regulación de procesos internos, psicológicos y fisiológicos, relacionados con la autodefensa, así como la regulación de conductas sociales e interpersonales. La principal preparación para la acción es un impulso para atacar, con la finalidad de eliminar los obstáculos que impiden la consecución de los objetivos deseados y que generan frustración. Por último y con respecto a la tristeza, la mayor parte de los trabajos sobre las consecuencias de la tristeza parecen indicar que ésta reduce la actividad de la persona por focalizarla hacia uno mismo, previniendo traumas y facilitando la recuperación de energía. Además, también se ha considerado que la tristeza cumple funciones de cohesión con otras personas, ya que permite tanto comunicar el bajo estado anímico como solicitar la ayuda de los demás.

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Qué es el miedo

Posted on 11/05/2012 por clicpsicologos
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La emoción de miedo es la más primitiva de todas, encontrándose asociada a la principal característica o finalidad de cualquier ser vivo, es decir, la supervivencia. Dicha emoción ha recibido mucha atención por parte de los psicólogos y el propio Sigmund Freud llegó a considerarla como el problema central de la neurosis.

En cuanto a los desencadenantes de la emoción de miedo, al igual que con el resto de emociones, resultan muy difíciles de acotar, ya que cualquier estímulo puede dar lugar al miedo en alguna persona. El prestigioso biólogo Mayr  propuso la existencia de tres tipos de miedos distintos en función del estímulo desencadenante:

  • Miedo no comunicativo, producido como consecuencia de seres no vivos.
  • Miedo ínterespecífico, que surge en relación a otros animales.
  • Miedo intraespecífico, que se produce como consecuencia de otros individuos de la misma especie.

El denominador común en todas las situaciones que producen miedo es su capacidad para poner en funcionamiento en la persona el sistema de conducta aversiva, que proporciona la activación necesaria para evitar la situación o escapar de ella. En este sentido, diversos estudios llevados a cabo por prestigiosos psicólogos obtuvieron que existe una especial preprogramación para experimentar miedo ante determinadas situaciones, tales como depredadores, semejantes hostiles o desastres naturales. La activación rápida y automática de las respuestas de evitación se encuentra programada en la dotación genética de prácticamente todos los mamíferos, incluido el ser humano. De este modo, cuanto antes se active el sistema de evitación o escape, más probable será que ese individuo consiga el éxito, entendiendo dicho éxito en términos de incremento en la probabilidad de lograr la adaptación y la supervivencia.

En general, se produce la emoción de miedo cuando existe un estímulo, evento o situación que, tras la valoración realizada por el individuo, resulta significativamente relacionada con la amenaza física, psíquica o social del organismo. El proceso de valoración asociado a la emoción de miedo tiene connotaciones de pérdida, de ocurrencia futura y de relativa inmediatez. Por ejemplo, la mayor parte de los seres humanos tienen miedo a la muerte, si bien sólo sienten miedo auténtico cuando perciben que la muerte está próxima. La inmediatez denota peligro, y el peligro desencadena la emoción de miedo.

Las funciones del miedo se encuentran relacionadas con la adaptación. Es decir, una persona que siente miedo toma conciencia de la dificultad de la situación y de lo que puede perder, y como consecuencia de esos análisis, actúa escapando o enfrentándose a dicha situación. Es por esta razón que la emoción de miedo adquiere connotaciones de potencial motivadora de conductas relacionadas con la supervivencia, actuando como una especie de sensor que avisa del riesgo vital

Por otra parte, existe una asociación entre el tipo de situación que produce la emoción de miedo y el patrón psicofisiológico que se activa. Así, cuando la emoción de miedo se produce por la ocurrencia de un estímulo que permite la conducta de escape, como podría ser la presencia de un depredador, la respuesta psicofisiológica se caracteriza por un incremento en la frecuencia cardíaca así como por una facilitación de los reflejos de defensa. Sin embargo, cuando el estímulo que produce la emoción de miedo es por ejemplo un cadáver con signos de violencia, la respuesta psicofisiológica se caracteriza por una inmovilización corporal y una disminución de la frecuencia cardíaca.

En términos generales, las manifestaciones conductuales asociadas a la emoción de miedo tienen que ver con la evitación o con el afrontamiento de la situación o evento que amenaza la integridad de un individuo, si bien dicha amenaza no tiene por qué ser real, simplemente llega con que el individuo perciba la situación como amenazante. A la hora de afrontar o evitar los estímulos desencadenantes del miedo, los individuos pueden hacerlo de una manera activa o pasiva.

Un aspecto muy importante y que ha generado cierto debate en el ámbito de la psicología, tiene que ver con la relación entre miedo y ansiedad, ya que determinados factores relacionados con el miedo se solapan con factores propios de la ansiedad y viceversa. Sobre esta relación entre miedo y ansiedad han surgido diferentes perspectivas a lo largo de la historia. De hecho, Freud habló de la ansiedad como un componente relacionado con la expectativa de un trauma, ya que observó que la ansiedad se encontraba relacionada con la expectativa y las personas estaban más ansiosas cuando esperaban que ocurriera algo. Otra perspectiva clásica fue la de Sullivan, que estableció una  distinción entre miedo y ansiedad, manteniendo que por una parte el miedo era una reacción de auto protección a una situación nueva o aversiva, mientras que la ansiedad  tenía un mayor componente cultural y relacionado con la educación de cada persona. En este sentido, para Sullivan, el miedo se trataba de una respuesta incondicionada a estímulos potencialmente destructivos o nocivos, mientras que la ansiedad constituía una respuesta condicionada de miedo que aparecía fundamentalmente ante situaciones nuevas. Otras visiones más modernas y actuales son la de Eysenck, que consideró la ansiedad como un caso concreto de miedo aprendido, o la postura mantenida por Gray, que sostuvo que la ansiedad puede ser entendida, bien como un estado de miedo elicitado por ciertos estímulos condicionados asociados al castigo, bien como la anticipación de la frustración producida por otros estímulos.

Por último, decir que el miedo constituye una emoción básica muy compleja, tanto a la hora de delimitarla como de entenderla. Dado su carácter universal, unido al hecho de que todos los seres humanos en algún momento de sus vidas han sentido miedo, lo cierto es que muchas personas, procedentes de diferentes ámbitos, se han interesado por dicha emoción. Entre ellas Pablo Neruda, que escribió los siguientes versos acerca del miedo:

Tengo miedo de todo el mundo,
del agua fría, de la muerte.
Soy como todos los mortales,
inaplazable.

Por eso en estos cortos días
no voy a tomarlos en cuenta,
voy a abrirme y voy a encerrarme
con mi más pérfido enemigo.

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