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Archivo de la etiqueta: emociones

El Trastorno Narcisista

Posted on 05/09/2012 por clicpsicologos
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El Narcisismo supone una alusión al mito de Narciso, es decir, amor a la imagen de sí mismo. De hecho, según la mitología griega, al ir a beber a un arroyo, Narciso se fascinó enormemente por la belleza de su propio reflejo en el agua, sin atreverse a beber por miedo a dañarlo e incapaz de dejar de mirarlo. Finalmente murió contemplando su reflejo y la flor que lleva su nombre creció en el lugar de su muerte.

El concepto de Narcisismo fue introducido en el ámbito de la Psicología a partir del Psicoanálisis de Sigmund Freud, con su obra “Introducción del Narcisismo”. No obstante este término ha ido evolucionando y en la actualidad los psicólogos lo emplean para referirse a una serie de rasgos propios de la personalidad normal que, sin embargo, también puede aparecer como una forma patológica extrema en determinados trastornos de la personalidad, tales como el Trastorno Narcisista de la Personalidad. 

Con respecto al Trastorno Narcisista de la Personalidad, se engloba dentro de los denominados trastornos de la personalidad, que se manifiestan como patrones permanentes e inflexibles de experiencia interna y de comportamiento, que se apartan de las expectativas de la cultura del sujeto, que son estables a lo largo del tiempo y que le generan diversos malestares o perjuicios al individuo o a los que le rodean. La característica esencial del Trastorno Narcisista es que se manifiesta en el sujeto como un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración y una marcada falta de empatía para con las demás personas. Los sujetos con este trastorno tienden a sobrevalorar sus capacidades y exagerar sus conocimientos y cualidades, con lo que habitualmente suelen ser percibidos como excesivamente orgullosos o presuntuosos. Este trastorno suele manifestarse durante la adolescencia, siendo más frecuente en hombres que en mujeres.

El área de las relaciones interpersonales se encuentra profundamente afectada en los sujetos que padecen un Trastorno Narcisista de la Personalidad, ya que tienden a creerse únicos y superiores a las personas que les rodean, necesitando un continuo reconocimiento por parte de los demás para sentirse satisfechos. Además, estos sujetos suelen pensar que sólo les pueden comprender o que sólo pueden relacionarse con otras personas especiales o de alto status. 

Otra característica de los sujetos que padecen un Trastorno Narcisista de la Personalidad es su marcada falta de empatía. En este sentido, es frecuente que presenten dificultades a la hora de reconocer e interpretar los sentimientos y emociones de los demás, mostrando en todo momento comportamientos arrogantes, soberbios y centrados única y exclusivamente en sí mismos. Además, a pesar de que los sujetos que padecen este trastorno demandan continuamente la atención de las personas que les rodean, lo cierto es que su autoestima suele ser bastante frágil. De hecho, aunque tal vez no lo demuestren abiertamente, las críticas pueden obsesionar en exceso a estos sujetos, haciendo que se sientan humillados, degradados, hundidos y vacíos. De este modo, dichas experiencias suelen conducir al retraimiento social o a una apariencia de humildad que puede enmascarar y proteger la grandiosidad. Por tanto, las relaciones interepersonales están habitualmente dañadas, debido fundamentalmente a los problemas derivados de su necesidad de admiración y de la relativa falta de interés por la sensibilidad de los demás.  

Finalmente, destacar que los rasgos de personalidad narcisistas son bastante frecuentes, apareciendo incluso en sujetos que han conseguido éxito y prosperidad en sus vidas. No obstante, estos rasgos sólo constituyen un Trastorno Narcisista de la Personalidad cuando son inflexibles, desadaptativos y persistentes, ocasionando un deterioro funcional significativo o malestar subjetivo en el individuo.

 

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El afrontamiento emocional

Posted on 26/06/2012 por clicpsicologos
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El afrontamiento describe los cambios comportamentales producidos por las emociones y que hacen que las personas se preparen para la acción. De hecho, muchos psicólogos consideran que el afrontamiento se constituye como un conjunto de esfuerzos cognitivos y conductuales, que están en un constante cambio para adaptarse a las condiciones desencadenantes, y que se desarrollan para manejar las demandas, tanto internas como externas, que son valoradas como excedentes o desbordantes para los recursos de la persona. El afrontamiento es, por tanto, un proceso psicológico que se pone en marcha cuando en el entorno se producen cambios no deseados que generan estrés, o cuando las consecuencias de estos sucesos no son las deseables.

El aprendizaje y la cultura filtran decisivamente también los procesos de afrontamiento, de tal modo que las formas primitivas y básicas de afrontamiento propias de las emociones básicas se transforman habitualmente a formas de afrontamiento extendido, más cercano a la resolución  de problemas que a los patrones automáticos de conducta. Estas formas de afrontamiento extendido tienden a sobregeneralizarse, puesto que todo afrontamiento que ha sido utilizado con éxito en la resolución de una situación emocional, tiende a ser utilizado persistentemente tras desaparecer el problema que originó su movilización e incluso, en ocasiones, se mantiene y ejecuta ante nuevas situaciones en las que no es funcional su utilización. De forma equivalente, si una forma de afrontamiento fracasa, la sobregeneralización puede acarrear su abandono, incluso ante situaciones frente a las que sí sería funcional y pertinente su uso, pudiendo llegar incluso a generar situaciones de indefensión.

La tendencia a la sobregeneralización facilita el desarrollo de los denominados estilos de afrontamiento, que son formas personales propias y características de afrontamiento que cada sujeto ejerce preferentemente para responder ante las emociones.

Son varias las dimensiones a lo largo de las cuales se desarrollan estas formas de afrontamiento extendido. Atendiendo, en primer lugar, al método utilizado en el afrontamiento, distinguimos entre el afrontamiento activo que moviliza esfuerzos para la solución de la situación, del afrontamiento pasivo en el que se inhibe toda actuación. Atendiendo a la focalización del afrontamiento, se distingue entre el afrontamiento dirigido al problema, en el que se intentan controlar las condiciones responsables del problema, del afrontamiento dirigido a la respuesta emocional, en el que se pretende controlar la propia respuesta emocional observable. Por su parte, atendiendo al tipo de actividad movilizada en el afrontamiento, se distingue entre formas de actividad cognitiva o actividad conductual. Finalmente, otra dimensión recoge los esfuerzos encaminados a la evaluación situacional inicial, que focalizan el esfuerzo en obtener más información para analizar con más profundidad la situación.

Con respecto al afrontamiento de las principales emociones, en el caso del miedo, la principal preparación para la acción de la respuesta emocional de  miedo es la facilitación de respuestas de escape o evitación ante situaciones peligrosas. De hecho si la huida no es posible o no es deseada, el miedo también motiva a afrontar los peligros. En cualquier caso, el miedo constituye una respuesta funcional que intenta fomentar la protección de las personas. Por otra parte, el afrontamiento de la ira cumple una variedad de funciones adaptativas, incluyendo la organización y regulación de procesos internos, psicológicos y fisiológicos, relacionados con la autodefensa, así como la regulación de conductas sociales e interpersonales. La principal preparación para la acción es un impulso para atacar, con la finalidad de eliminar los obstáculos que impiden la consecución de los objetivos deseados y que generan frustración. Por último y con respecto a la tristeza, la mayor parte de los trabajos sobre las consecuencias de la tristeza parecen indicar que ésta reduce la actividad de la persona por focalizarla hacia uno mismo, previniendo traumas y facilitando la recuperación de energía. Además, también se ha considerado que la tristeza cumple funciones de cohesión con otras personas, ya que permite tanto comunicar el bajo estado anímico como solicitar la ayuda de los demás.

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Relaciones interpersonales y apoyo social

Posted on 21/06/2012 por clicpsicologos
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Las personas somos seres eminentemente sociales y por tanto establecemos diversos tipos de relaciones interpersonales a lo largo de nuestras vidas. Dichas relaciones forman parte esencial de nuestra esfera social y sin ellas la vida humana sería inconcebible. En este sentido, diversos psicólogos de prestigio como Baumeister y Leary afirman que la necesidad de pertenencia o integración es una motivación humana básica, que consiste en un fuerte impulso para formar y mantener una serie de relaciones interpersonales duraderas, positivas y significativas. Además, estos autores sostienen que la satisfacción de este impulso implica los siguientes factores:

• Necesidad de interacciones frecuentes y afectivamente agradables con varias personas.

• Estas interacciones han de ocurrir en el contexto de un marco temporalmente estable y duradero de preocupación afectiva por el bienestar de la otra persona.

La soledad y la falta de pertenencia producen una privación grave y, en consecuencia numerosos trastornos entre los que destacan la depresión, baja autoestima y falta de habilidades sociales.

Las principales investigaciones llevadas a cabo desde el ámbito de la psicología han puesto de manifiesto que las relaciones interpersonales están estrechamente vinculadas con el bienestar de las personas y que tras la mayor parte de los comportamientos, cogniciones y emociones humanas, subyacen motivaciones sociales.

Otro hallazgo importante sobre las relaciones interpersonales, es que más que las características objetivas de las redes sociales de las personas, lo que parece mucho más importante de cara a la salud es si dichas redes proporcionan o no apoyo social. En este sentido, el apoyo social se compone de cuatro dimensiones fundamentales:

• Apoyo social emocional, que está relacionado con la estima, el afecto y la confianza que reciben las personas. De todos los tipos de apoyo, éste suele ser el que está más relacionado con la salud y el bienestar. De hecho las expresiones de afecto y cariño pueden tener efectos beneficiosos sobre múltiples factores asociados a la ansiedad y al estrés.

• Apoyo social instrumental, que tiene ver con la ayuda material que una persona recibe. Este tipo de apoyo, para ser efectivo, debe estar estrechamente vinculado con el factor estresante.

• Apoyo social empático, que se relaciona con los componentes de auto – afirmación, recepción de retroalimentación y de comparación social. Este tipo de apoyo proporciona validez y seguridad a las creencias y capacidades de las personas. Además incrementa la probabilidad de que los individuos afronten con realismo las demandas del medio.

• Apoyo informativo, que hace referencia a los consejos y sugerencias que reciben las personas. Este tipo de apoyo puede influir en las conductas relacionadas con la salud, o puede ayudar a evitar situaciones estresantes o arriesgadas. Es conveniente aclarar que el apoyo informativo no es igual a la información general que recibe un sujeto, sino más bien la información procedente de las personas con quienes se mantienen vínculos estrechos. De esta manera, es mucho más probable que una persona fume o beba alcohol si en su círculo familiar y de amistades estas conductas están extendidas y son ampliamente aceptadas que si no lo son.

En la actualidad hay dos líneas principales de investigación con referencia al apoyo social. El primer grupo de investigaciones se centran en medir si la persona se siente querida, valorada y si percibe que dispone de gente que le puede proporcionar ayuda en caso de necesitarla. Se trata, pues, de una percepción del apoyo social orientada hacia el futuro. Por su parte, la otra línea de investigación concibe el apoyo social en relación con el pasado, analizando si la persona ha recibido apoyo emocional, instrumental, informativo y empático a lo largo de su vida. Los resultados obtenidos han mostrado que los índices de apoyo social orientados hacia el futuro están más relacionados con la salud y el bienestar de las personas que los índices que se basan en el pasado.

Teniendo en cuenta lo anterior, se puede concluir que las relaciones interpersonales y el apoyo social son factores que tienen una gran importancia en la vida de las personas, proporcionando efectos beneficiosos tanto en la salud física como en la salud psíquica.

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Las actitudes

Posted on 12/06/2012 por clicpsicologos
308

En la actualidad la mayor parte de los psicólogos coinciden en definir las actitudes como evaluaciones globales y relativamente estables que las personas hacen sobre otras personas, ideas o cosas que, técnicamente, reciben la denominación de objetos de actitud. De manera más concreta, al hablar de actitudes se hace referencia al grado positivo o negativo con que las personas tienden a juzgar cualquier aspecto de la realidad. De este modo, las evaluaciones o juicios generales que caracterizan la actitud pueden ser positivas, negativas o neutras y además pueden variar en su grado de polarización.

Los seres humanos presentan actitudes hacia cualquier objeto de actitud imaginable, tales como objetos materiales, personas, situaciones o ideas. A su vez, dichos objetos de actitud pueden ser concretos o abstractos.

Otra de las características esenciales de las actitudes es que constituyen un fenómeno mental. Es decir, reflejan una tendencia evaluativa que no es directamente observable desde fuera del propio sujeto. Por tanto, se hace necesario inferir las actitudes de las personas a partir de ciertos indicadores. Por otra parte, dichas evaluaciones o juicios presentan una estructura tripartita compuesta por los siguientes componentes:

  • Componente cognitivo, que incluye los pensamientos y creencias de la persona acerca del objeto de actitud.
  • Componente afectivo, que agrupa los sentimientos y emociones asociados al objeto de actitud.
  • Componente conductual, que recoge las intenciones o disposiciones a la acción, así como los comportamientos dirigidos hacia el objeto de actitud.

Las personas poseen actitudes hacia la mayoría de estímulos que les rodean. Incluso para aquellos objetos para los cuales podemos no tener ningún conocimiento ni experiencia, enseguida podemos evaluarlos en la dimensión bueno – malo, o me gusta – no me gusta. Si bien, la formación de alguna de estas evaluaciones puede estar influida por aspectos genéticos, como parece ocurrir con ciertos estímulos muy concretos, tales como serpientes, arañas o determinados sonidos y sabores, y cuyo origen parece radicar en mecanismos relativamente innatos que han favorecido a la especie en épocas ancestrales, la mayoría de las actitudes tienen sus raíces en el aprendizaje y el desarrollo social. De esta forma, muchas actitudes se adquieren de alguna de las siguientes maneras:

  • Por condicionamiento instrumental, es decir, por medio de los premios y castigos que recibimos por nuestra conducta.
  • Por modelado o imitación de otros.
  • Por refuerzo vicario u observación de las consecuencias de la conducta de otros.

En cuanto a la función de este tipo de evaluaciones o juicios sobre la realidad, los psicólogos suelen hacer referencia a tres funciones principales, que son la de organización del conocimiento, la instrumental y la de identidad.

Con respecto a la función de organización del conocimiento, ésta se manifiesta estructurando, organizando y dando coherencia a todo el mundo estimular que se presenta ante nosotros, consiguiendo así una mejor adaptación al ambiente con el que interactuamos. Además, el hecho de que nuestro conocimiento del mundo esté organizado en términos evaluativos, afecta a la forma en que procesamos cualquier información. Así, los procesos de exposición y atención a cualquier estímulo, su codificación a través de la percepción y el juicio, así como su recuperación de la memoria, se ven influidos por nuestras evaluaciones previas. Por tanto, las actitudes guían la búsqueda y la exposición a información relevante, acercando a la persona a todos aquellos aspectos de la realidad congruentes con ellas y evitando aquellos elementos que les sean contrarios. En definitiva, se puede afirmar que  el conocimiento proporciona control sobre el ambiente, y mantener nuestras cogniciones organizadas de forma coherente y libres de tensiones aumenta la certeza en lo que sabemos y, por consiguiente, nuestra sensación de control sobre la realidad.

Otra función de las actitudes es la instrumental, que tiene su origen en las teorías del aprendizaje, según las cuales las actitudes ayudan a la persona a alcanzar los objetivos deseados y que les proporcionarán recompensas, así como a evitar los no deseados y cuya consecuencia es el castigo. Al promover la aproximación a estímulos gratificantes y la evitación de estímulos aversivos, optimizan las relaciones de los individuos con su entorno, maximizan los premios y minimizan los castigos. Dicho de otro modo, a través de las actitudes podemos conseguir lo que queremos y evitar aquello que no nos gusta, contribuyendo de esta forma a crear sensaciones de libertad y competencia.

Por último, las actitudes desempeñan una función de identidad, ya que las personas suelen manifestarlas públicamente, expresando opiniones y valoraciones sobre multitud de asuntos y cuestiones. La expresión de las actitudes personales, así como sus correspondientes comportamientos, sirven para informar a los demás de quiénes somos. Además, dicha expresión permite a las personas mostrar sus principios y valores, así como identificarse con los grupos que comparten actitudes similares. De este modo, la expresión de actitudes sirve para acercarse a otras personas con maneras de pensar similares, contribuyendo de esa forma a satisfacer la necesidad básica de aceptación y pertenencia grupal.

A modo de conclusión, se puede observar que si consideramos conjuntamente las funciones que cumplen las actitudes, podemos observar su importancia a la hora de satisfacer las necesidades psicológicas fundamentales de los humanos, que son las siguientes:

  • Tener conocimiento y control sobre el entorno.
  • Mantener cierto equilibrio y sentido interno.
  • Sentirnos bien con nosotros mismos y ser aceptados por los demás.

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La empatía

Posted on 30/05/2012 por clicpsicologos
313

La empatía se refiere a aquellas situaciones en las que el estado en el que se encuentran los demás genera reacciones emocionales congruentes, incluso similares, en nosotros mismos. El tema de la empatía ha despertado mucho interés entre los psicólogos, ya que dicho proceso  permite entender cómo se encuentran los demás y actuar en consecuencia.

El proceso psicológico de la empatía incluye tres cualidades que la identifican y que es preciso tener en cuenta a la hora de entender este fenómeno. En primer lugar, la capacidad para comprender a los demás y ponerse en el lugar del otro. Por otro lado, ser capaz de reproducir un estado afectivo que sintonice con el que sienten y, finalmente, ejecutar las conductas apropiadas que es preciso llevar a cabo para solucionar el problema de la otra persona.

Respecto a la capacidad para comprender a los demás, es crucial poder tomar perspectiva acerca del otro, que supone una habilidad en la que se dan numerosas diferencias individuales. Así, aún cuando la reacción afectiva pueda establecerse con una mediación cognitiva poco desarrollada, la experiencia empática centrada en el otro requiere de un desarrollo evolutivo que permite un procesamiento cognitivo en el que se deben tener en cuente al menos los siguientes elementos:

  • Reconocer la existencia de realidades separadas de otras personas.
  • Necesidad de tomar el punto de vista del otro para poder evaluar la realidad apropiadamente.
  • Tener las habilidades y recursos necesarios para llevar a cabo este proceso.
  • Realizar las conductas coherentes con dicho análisis

Por lo que respecta a la reacción emocional, la empatía se distingue de la simpatía en el hecho de que se generan afectos congruentes, con los de los demás, incluso cualitativamente similares, mientras que la simpatía genera un estado emocional no necesariamente idéntico al de la otra persona y que surge por compasión o interés por el otro. En este sentido es crucial para entender la empatía el contagio emocional que se produce. Igualmente es relevante la asunción del rol afectivo del otro, es decir, la cualidad para sentir como si fuéramos la otra persona en su situación.

La empatía, a su vez, favorece los comportamientos congruentes con la misma, que suelen relacionarse positivamente con las conductas de ayuda y negativamente con la agresividad. De hecho, es una de las mayores carencias de los delincuentes, tanto violentos como de cuello blanco. En el caso de la delincuencia violenta se hace especialmente trágico el hecho de que el ostensible daño que se está produciendo a otras personas no induzca reacción alguna de apaciguamiento, lo que manifiesta en ese caso tanto ausencia de empatía, como presencia de rasgos psicopatológicos. En cualquier caso, una de las características definitorias de la mayoría de procedimientos de adiestramiento en habilidades prosociales es la adquisición de empatía, tanto en la vertiente cognitiva, como emocional y, por supuesto, en los comportamientos o habilidades conductuales asociadas. Así pues, una vez que se ha desarrollado la capacidad para empatizar, ésta será una de las variables principales que favorezcan la conducta prosocial e inhiban las reacciones agresivas, interaccionando de esta manera con el resto de factores situacionales y cognitivos implicados.

Normalmente, la intensidad de la reacción de empatía depende de la magnitud y gravedad del malestar de los demás. Por su parte, la diferencia entre sentir malestar y empatía radica principalmente en la capacidad para tomar perspectiva del otro, más que en la intensidad del afecto, o reactividad emocional del espectador. Se trata de una capacidad en la que se demuestran evidentes diferencias individuales y de la que no existen muchos trabajos experimentales, especialmente en lo que hace referencia a la relación entre magnitud del malestar e intensidad de la reacción empática. A su vez, la empatía favorece la realización de conductas de ayuda, tanto como una forma de reducir el malestar generado, como por el placer que se obtiene al ayudar a otras personas que entendemos cómo se encuentran. Se trata, de nuevo de conductas de ayuda reforzadas negativamente en el caso de que se pretenda la reducción del propio malestar, como por reforzamiento positivo, si lo que se busca activamente es ayudar a los demás con nuestras acciones.

Algunos autores, como Bateson, distinguen entre empatía centrada en el otro y empatía centrada en uno mismo, para distinguir dos reacciones diferentes que se producen cuando somos conscientes de una situación en la que se requiere prestar ayuda. En el caso de la empatía centrada en los demás, uno es capaz de sufrir con el que sufre y alegrarse con el que está contento, al tiempo que comprende su situación. La conducta de ayuda estaría, entonces motivada a reducir el malestar de la otra persona. Por otra parte, la empatía centrada en sí mismo favorecería la conducta de ayuda porque así se reduce el malestar propio producido por la situación deplorable en la que se encuentran los otros. Una serie de factores tales como quién es el receptor de ayuda, así como circunstancias situacionales y personales de quien auxilia, son las que determinarán que aparezca un tipo de empatía u otra que, en cualquier caso, inducirá una conducta que posteriormente se mantendrá por las contingencias de reforzamiento positivo o negativo.

En cuanto a la capacidad de los seres humanos para manifestar empatía, si bien no puede decirse que esté determinada biológicamente, sí que es cierto que tenemos en potencia la capacidad para desarrollarla si se producen las condiciones apropiadas y se adiestra lo suficiente. Lo que parece claro es que tiene un inherente valor de supervivencia y es la base para la génesis de emociones moralmente benignas. Un de las evidencias que constatan el carácter evolutivo y adaptativo de la empatía es la facilidad para manifestar y reconocer las emociones, principalmente en lo que hace referencia a la expresión facial, mediante la que podemos comunicar, reconocer e inducir reacciones afectivas similares en los demás, que son algunos de los aspectos principales de la empatía.

El contexto social en el que transcurre nuestra existencia facilita la aparición de estas emociones, principalmente por su utilidad y por el hecho de que, a pesar de que no exista un determinismo biológico, existen condiciones que lo posibilitan. No obstante, la experiencia socio – emocional es un factor clave para facilitar la empatía, al favorecer tanto la comprensión de las claves emocionales, como la adquisición de roles, o la ampliación de la gama de estímulos evocadores de las reacciones afectivas.

Determinados motivos sociales como la afiliación o el de poder tienen efectos diversos sobre la conducta prosocial y probablemente ello sea debido, al menos en parte, al efecto que tienen sobre la capacidad de empatizar. Además, es probable que la necesidad de afiliación favorezca tanto el conocimiento del estado de ánimo de otras personas, como la capacidad para compartir sus emociones, mientras que la necesidad de poder hace incompatible participar del estado afectivo de aquellas personas con las que se establece una relación de dominación. De hecho, en este caso se pierde la capacidad de entender y atender a las emociones de otras personas, o a sus necesidades, si ello contraviene los propios intereses de dominio sobre los demás.

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Las causas de la esquizofrenia

Posted on 23/05/2012 por clicpsicologos
3

El trastorno que actualmente se denomina esquizofrenia ha sido reconocido en la mayoría de las culturas y descrito a través de la historia documentada. Para los psicólogos y psiquiatras clásicos, los nombres de manía y phrensy eran términos genéricos que se referían a un amplio rango de enfermedades psicóticas.

A día de hoy, gracias a la aportación de la psicoterapia en combinación con psicofármacos cada vez más eficaces, se han conseguido grandes avances para disminuir el sufrimiento que produce la esquizofrenia. Sin embargo, a pesar de los muchos aspectos que la ciencia va vislumbrando, en términos tanto de coste personal como social, la esquizofrenia es una de las enfermedades más devastadoras que existen.

Se cosidera que Kraepelin fue el definidor de la esquizofrenia, ya que sus trabajos le llevaron a identificar un conjunto de trastornos caracterizados por la presencia de delirios y vacío afectivo, que aparecían a una edad relativamente temprana y que tenían, con mayor probabilidad, un curso crónico y deteriorante. A estos trastornos Kraepelin los denominó dementia praecox, estableciendo una diferencia entre la esquizofrenia y otras psicosis orgánicas tales como la enfermedad de Alzheimer.

Posteriormente, Bleuler sugirió la palabra esquizofrenia para referirse a una división de los procesos psíquicos, consistente en la pérdida de correspondencia entre el proceso de formación de ideas y la expresión de emociones. De este modo estableció una diferencia con la enfermedad maníaco-depresiva, en donde la expresión de las emociones de los pacientes reflejan con precisión sus pensamientos patológicos. Además, Bleuler hizo hincapié en que el trastorno fundamental en la esquizofrenia era el deterioro cognoscitivo y lo conceptualizó como una división o escisión en la capacidad mental, proponiendo entonces el nombre con el que se conoce el trastorno hasta nuestros días.

Teniendo en cuenta lo anterior, resulta evidente que la esquizofrenia constituye y ha constituido una entidad clínica especialmente compleja, ya que en ocasiones supone un auténtico reto para psicólogos y demás profesionales de la salud mental. La complejidad de la esquizofrenia ha favorecido el desarrollo de distintas teorías que compiten por explicar su causa. Esta complejidad para establecer su etiología deviene en parte por las dificultades para establecer un diagnóstico acertado, fundamentalmente por el carácter heterogéneo de la esquizofrenia. De hecho, una vez diagnosticada, hay importantes variaciones entre los pacientes diagnosticados. En este sentido, las fuentes de variabilidad más frecuentes son las siguientes:

  • Edad de inicio de la enfermedad.
  • Forma de inicio del trastorno.
  • Síntomas presentes y fenómenos asociados.
  • Curso y pronóstico de la enfermedad.
  • Respuesta a los tratamientos.
  • Factores de riesgo observados.

En la actualidad, a pesar de que los sistemas diagnósticos utilizados representan sólo un acuerdo provisional para utilizar el concepto de esquizofrenia, llegar a un acuerdo en el diagnóstico ha mejorado sin duda su fiabilidad y, como consecuencia, ha mejorado también la comunicación entre psicólogos, psiquiatras e investigadores. No obstante, es improbable que los criterios actuales para el diagnóstico y clasificación de la esquizofrenia hayan identificado grupos de individuos que sean homogéneos en cuanto al origen de su esquizofrenia, porque es improbable también que un trastorno tan complejo como la esquizofrenia esté asociado con una única causa.

Actualmente se puede afirmar que la esquizofrenia surge por la interacción de múltiples factores causales, y tanto los investigadores como los psicólogos sanitarios están de acuerdo en que para que se desarrolle un trastorno esquizofrénico es necesaria una combinación de factores genéticos de predisposición y de factores ambientales. De este modo, la hipótesis de trabajo más probable en relación con la esquizofrenia es que no es una enfermedad única causada por un determinado proceso patológico, sino que en la esquizofrenia conviven un grupo heterogéneo de trastornos que comparten algunas características clínicas comunes, pero que pueden ser etiológicamente diversos.

Por último, y con respecto a los factores que se hallan ligados al origen de la esquizofrenia, se ha demostrado que los siguientes factores inciden en la aparición de la enfermedad:

  • Alteraciones genéticas y bioquímicas, sobre todo relacionadas con la dopamina.
  • Alteraciones cerebrales estructurales, como la dilatación ventricular, la asimetría hemisférica y la hipofrontalidad.
  • Procesos infecciosos tempranos, entre los que se incluyen determinados virus lentos.
  • Alteraciones del sistema inmunológico.
  • Estresores ambientales, que precipitan respuestas de estrés que desbordan al individuo.

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