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Archivo de la etiqueta: empatía

El Trastorno Narcisista

Posted on 05/09/2012 por clicpsicologos
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El Narcisismo supone una alusión al mito de Narciso, es decir, amor a la imagen de sí mismo. De hecho, según la mitología griega, al ir a beber a un arroyo, Narciso se fascinó enormemente por la belleza de su propio reflejo en el agua, sin atreverse a beber por miedo a dañarlo e incapaz de dejar de mirarlo. Finalmente murió contemplando su reflejo y la flor que lleva su nombre creció en el lugar de su muerte.

El concepto de Narcisismo fue introducido en el ámbito de la Psicología a partir del Psicoanálisis de Sigmund Freud, con su obra “Introducción del Narcisismo”. No obstante este término ha ido evolucionando y en la actualidad los psicólogos lo emplean para referirse a una serie de rasgos propios de la personalidad normal que, sin embargo, también puede aparecer como una forma patológica extrema en determinados trastornos de la personalidad, tales como el Trastorno Narcisista de la Personalidad. 

Con respecto al Trastorno Narcisista de la Personalidad, se engloba dentro de los denominados trastornos de la personalidad, que se manifiestan como patrones permanentes e inflexibles de experiencia interna y de comportamiento, que se apartan de las expectativas de la cultura del sujeto, que son estables a lo largo del tiempo y que le generan diversos malestares o perjuicios al individuo o a los que le rodean. La característica esencial del Trastorno Narcisista es que se manifiesta en el sujeto como un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración y una marcada falta de empatía para con las demás personas. Los sujetos con este trastorno tienden a sobrevalorar sus capacidades y exagerar sus conocimientos y cualidades, con lo que habitualmente suelen ser percibidos como excesivamente orgullosos o presuntuosos. Este trastorno suele manifestarse durante la adolescencia, siendo más frecuente en hombres que en mujeres.

El área de las relaciones interpersonales se encuentra profundamente afectada en los sujetos que padecen un Trastorno Narcisista de la Personalidad, ya que tienden a creerse únicos y superiores a las personas que les rodean, necesitando un continuo reconocimiento por parte de los demás para sentirse satisfechos. Además, estos sujetos suelen pensar que sólo les pueden comprender o que sólo pueden relacionarse con otras personas especiales o de alto status. 

Otra característica de los sujetos que padecen un Trastorno Narcisista de la Personalidad es su marcada falta de empatía. En este sentido, es frecuente que presenten dificultades a la hora de reconocer e interpretar los sentimientos y emociones de los demás, mostrando en todo momento comportamientos arrogantes, soberbios y centrados única y exclusivamente en sí mismos. Además, a pesar de que los sujetos que padecen este trastorno demandan continuamente la atención de las personas que les rodean, lo cierto es que su autoestima suele ser bastante frágil. De hecho, aunque tal vez no lo demuestren abiertamente, las críticas pueden obsesionar en exceso a estos sujetos, haciendo que se sientan humillados, degradados, hundidos y vacíos. De este modo, dichas experiencias suelen conducir al retraimiento social o a una apariencia de humildad que puede enmascarar y proteger la grandiosidad. Por tanto, las relaciones interepersonales están habitualmente dañadas, debido fundamentalmente a los problemas derivados de su necesidad de admiración y de la relativa falta de interés por la sensibilidad de los demás.  

Finalmente, destacar que los rasgos de personalidad narcisistas son bastante frecuentes, apareciendo incluso en sujetos que han conseguido éxito y prosperidad en sus vidas. No obstante, estos rasgos sólo constituyen un Trastorno Narcisista de la Personalidad cuando son inflexibles, desadaptativos y persistentes, ocasionando un deterioro funcional significativo o malestar subjetivo en el individuo.

 

Publicado en psicólogo | Etiquetado autoestima, clicpsicologos, emociones, empatía, Freud, narcisismo, narciso, personalidad, psicoanálisis, psicologia, psicólogo, psicólogo en internet, Psicólogo Online, psicólogos, rasgos de personalidad narcisistas, sentimientos, Sigmund Freud, terapia, Trastorno Narcisista de la Personalidad, trastornos de la personalidad | 2 Respuestas

La empatía

Posted on 30/05/2012 por clicpsicologos
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La empatía se refiere a aquellas situaciones en las que el estado en el que se encuentran los demás genera reacciones emocionales congruentes, incluso similares, en nosotros mismos. El tema de la empatía ha despertado mucho interés entre los psicólogos, ya que dicho proceso  permite entender cómo se encuentran los demás y actuar en consecuencia.

El proceso psicológico de la empatía incluye tres cualidades que la identifican y que es preciso tener en cuenta a la hora de entender este fenómeno. En primer lugar, la capacidad para comprender a los demás y ponerse en el lugar del otro. Por otro lado, ser capaz de reproducir un estado afectivo que sintonice con el que sienten y, finalmente, ejecutar las conductas apropiadas que es preciso llevar a cabo para solucionar el problema de la otra persona.

Respecto a la capacidad para comprender a los demás, es crucial poder tomar perspectiva acerca del otro, que supone una habilidad en la que se dan numerosas diferencias individuales. Así, aún cuando la reacción afectiva pueda establecerse con una mediación cognitiva poco desarrollada, la experiencia empática centrada en el otro requiere de un desarrollo evolutivo que permite un procesamiento cognitivo en el que se deben tener en cuente al menos los siguientes elementos:

  • Reconocer la existencia de realidades separadas de otras personas.
  • Necesidad de tomar el punto de vista del otro para poder evaluar la realidad apropiadamente.
  • Tener las habilidades y recursos necesarios para llevar a cabo este proceso.
  • Realizar las conductas coherentes con dicho análisis

Por lo que respecta a la reacción emocional, la empatía se distingue de la simpatía en el hecho de que se generan afectos congruentes, con los de los demás, incluso cualitativamente similares, mientras que la simpatía genera un estado emocional no necesariamente idéntico al de la otra persona y que surge por compasión o interés por el otro. En este sentido es crucial para entender la empatía el contagio emocional que se produce. Igualmente es relevante la asunción del rol afectivo del otro, es decir, la cualidad para sentir como si fuéramos la otra persona en su situación.

La empatía, a su vez, favorece los comportamientos congruentes con la misma, que suelen relacionarse positivamente con las conductas de ayuda y negativamente con la agresividad. De hecho, es una de las mayores carencias de los delincuentes, tanto violentos como de cuello blanco. En el caso de la delincuencia violenta se hace especialmente trágico el hecho de que el ostensible daño que se está produciendo a otras personas no induzca reacción alguna de apaciguamiento, lo que manifiesta en ese caso tanto ausencia de empatía, como presencia de rasgos psicopatológicos. En cualquier caso, una de las características definitorias de la mayoría de procedimientos de adiestramiento en habilidades prosociales es la adquisición de empatía, tanto en la vertiente cognitiva, como emocional y, por supuesto, en los comportamientos o habilidades conductuales asociadas. Así pues, una vez que se ha desarrollado la capacidad para empatizar, ésta será una de las variables principales que favorezcan la conducta prosocial e inhiban las reacciones agresivas, interaccionando de esta manera con el resto de factores situacionales y cognitivos implicados.

Normalmente, la intensidad de la reacción de empatía depende de la magnitud y gravedad del malestar de los demás. Por su parte, la diferencia entre sentir malestar y empatía radica principalmente en la capacidad para tomar perspectiva del otro, más que en la intensidad del afecto, o reactividad emocional del espectador. Se trata de una capacidad en la que se demuestran evidentes diferencias individuales y de la que no existen muchos trabajos experimentales, especialmente en lo que hace referencia a la relación entre magnitud del malestar e intensidad de la reacción empática. A su vez, la empatía favorece la realización de conductas de ayuda, tanto como una forma de reducir el malestar generado, como por el placer que se obtiene al ayudar a otras personas que entendemos cómo se encuentran. Se trata, de nuevo de conductas de ayuda reforzadas negativamente en el caso de que se pretenda la reducción del propio malestar, como por reforzamiento positivo, si lo que se busca activamente es ayudar a los demás con nuestras acciones.

Algunos autores, como Bateson, distinguen entre empatía centrada en el otro y empatía centrada en uno mismo, para distinguir dos reacciones diferentes que se producen cuando somos conscientes de una situación en la que se requiere prestar ayuda. En el caso de la empatía centrada en los demás, uno es capaz de sufrir con el que sufre y alegrarse con el que está contento, al tiempo que comprende su situación. La conducta de ayuda estaría, entonces motivada a reducir el malestar de la otra persona. Por otra parte, la empatía centrada en sí mismo favorecería la conducta de ayuda porque así se reduce el malestar propio producido por la situación deplorable en la que se encuentran los otros. Una serie de factores tales como quién es el receptor de ayuda, así como circunstancias situacionales y personales de quien auxilia, son las que determinarán que aparezca un tipo de empatía u otra que, en cualquier caso, inducirá una conducta que posteriormente se mantendrá por las contingencias de reforzamiento positivo o negativo.

En cuanto a la capacidad de los seres humanos para manifestar empatía, si bien no puede decirse que esté determinada biológicamente, sí que es cierto que tenemos en potencia la capacidad para desarrollarla si se producen las condiciones apropiadas y se adiestra lo suficiente. Lo que parece claro es que tiene un inherente valor de supervivencia y es la base para la génesis de emociones moralmente benignas. Un de las evidencias que constatan el carácter evolutivo y adaptativo de la empatía es la facilidad para manifestar y reconocer las emociones, principalmente en lo que hace referencia a la expresión facial, mediante la que podemos comunicar, reconocer e inducir reacciones afectivas similares en los demás, que son algunos de los aspectos principales de la empatía.

El contexto social en el que transcurre nuestra existencia facilita la aparición de estas emociones, principalmente por su utilidad y por el hecho de que, a pesar de que no exista un determinismo biológico, existen condiciones que lo posibilitan. No obstante, la experiencia socio – emocional es un factor clave para facilitar la empatía, al favorecer tanto la comprensión de las claves emocionales, como la adquisición de roles, o la ampliación de la gama de estímulos evocadores de las reacciones afectivas.

Determinados motivos sociales como la afiliación o el de poder tienen efectos diversos sobre la conducta prosocial y probablemente ello sea debido, al menos en parte, al efecto que tienen sobre la capacidad de empatizar. Además, es probable que la necesidad de afiliación favorezca tanto el conocimiento del estado de ánimo de otras personas, como la capacidad para compartir sus emociones, mientras que la necesidad de poder hace incompatible participar del estado afectivo de aquellas personas con las que se establece una relación de dominación. De hecho, en este caso se pierde la capacidad de entender y atender a las emociones de otras personas, o a sus necesidades, si ello contraviene los propios intereses de dominio sobre los demás.

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Cooperación y competición en los seres humanos

Posted on 12/05/2012 por clicpsicologos
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La conducta de cooperación suele conceptualizarse como aquella que es llevada a cabo de manera común por un grupo de personas o entidades mayores, con la finalidad de alcanzar un objetivo compartido. La conducta opuesta es la competición, que se refiere a aquellas situaciones en las que las personas actúan de forma separada y procurando favorecer al máximo sus intereses individuales. No obstante, también se dan situaciones en las que un determinado grupo de personas se organiza para cooperar entre ellos, con la finalidad de competir contra otros grupos.

El tema de la cooperación y la competición ha sido muy investigado desde diversos ámbitos de la psicología. De hecho, hasta hace relativamente poco tiempo, la mayoría de perspectivas científicas defendían la idea de que las personas son seres egoístas por naturaleza y que por tanto tienden a buscar las situaciones de competitividad. En consonancia con dicha perspectiva se situó el relevante estudio llevado a cabo por Miller y Ratner. En este estudio, los investigadores pidieron a los participantes que predijeran las decisiones que tomarían diversas personas, obteniendo como hallazgo principal que la gente tiende frecuentemente a sobreestimar la influencia de los intereses personales en las actitudes y las conductas de los demás, es decir, las personas tienden a pensar que los demás son egoístas mientras no les demuestren lo contrario.

A primera vista, adoptar un enfoque evolucionista para comprender la mente y el comportamiento humano implica considerarlos en términos económicos, como relacionados con la búsqueda del propio interés. Incluso fenómenos tan aparentemente poco egoístas como el altruismo o la empatía pueden interpretarse en última instancia por el beneficio que supusieron para la especie humana a lo largo de la evolución.

A pesar de lo anterior, en los últimos años ha cobrado mucha fuerza la idea de que el ser humano no funciona intrínseca e inevitablemente de manera egoísta y competitiva. En este sentido, una cosa es cómo funcionan los genes y otra, no necesariamente idéntica, cómo funciona la mente. Esta confusión se ha visto propiciada en gran parte por el excesivo énfasis de los sociobiólogos en los genes como único nivel en el que actúa la selección natural y sexual. No obstante, si se aborda el tema desde una perspectiva más amplia, resulta muy verosímil la idea de que, además del propio interés o el de los propios genes, la selección ha debido de favorecer también las conductas de cooperación. De hecho, cada día son más los psicólogos sociales y evolutivos que defienden la idea de que para las personas no sólo fue y es adaptativo esforzarse por asegurar su propia supervivencia y reproducción sino, sobre todo, intentar conservar relaciones sociales valiosas con otros miembros de su grupo y coordinarse con ellos. En esta línea de pensamiento se sitúa el prestigioso antropólogo Alan Fiske, que afirmó que excepto en el caso los sociópatas, la gente tiende a ayudar a los demás sobre todo para iniciar, mantener, reforzar o reparar relaciones sociales, y no simplemente debido a imposiciones externas o porque la ayuda sea un mero medio para lograr otro objetivo ulterior.

Si, tal y como se ha venido constatando, la historia de los seres humanos se ha desarrollado en su mayor parte según el sistema de vida de los cazadores – recolectores, no resulta muy probable que la competición haya sido el único principio que ha guiado la evolución de la civilización humana. De hecho, un requisito imprescindible para poder sobrevivir de la caza y la recolección no intensivas es la cooperación, no sólo dentro del grupo sino, incluso, entre grupos. En efecto, en la mayoría de las sociedades simples conocidas, la cooperación y el compartir los recursos valorados con el resto de los miembros del grupo se considera un símbolo  propio del ser humano. Por otra parte, no existen prácticamente restos fósiles que demuestren que la violencia entre grupos fuera algo habitual entre nuestros ancestros antes de la aparición de la agricultura, hace unos 10.000 años, momento en el que el ser humano se asentó y abandonó la vida nómada.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, parece evidente que las mejores situaciones para el progreso sociocultural tienen que ver con la conducta cooperativa entre los seres humanos. Sin embargo, la situación de competición no tiene por qué presentar características inherentemente negativas, ya que entendiéndola como un afán de superación para con nosotros mismos puede resultar muy valiosa y enriquecedora. De este modo, muchas personas sanas y saludables, hacen frente a las situaciones cotidianas y adversidades de la vida compitiendo contra sí mismos, es decir, intentando superarse cada día y estableciendo metas más altas para sacar lo mejor de ellos.

El filósofo y economista inglés John Stuart Mill fue un gran defensor de la importancia de las conductas cooperativas para el avance de las sociedades, aportando la siguiente idea al respecto:

“No existe una mejor prueba del progreso de una civilización que la del progreso de la cooperación”.

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