Ya sabíamos que el estrés es una respuesta natural del organismo, necesaria para nuestra supervivencia, puesto que nos prepara para la lucha o la huida. El mismo término se utiliza para designar una situación de desbordamiento de nuestros recursos ante las demandas del medio.
El fisiólogo Hans Seyle introdujo por primera vez este término en 1935 para designar las respuestas generales de distintas personas ante las diferentes exigencias del entorno. Las hormonas que intervienen en esta respuesta son principalmente dos: la adrenalina y el cortisol. Éstas son las responsables de que el organismo se prepare para el esfuerzo y se mantenga en estado de alerta. Como efectos principales aumenta la frecuencia cardíaca y respiratoria, la sangre se dirige a los músculos y experimentamos sudores fríos, opresión torácica, palpitaciones, agitación y malestar abdominal, entre otras sensaciones.
En concreto, el cortisol, la llamada “hormona del estrés”, es el encargado de mantener
esa activación hasta que consideremos que la amenaza ha pasado. Una liberación excesiva y prolongada en el tiempo, además de los síntomas descritos, puede tener graves consecuencias para nuestra salud, entre ellas: elevados niveles de azúcar y colesterol en sangre, desequilibrios hormonales, problemas de sueño, problemas gástricos y cardíacos.
Hasta ahora se sabía que el estrés como problema se puede transmitir de padres a hijos incluso antes de nacer, y no sólo genéticamente, también mediante pautas de comportamiento que pasan de una generación a la siguiente.
Una investigación reciente del Instituto Max Planck de Neurociencias en Leipzig y la Universidad Técnica de Dresde, basándose en los niveles de cortisol, ha llegado a la conclusión de que el estrés también se puede generar de forma empática, como el bostezo, observando a personas en situaciones que exceden los recursos con los que cuentan para resolverlos.
Los resultados son claros, el estrés “se pega” y sobre todo cuando la persona que estás observando es tu pareja. Tanto si se trata de observación directa, como si se realiza a través de un monitor, el cortisol aumenta. Por lo tanto, según los investigadores, se puede inferir que hasta los programas de televisión en los que aparecen personas en situaciones estresantes nos pueden provocar estrés.
Más información sobre esta investigación aquí: http://www.mpg.de/8167448/stress-empathy