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El afrontamiento emocional

Posted on 26/06/2012 por clicpsicologos
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El afrontamiento describe los cambios comportamentales producidos por las emociones y que hacen que las personas se preparen para la acción. De hecho, muchos psicólogos consideran que el afrontamiento se constituye como un conjunto de esfuerzos cognitivos y conductuales, que están en un constante cambio para adaptarse a las condiciones desencadenantes, y que se desarrollan para manejar las demandas, tanto internas como externas, que son valoradas como excedentes o desbordantes para los recursos de la persona. El afrontamiento es, por tanto, un proceso psicológico que se pone en marcha cuando en el entorno se producen cambios no deseados que generan estrés, o cuando las consecuencias de estos sucesos no son las deseables.

El aprendizaje y la cultura filtran decisivamente también los procesos de afrontamiento, de tal modo que las formas primitivas y básicas de afrontamiento propias de las emociones básicas se transforman habitualmente a formas de afrontamiento extendido, más cercano a la resolución  de problemas que a los patrones automáticos de conducta. Estas formas de afrontamiento extendido tienden a sobregeneralizarse, puesto que todo afrontamiento que ha sido utilizado con éxito en la resolución de una situación emocional, tiende a ser utilizado persistentemente tras desaparecer el problema que originó su movilización e incluso, en ocasiones, se mantiene y ejecuta ante nuevas situaciones en las que no es funcional su utilización. De forma equivalente, si una forma de afrontamiento fracasa, la sobregeneralización puede acarrear su abandono, incluso ante situaciones frente a las que sí sería funcional y pertinente su uso, pudiendo llegar incluso a generar situaciones de indefensión.

La tendencia a la sobregeneralización facilita el desarrollo de los denominados estilos de afrontamiento, que son formas personales propias y características de afrontamiento que cada sujeto ejerce preferentemente para responder ante las emociones.

Son varias las dimensiones a lo largo de las cuales se desarrollan estas formas de afrontamiento extendido. Atendiendo, en primer lugar, al método utilizado en el afrontamiento, distinguimos entre el afrontamiento activo que moviliza esfuerzos para la solución de la situación, del afrontamiento pasivo en el que se inhibe toda actuación. Atendiendo a la focalización del afrontamiento, se distingue entre el afrontamiento dirigido al problema, en el que se intentan controlar las condiciones responsables del problema, del afrontamiento dirigido a la respuesta emocional, en el que se pretende controlar la propia respuesta emocional observable. Por su parte, atendiendo al tipo de actividad movilizada en el afrontamiento, se distingue entre formas de actividad cognitiva o actividad conductual. Finalmente, otra dimensión recoge los esfuerzos encaminados a la evaluación situacional inicial, que focalizan el esfuerzo en obtener más información para analizar con más profundidad la situación.

Con respecto al afrontamiento de las principales emociones, en el caso del miedo, la principal preparación para la acción de la respuesta emocional de  miedo es la facilitación de respuestas de escape o evitación ante situaciones peligrosas. De hecho si la huida no es posible o no es deseada, el miedo también motiva a afrontar los peligros. En cualquier caso, el miedo constituye una respuesta funcional que intenta fomentar la protección de las personas. Por otra parte, el afrontamiento de la ira cumple una variedad de funciones adaptativas, incluyendo la organización y regulación de procesos internos, psicológicos y fisiológicos, relacionados con la autodefensa, así como la regulación de conductas sociales e interpersonales. La principal preparación para la acción es un impulso para atacar, con la finalidad de eliminar los obstáculos que impiden la consecución de los objetivos deseados y que generan frustración. Por último y con respecto a la tristeza, la mayor parte de los trabajos sobre las consecuencias de la tristeza parecen indicar que ésta reduce la actividad de la persona por focalizarla hacia uno mismo, previniendo traumas y facilitando la recuperación de energía. Además, también se ha considerado que la tristeza cumple funciones de cohesión con otras personas, ya que permite tanto comunicar el bajo estado anímico como solicitar la ayuda de los demás.

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Qué es la envidia

Posted on 26/05/2012 por clicpsicologos
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La envidia es una emoción eminentemente social, ya que se trata de una experiencia que tiene sentido únicamente en relación con otras personas. Generalmente, la envidia suele definirse como una experiencia subjetiva de malestar, producida por el bien ajeno y por el deseo de poseer algo que no se tiene.

El carácter social de la envidia ha sido un tema ampliamente estudiado por los psicólogos. Un hecho constatado es que en esta emoción, las reacciones afectivas inducidas se producen por comparación con los demás y, tanto las cogniciones como eventualmente las conductas manifiestas, están dirigidas hacia o en contra de las personas que disponen de lo que carece el envidioso. Una característica de esta emoción es que su valoración moral suele ser muy peyorativa, hasta el punto de que es difícil que alguien admita padecerla, especialmente porque con ella se asume no sólo que se codicia lo que tienen los demás y se desea su mala suerte, sino que, de alguna manera se reconoce una inferioridad respecto a la persona que posee lo que se anhela.

La comparación social es uno de los procesos más relevantes implicados en el autoconcepto y autoestima, ya que los demás sirven como criterio a la hora de valorar nuestras propias capacidades. La envidia se produce frecuentemente cuando los otros superan al envidioso en habilidades, logros, o en cualquier otra variable psicológicamente relevante, ya que la experiencia de envidia depende fundamentalmente de las cuestiones que en realidad son importantes a la hora de establecer el propio autoconcepto.

En una serie de investigaciones llevadas a cabo por los psicólogos Smith, Diener y Garonzik, obtuvieron como resultado principal que a pesar de que los procesos de comparación social son cruciales para que aparezca la emoción de envidia, ésta no se realiza de forma indiscriminada. De hecho, sólo son especialmente relevantes las comparaciones que se realizan con aquellas personas que son equiparables en los aspectos psicológicamente destacables que se consideran. Por ejemplo, la mayoría de las personas no incluyen en su categoría para establecer comparaciones sociales a aquellos individuos que detentan títulos nobiliarios. De este modo, aunque una persona normal desee tener más dinero, no sentirá tanta envidia por la fortuna de un determinado conde, duque o marqués, como por el incentivo económico percibido por un colega que ha realizado bien su trabajo. Por tanto, la envidia es una emoción sumamente injusta, ya que las personas con títulos nobiliarios suelen tener más dinero que el colega en cuestión y en la mayor parte de las ocasiones lo han conseguido con menos esfuerzo.

Por otra parte, la envidia, como cualquier otra experiencia emocional, cumple una serie de funciones psicológicas congruentes con el estado afectivo que se padece, y como es característico de las emociones, los efectos se reflejan en los tres sistemas de respuesta que la componen.

La envidia es una experiencia emocional hedónicamente desagradable, caracterizada por el anhelo de algo que otros poseen y el deseo para ellos de alguna clase de infortunio. Tal y como se ha comentado anteriormente, la envidia suele tener una valoración moral muy negativa en ámbitos socioculturales o ideológicos muy diversos y en este sentido se suele hablar de envidia maliciosa. Por el contrario, forma parte del acervo común la consideración de otro tipo de envidia cualitativamente distinta, a la que suele referirse como envidia sana y con la que se hace referencia a la emoción que surge del deseo de poseer lo ajeno, pero sin que eso implique, ni despojar del mismo a quien disfruta de lo que se anhela, ni que le sobrevenga ninguna desgracia por ello. A pesar de que la envidia sana se caracteriza por pretender lo que poseen los demás, lo cierto es que carece de alguna de las peculiaridades que distinguen a la envidia de otras emociones. En este sentido, la envidia sana no es hedónicamente desagradable, no es moralmente inaceptada y no incluye esa intensa animadversión hacia quien posee el objeto del deseo. Por tanto, si se analiza convenientemente la envidia sana, se puede constatar que se trata de anhelo, fuerte inclinación hacia lo que poseen los demás, determinación de superarse e incluso admiración hacia el otro, pero en ningún caso debe considerarse como envidia propiamente dicha, ya que carece de sus cualidades más sustantivas.

La envidia suele acompañarse de emociones como ira e infelicidad, al tiempo que favorece reacciones de hostilidad y otros sesgos cognitivos que desvirtúan la realidad y favorecen tanto el mantenimiento del propio estado afectivo, como las conductas que le suelen acompañar. Los psicólogos Parrot y Smith describieron seis tipos de episodios emocionales que suelen formar parte de la envidia y que son los siguientes:

  • Deseo de lo que tiene otra persona, consistente en la obsesión recurrente por poseer el objeto o cualidad de otra persona, con los sentimientos de frustración correspondientes, que aparecen ante la dificultad en conseguir lo que se anhela.
  • Hostilidad hacia la otra persona, ya que es común que se perciba como injusto que otros posean lo que se pretende y ello facilita la aparición de hostilidad hacia los responsables.
  • Resentimiento global, que surge cuando la persona no logra identificar y concretar a los responsables de su deseo o anhelo.
  • Admiración por la otra persona, que se produce cuando la persona que siente envidia puede admitir las cualidades del otro, ya que la envidia no implica una alteración del raciocinio.
  • Sentimientos de inferioridad, que se da en aquellos casos en los que la persona que padece envidia reconoce las cualidades de la persona envidiada, si bien este hecho no le lleva a admirarla, sino que le genera profundos sentimientos de inferioridad. Estos sentimientos afectan negativamente al autoconcepto e incluyen reacciones de tristeza, ansiedad y estrés.
  • Sentimientos de culpa, que se producen cuando la propia persona reconoce la envidia que padece y toma conciencia de su injusticia. En estas ocasiones, la persona puede experimentar sentimientos de culpa y vergüenza.

Estos episodios emocionales ocurrirán dependiendo de cómo se interprete la situación y sobre qué aspectos de la misma se enfatice. En la práctica, existe poca probabilidad de que algunas de estas experiencias ocurran a la vez, mientras que otras sí pueden suceder simultáneamente. De esta manera, no es extraño que determinadas personas sientan admiración por otra persona y a la vez sufran sentimientos de inferioridad con respecto a ella. Dos de los procesos cognitivos principales implicados en este último caso están relacionados con las atribuciones de justicia y culpabilidad. Es decir, si el estado de inferioridad en el que se encuentra la persona es debido principalmente a uno mismo, entonces las respuestas más probables serán los sentimientos de inferioridad. Por el contrario, si la persona entiende que la situación asimétrica en la que se encuentra se debe al hecho de haber recibido un trato injusto, las reacciones emocionales y cognitivas más probables serán de ira y hostilidad. Si, además, se da el caso de que la persona envidiada es la responsable de la desventura, lo más probable es que dicho resentimiento se dirija hacia ella mediante emociones todavía más destructivas e intensas, tales como el odio.

El ilustre filósofo y pensador Miguel de Unamuno, se refirió a las connotaciones negativas de la envidia, acuñando la siguiente frase:

“La envidia es mil veces más terrible que el hambre,

porque es hambre espiritual”.

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