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Relaciones interpersonales y apoyo social

Posted on 21/06/2012 por clicpsicologos
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Las personas somos seres eminentemente sociales y por tanto establecemos diversos tipos de relaciones interpersonales a lo largo de nuestras vidas. Dichas relaciones forman parte esencial de nuestra esfera social y sin ellas la vida humana sería inconcebible. En este sentido, diversos psicólogos de prestigio como Baumeister y Leary afirman que la necesidad de pertenencia o integración es una motivación humana básica, que consiste en un fuerte impulso para formar y mantener una serie de relaciones interpersonales duraderas, positivas y significativas. Además, estos autores sostienen que la satisfacción de este impulso implica los siguientes factores:

• Necesidad de interacciones frecuentes y afectivamente agradables con varias personas.

• Estas interacciones han de ocurrir en el contexto de un marco temporalmente estable y duradero de preocupación afectiva por el bienestar de la otra persona.

La soledad y la falta de pertenencia producen una privación grave y, en consecuencia numerosos trastornos entre los que destacan la depresión, baja autoestima y falta de habilidades sociales.

Las principales investigaciones llevadas a cabo desde el ámbito de la psicología han puesto de manifiesto que las relaciones interpersonales están estrechamente vinculadas con el bienestar de las personas y que tras la mayor parte de los comportamientos, cogniciones y emociones humanas, subyacen motivaciones sociales.

Otro hallazgo importante sobre las relaciones interpersonales, es que más que las características objetivas de las redes sociales de las personas, lo que parece mucho más importante de cara a la salud es si dichas redes proporcionan o no apoyo social. En este sentido, el apoyo social se compone de cuatro dimensiones fundamentales:

• Apoyo social emocional, que está relacionado con la estima, el afecto y la confianza que reciben las personas. De todos los tipos de apoyo, éste suele ser el que está más relacionado con la salud y el bienestar. De hecho las expresiones de afecto y cariño pueden tener efectos beneficiosos sobre múltiples factores asociados a la ansiedad y al estrés.

• Apoyo social instrumental, que tiene ver con la ayuda material que una persona recibe. Este tipo de apoyo, para ser efectivo, debe estar estrechamente vinculado con el factor estresante.

• Apoyo social empático, que se relaciona con los componentes de auto – afirmación, recepción de retroalimentación y de comparación social. Este tipo de apoyo proporciona validez y seguridad a las creencias y capacidades de las personas. Además incrementa la probabilidad de que los individuos afronten con realismo las demandas del medio.

• Apoyo informativo, que hace referencia a los consejos y sugerencias que reciben las personas. Este tipo de apoyo puede influir en las conductas relacionadas con la salud, o puede ayudar a evitar situaciones estresantes o arriesgadas. Es conveniente aclarar que el apoyo informativo no es igual a la información general que recibe un sujeto, sino más bien la información procedente de las personas con quienes se mantienen vínculos estrechos. De esta manera, es mucho más probable que una persona fume o beba alcohol si en su círculo familiar y de amistades estas conductas están extendidas y son ampliamente aceptadas que si no lo son.

En la actualidad hay dos líneas principales de investigación con referencia al apoyo social. El primer grupo de investigaciones se centran en medir si la persona se siente querida, valorada y si percibe que dispone de gente que le puede proporcionar ayuda en caso de necesitarla. Se trata, pues, de una percepción del apoyo social orientada hacia el futuro. Por su parte, la otra línea de investigación concibe el apoyo social en relación con el pasado, analizando si la persona ha recibido apoyo emocional, instrumental, informativo y empático a lo largo de su vida. Los resultados obtenidos han mostrado que los índices de apoyo social orientados hacia el futuro están más relacionados con la salud y el bienestar de las personas que los índices que se basan en el pasado.

Teniendo en cuenta lo anterior, se puede concluir que las relaciones interpersonales y el apoyo social son factores que tienen una gran importancia en la vida de las personas, proporcionando efectos beneficiosos tanto en la salud física como en la salud psíquica.

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Efectos del ruido en la salud mental

Posted on 16/06/2012 por clicpsicologos
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El ruido puede ser definido como un sonido no deseado e inarticulado que, por lo general, resulta desagradable y que en determinadas ocasiones puede resultar perturbador e incluso dañino para el que lo escucha.

En las últimas décadas ha habido un creciente interés entre los psicólogos por determinar la influencia del ruido sobre la conducta. La investigación ha puesto de relieve que el ruido no sólo produce malestar general, sino que también dificulta la atención, la comunicación, el descanso y el sueño, produciendo igualmente estrés crónico, trastornos psicofisiológicos y alteraciones del sistema inmunitario. La difusión de los efectos dañinos del ruido, que también afectan al campo de la relación con otras personas, ha hecho emerger un nuevo problema social que actualmente preocupa.

Haciéndose eco de esta inquietud, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha ido reuniendo desde 1980 un número considerable  de estudios especializados. En esta línea, la OMS convocó en 1999 en Londres a un grupo de expertos a los que encargó la elaboración de una Guía del ruido urbano, con la triple finalidad de concienciar a la población y a las autoridades sobre los efectos nocivos del ruido, exigir las responsabilidades oportunas y promover los cambios legislativos correspondientes.

El documento de la OMS, que va respaldado por los resultados de centenares de estudios, destaca, además de efectos conductuales muy diversos, la importancia del impacto del ruido en la conducta social. Concretamente, se explica que la exposición al ruido, si coincide con la activación de una hostilidad preexistente, puede desencadenar la agresión. Además, existe constante evidencia de que el ruido, por encima de los 80 decibelios, está asociado a una reducción del comportamiento de ayuda y a un incremento de la conducta agresiva. Por otra parte, la exposición a un ruido fuerte y continuo puede hacer que los niños sean más vulnerables a los sentimientos de desamparo.

Una situación de ruido particularmente estudiada desde el ámbito de la psicología, ha sido la de poblaciones situadas en las inmediaciones de aeropuertos. De hecho, se ha comprobado, con evidente preocupación, que los niños expuestos de forma constante al ruido de aviones presentaban problemas en el aprendizaje de la lectura y que adultos, en las mismas condiciones, tenían dificultades para concentrarse y pérdidas de memoria.

Si bien el volumen excesivo es uno de los factores más importantes en la respuesta negativa al ruido, otra variable significativa es la impredictibilidad. De este modo, es más fácil adaptarse a sonidos predecibles, tales como el ruido de la lluvia o el tic – tac de un reloj, que a sonidos inesperados, como un trueno repentino. De hecho, se ha demostrado que cuando el sujeto tiene un cierto control sobre el ruido, el malestar se reduce. Por tanto, en aquellos experimentos en los que los participantes pueden eliminar el ruido apretando un botón, son capaces de rendir más y de sentirse más cómodos aunque no aprieten dicho botón.

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Las actitudes

Posted on 12/06/2012 por clicpsicologos
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En la actualidad la mayor parte de los psicólogos coinciden en definir las actitudes como evaluaciones globales y relativamente estables que las personas hacen sobre otras personas, ideas o cosas que, técnicamente, reciben la denominación de objetos de actitud. De manera más concreta, al hablar de actitudes se hace referencia al grado positivo o negativo con que las personas tienden a juzgar cualquier aspecto de la realidad. De este modo, las evaluaciones o juicios generales que caracterizan la actitud pueden ser positivas, negativas o neutras y además pueden variar en su grado de polarización.

Los seres humanos presentan actitudes hacia cualquier objeto de actitud imaginable, tales como objetos materiales, personas, situaciones o ideas. A su vez, dichos objetos de actitud pueden ser concretos o abstractos.

Otra de las características esenciales de las actitudes es que constituyen un fenómeno mental. Es decir, reflejan una tendencia evaluativa que no es directamente observable desde fuera del propio sujeto. Por tanto, se hace necesario inferir las actitudes de las personas a partir de ciertos indicadores. Por otra parte, dichas evaluaciones o juicios presentan una estructura tripartita compuesta por los siguientes componentes:

  • Componente cognitivo, que incluye los pensamientos y creencias de la persona acerca del objeto de actitud.
  • Componente afectivo, que agrupa los sentimientos y emociones asociados al objeto de actitud.
  • Componente conductual, que recoge las intenciones o disposiciones a la acción, así como los comportamientos dirigidos hacia el objeto de actitud.

Las personas poseen actitudes hacia la mayoría de estímulos que les rodean. Incluso para aquellos objetos para los cuales podemos no tener ningún conocimiento ni experiencia, enseguida podemos evaluarlos en la dimensión bueno – malo, o me gusta – no me gusta. Si bien, la formación de alguna de estas evaluaciones puede estar influida por aspectos genéticos, como parece ocurrir con ciertos estímulos muy concretos, tales como serpientes, arañas o determinados sonidos y sabores, y cuyo origen parece radicar en mecanismos relativamente innatos que han favorecido a la especie en épocas ancestrales, la mayoría de las actitudes tienen sus raíces en el aprendizaje y el desarrollo social. De esta forma, muchas actitudes se adquieren de alguna de las siguientes maneras:

  • Por condicionamiento instrumental, es decir, por medio de los premios y castigos que recibimos por nuestra conducta.
  • Por modelado o imitación de otros.
  • Por refuerzo vicario u observación de las consecuencias de la conducta de otros.

En cuanto a la función de este tipo de evaluaciones o juicios sobre la realidad, los psicólogos suelen hacer referencia a tres funciones principales, que son la de organización del conocimiento, la instrumental y la de identidad.

Con respecto a la función de organización del conocimiento, ésta se manifiesta estructurando, organizando y dando coherencia a todo el mundo estimular que se presenta ante nosotros, consiguiendo así una mejor adaptación al ambiente con el que interactuamos. Además, el hecho de que nuestro conocimiento del mundo esté organizado en términos evaluativos, afecta a la forma en que procesamos cualquier información. Así, los procesos de exposición y atención a cualquier estímulo, su codificación a través de la percepción y el juicio, así como su recuperación de la memoria, se ven influidos por nuestras evaluaciones previas. Por tanto, las actitudes guían la búsqueda y la exposición a información relevante, acercando a la persona a todos aquellos aspectos de la realidad congruentes con ellas y evitando aquellos elementos que les sean contrarios. En definitiva, se puede afirmar que  el conocimiento proporciona control sobre el ambiente, y mantener nuestras cogniciones organizadas de forma coherente y libres de tensiones aumenta la certeza en lo que sabemos y, por consiguiente, nuestra sensación de control sobre la realidad.

Otra función de las actitudes es la instrumental, que tiene su origen en las teorías del aprendizaje, según las cuales las actitudes ayudan a la persona a alcanzar los objetivos deseados y que les proporcionarán recompensas, así como a evitar los no deseados y cuya consecuencia es el castigo. Al promover la aproximación a estímulos gratificantes y la evitación de estímulos aversivos, optimizan las relaciones de los individuos con su entorno, maximizan los premios y minimizan los castigos. Dicho de otro modo, a través de las actitudes podemos conseguir lo que queremos y evitar aquello que no nos gusta, contribuyendo de esta forma a crear sensaciones de libertad y competencia.

Por último, las actitudes desempeñan una función de identidad, ya que las personas suelen manifestarlas públicamente, expresando opiniones y valoraciones sobre multitud de asuntos y cuestiones. La expresión de las actitudes personales, así como sus correspondientes comportamientos, sirven para informar a los demás de quiénes somos. Además, dicha expresión permite a las personas mostrar sus principios y valores, así como identificarse con los grupos que comparten actitudes similares. De este modo, la expresión de actitudes sirve para acercarse a otras personas con maneras de pensar similares, contribuyendo de esa forma a satisfacer la necesidad básica de aceptación y pertenencia grupal.

A modo de conclusión, se puede observar que si consideramos conjuntamente las funciones que cumplen las actitudes, podemos observar su importancia a la hora de satisfacer las necesidades psicológicas fundamentales de los humanos, que son las siguientes:

  • Tener conocimiento y control sobre el entorno.
  • Mantener cierto equilibrio y sentido interno.
  • Sentirnos bien con nosotros mismos y ser aceptados por los demás.

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La violencia en los medios de comunicación

Posted on 07/06/2012 por clicpsicologos
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Un aspecto que ha generado mucho interés entre los psicólogos durante las últimas décadas, tiene que ver con la influencia de los medios de comunicación en la conducta humana. De hecho los medios de comunicación cumplen diferentes funciones sociales, entre las que destaca la función socializadora. Con respecto a la agresividad, esta función se cumple al transmitir, mediante la presentación de una variedad de episodios de violencia, las normas, valores y actitudes que regulan el comportamiento violento. Además a través de ejemplos de ficción y realidad, los medios de comunicación ofrecen un amplio repertorio conductual de las personas.

Los estudios realizados desde la Teoría del Aprendizaje Social han sugerido, además, que la visión de violencia en los medios de comunicación tiene dos efectos colaterales:

  • Reduce la reacción de los observadores ante el sufrimiento de las víctimas.
  • Reduce la sensibilidad de los observadores hacia los actos violentos.

 El modelado, la imitación, el aprendizaje operante y, en definitiva, aquellos mecanismos que subyacen en el aprendizaje vicario son centrales en la capacidad de los medios para transmitir pautas de conducta agresiva y difundir un valor y un significado socialmente aceptado de la violencia.

La violencia que se presenta en los medios es más influyente en función de diversas condiciones de los protagonistas agresivos y de las consecuencias de la acción, considerándose, además, que los niños son especialmente vulnerables a la visión de la violencia.

Los estudios de laboratorio han confirmado que la televisión y las películas violentas afectan a las conductas agresivas a corto plazo. Por otro lado, Huesmann y sus colaboradores realizaron un estudio longitudinal para comprobar si los efectos de la exposición a conductas violentas en los medios de comunicación, persiste a largo plazo. Para realizar dicho estudio seleccionaron una muestra de niños de entre 6 y 10 años, que fueron expuestos en diversos grados de intensidad a conductas violentas en la televisión. A este grupo de niños se les realizó un seguimiento durante 15 años y los resultados obtenidos no dejaron lugar a dudas, ya que el 70% de los sujetos que fueron intensos espectadores infantiles de violencia informaron de haber golpeado a alguien. Además, el 42% habían cometido actos violentos y delictivos, frente al 22% de los agresores adultos que no fueron expuestos a violencia intensa en la televisión. A pesar de que este estudio no permite saber si los adultos violentos ya tenían en su infancia una preferencia por los programas violentos, los resultados sugieren que exponer a los niños a la violencia televisada, puede tener efectos en su conducta 15 años después.

Por otra parte, la visión de la violencia en los medios de comunicación no se hace de una forma pasiva ni al margen de la sociedad. De hecho, recientes estudios realizados por psicólogos informaron que los padres, los iguales y otras personas relevantes para el niño, modulan los efectos que finalmente tendrá la violencia en los medios de comunicación. En este sentido, se constató que el simple hecho de que los padres destacaran que el programa era irreal, redujo su impacto sobre los niños.

En un sentido más amplio, los estudios transculturales confirman que los efectos de la exposición a la violencia ofrecida en los medios de comunicación están modulados por factores culturales. Las diferencias encontradas en el estudio transcultural realizado por Huesman y Eron, pusieron de manifiesto que la tendencia a imitar la conducta observada no es constante entre culturas, si bien, al mismo tiempo, se confirma que la relación entre exposición a la violencia y conducta agresiva persiste en todas ellas. Otra conclusión que obtuvieron es que la identificación con los héroes de las películas es le mecanismo más importante relacionado con la imitación de la conducta agresiva televisada. Por otro lado, la revisión realizada por Groebel, sugiere que las diferencias transculturales en el impacto de los medios de comunicación, se relacionan con factores tales como las normas sociales y los valores predominantes. Considerando estos resultados, cabe concluir que la violencia en los medios de comunicación puede contribuir a la agresión en una sociedad, pero el grado en que lo hace depende del contexto cultural en el que dicha violencia aparece.

Por último y en estrecha relación con el desarrollo de las nuevas tecnologías, los videojuegos están dominando una parte importante del ocio de los niños y jóvenes. Desde que en los años 70 se introdujeron en el mercado, ha ido aumentando su presencia en los hogares de gran número de países. La simplicidad de los contenidos y de las imágenes cuando aparecieron los primeros videojuegos, no podía hacer sospechar que en la actualidad los juegos más demandados incluirían temática violenta, que además, en ciertas ocasiones, se dirige hacia las mujeres. Esta circunstancia, unida al elevado realismo alcanzado en las simulaciones, ha multiplicado los debates e investigaciones acerca de los posibles efectos perniciosos de estos juegos y de sus posibles efectos sobre el comportamiento violento de los usuarios. En este sentido, prestigiosos psicólogos sugirieron que los efectos de los videojuegos sobre la conducta violenta y de agresión son mucho mayores que los que ejercen la televisión y las películas. Esta afirmación la sustentan en el hecho de que en los videojuegos se reproducen diversas condiciones que facilitan el aprendizaje, entre las que destacan las siguientes:

  • Los juegos requieren mucha implicación e interacción.
  • Los juegos refuerzan la conducta violenta.
  • Los niños y jóvenes practican una y otra vez este tipo de conductas violentas en el transcurso del juego.
  • Son muy llamativos y requieren que el jugador se identifique con el agresor.
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El Efecto Zeigarnik

Posted on 03/06/2012 por clicpsicologos
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El Efecto Zeigarnik ha despertado mucha curiosidad entre los psicólogos desde su descubrimiento, ya que tiene importantes implicaciones prácticas. Este efecto hace referencia a la tendencia de los seres humanos a recordar tareas inacabadas o interrumpidas con mayor facilidad que las que han sido completadas. Por tanto supone una tensión psicológica que determina que las tareas inacabadas sean evocadas posteriormente con más fuerza, como si, de alguna manera, aquello finalizado ya lo diésemos por concluido y resultase más difícil de traer a la memoria.

Originalmente, este efecto fue descrito por la psicóloga soviética Bluma Zeigarnik, que se interesó por este fenómeno al observar cómo un camarero era capaz de recordar con facilidad una larga lista de pedidos pendientes, y sin embargo difícilmente recordaba los platos que acababa de servir. En 1927, Bluma Zeigarnik publicó un estudio acerca de este fenómeno, que posteriormente tomaría su nombre. En el estudio realizado, los sujetos de la muestra tuvieron que realizar una serie de 18 a 21 tareas sucesivas, consistentes en problemas de aritmética, enigmas, tareas manuales, etc. Como condición experimental, la mitad de esas tareas fueron interrumpidas antes de que los individuos pudieran acabarlas. El hallazgo más significativo fue que eran precisamente las tareas interrumpidas las que los sujetos recordaban mejor al cabo de un tiempo. Por otra parte, las tareas que los individuos habían completado se olvidaban con frecuencia, sin dejar huella en la memoria.

Los estudios realizados posteriormente por otros psicólogos, tomando en cuenta los datos obtenidos por Bluma Zeigarnik, han relacionado este efecto psicológico con las motivaciones de terminación.

El Efecto Zeigarnik ha despertado mucho interés porque tiene importantes consecuencias más allá de la hostelería. En general, todas las tareas inacabadas provocan estrés y resultan difíciles de apartar de la cabeza. Por ello las personas tienden a olvidar lo estudiado tras los exámenes, algunos pilotos intentan aterrizar a pesar de que las condiciones no sean las adecuadas y cada episodio de una serie a menudo termina en un momento de gran dramatismo conocido como “Cliffhanger”, que incita al espectador a permanecer delante del televisor la semana siguiente a la misma hora.

El recurso del Cliffhanger, que literalmente significa al borde del precipicio, tiene mucho peso en la actualidad y su funcionamiento se produce a partir del Efecto Zeigarnik. El Cliffhanger está constituido por las escenas que normalmente, al final del capítulo de una serie de televisión, cómic, película, libro o cualquier obra que se espera que continúe en otra entrega, generan el suspense o el shock necesario para que la audiencia se interese en conocer el resultado o desenlace en la siguiente entrega.

Un cliffhanger puede ser simplemente una imagen, una acción e incluso sólo una frase, dependiendo del medio y del tipo de historia. En un principio eran usados en la literatura y en los radiodramas, y de ahí pasaron a la televisión e incluso a los videojuegos que, de este modo, consiguen mantener en vilo al espectador, lector o jugador hasta el momento del desenlace de la situación.

El efecto Zeigarnik y su relación con el recurso del Cliffhanger, dan cuenta de la importancia que tienen los desenlaces para los seres humanos. De hecho, cuando somos espectadores de una narración, nos resulta mucho más placentero cuando la historia se cierra, es decir, el bueno es reconocido, el malo recibe su castigo y, en definitiva, el conflicto queda resuelto. Por tanto, una historia con un final trágico en el que no se haya impartido justicia constituye una trama no resuelta que, como una espina clavada, genera cierta tensión psicológica y ansiedad en el espectador.

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La empatía

Posted on 30/05/2012 por clicpsicologos
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La empatía se refiere a aquellas situaciones en las que el estado en el que se encuentran los demás genera reacciones emocionales congruentes, incluso similares, en nosotros mismos. El tema de la empatía ha despertado mucho interés entre los psicólogos, ya que dicho proceso  permite entender cómo se encuentran los demás y actuar en consecuencia.

El proceso psicológico de la empatía incluye tres cualidades que la identifican y que es preciso tener en cuenta a la hora de entender este fenómeno. En primer lugar, la capacidad para comprender a los demás y ponerse en el lugar del otro. Por otro lado, ser capaz de reproducir un estado afectivo que sintonice con el que sienten y, finalmente, ejecutar las conductas apropiadas que es preciso llevar a cabo para solucionar el problema de la otra persona.

Respecto a la capacidad para comprender a los demás, es crucial poder tomar perspectiva acerca del otro, que supone una habilidad en la que se dan numerosas diferencias individuales. Así, aún cuando la reacción afectiva pueda establecerse con una mediación cognitiva poco desarrollada, la experiencia empática centrada en el otro requiere de un desarrollo evolutivo que permite un procesamiento cognitivo en el que se deben tener en cuente al menos los siguientes elementos:

  • Reconocer la existencia de realidades separadas de otras personas.
  • Necesidad de tomar el punto de vista del otro para poder evaluar la realidad apropiadamente.
  • Tener las habilidades y recursos necesarios para llevar a cabo este proceso.
  • Realizar las conductas coherentes con dicho análisis

Por lo que respecta a la reacción emocional, la empatía se distingue de la simpatía en el hecho de que se generan afectos congruentes, con los de los demás, incluso cualitativamente similares, mientras que la simpatía genera un estado emocional no necesariamente idéntico al de la otra persona y que surge por compasión o interés por el otro. En este sentido es crucial para entender la empatía el contagio emocional que se produce. Igualmente es relevante la asunción del rol afectivo del otro, es decir, la cualidad para sentir como si fuéramos la otra persona en su situación.

La empatía, a su vez, favorece los comportamientos congruentes con la misma, que suelen relacionarse positivamente con las conductas de ayuda y negativamente con la agresividad. De hecho, es una de las mayores carencias de los delincuentes, tanto violentos como de cuello blanco. En el caso de la delincuencia violenta se hace especialmente trágico el hecho de que el ostensible daño que se está produciendo a otras personas no induzca reacción alguna de apaciguamiento, lo que manifiesta en ese caso tanto ausencia de empatía, como presencia de rasgos psicopatológicos. En cualquier caso, una de las características definitorias de la mayoría de procedimientos de adiestramiento en habilidades prosociales es la adquisición de empatía, tanto en la vertiente cognitiva, como emocional y, por supuesto, en los comportamientos o habilidades conductuales asociadas. Así pues, una vez que se ha desarrollado la capacidad para empatizar, ésta será una de las variables principales que favorezcan la conducta prosocial e inhiban las reacciones agresivas, interaccionando de esta manera con el resto de factores situacionales y cognitivos implicados.

Normalmente, la intensidad de la reacción de empatía depende de la magnitud y gravedad del malestar de los demás. Por su parte, la diferencia entre sentir malestar y empatía radica principalmente en la capacidad para tomar perspectiva del otro, más que en la intensidad del afecto, o reactividad emocional del espectador. Se trata de una capacidad en la que se demuestran evidentes diferencias individuales y de la que no existen muchos trabajos experimentales, especialmente en lo que hace referencia a la relación entre magnitud del malestar e intensidad de la reacción empática. A su vez, la empatía favorece la realización de conductas de ayuda, tanto como una forma de reducir el malestar generado, como por el placer que se obtiene al ayudar a otras personas que entendemos cómo se encuentran. Se trata, de nuevo de conductas de ayuda reforzadas negativamente en el caso de que se pretenda la reducción del propio malestar, como por reforzamiento positivo, si lo que se busca activamente es ayudar a los demás con nuestras acciones.

Algunos autores, como Bateson, distinguen entre empatía centrada en el otro y empatía centrada en uno mismo, para distinguir dos reacciones diferentes que se producen cuando somos conscientes de una situación en la que se requiere prestar ayuda. En el caso de la empatía centrada en los demás, uno es capaz de sufrir con el que sufre y alegrarse con el que está contento, al tiempo que comprende su situación. La conducta de ayuda estaría, entonces motivada a reducir el malestar de la otra persona. Por otra parte, la empatía centrada en sí mismo favorecería la conducta de ayuda porque así se reduce el malestar propio producido por la situación deplorable en la que se encuentran los otros. Una serie de factores tales como quién es el receptor de ayuda, así como circunstancias situacionales y personales de quien auxilia, son las que determinarán que aparezca un tipo de empatía u otra que, en cualquier caso, inducirá una conducta que posteriormente se mantendrá por las contingencias de reforzamiento positivo o negativo.

En cuanto a la capacidad de los seres humanos para manifestar empatía, si bien no puede decirse que esté determinada biológicamente, sí que es cierto que tenemos en potencia la capacidad para desarrollarla si se producen las condiciones apropiadas y se adiestra lo suficiente. Lo que parece claro es que tiene un inherente valor de supervivencia y es la base para la génesis de emociones moralmente benignas. Un de las evidencias que constatan el carácter evolutivo y adaptativo de la empatía es la facilidad para manifestar y reconocer las emociones, principalmente en lo que hace referencia a la expresión facial, mediante la que podemos comunicar, reconocer e inducir reacciones afectivas similares en los demás, que son algunos de los aspectos principales de la empatía.

El contexto social en el que transcurre nuestra existencia facilita la aparición de estas emociones, principalmente por su utilidad y por el hecho de que, a pesar de que no exista un determinismo biológico, existen condiciones que lo posibilitan. No obstante, la experiencia socio – emocional es un factor clave para facilitar la empatía, al favorecer tanto la comprensión de las claves emocionales, como la adquisición de roles, o la ampliación de la gama de estímulos evocadores de las reacciones afectivas.

Determinados motivos sociales como la afiliación o el de poder tienen efectos diversos sobre la conducta prosocial y probablemente ello sea debido, al menos en parte, al efecto que tienen sobre la capacidad de empatizar. Además, es probable que la necesidad de afiliación favorezca tanto el conocimiento del estado de ánimo de otras personas, como la capacidad para compartir sus emociones, mientras que la necesidad de poder hace incompatible participar del estado afectivo de aquellas personas con las que se establece una relación de dominación. De hecho, en este caso se pierde la capacidad de entender y atender a las emociones de otras personas, o a sus necesidades, si ello contraviene los propios intereses de dominio sobre los demás.

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Qué es la envidia

Posted on 26/05/2012 por clicpsicologos
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La envidia es una emoción eminentemente social, ya que se trata de una experiencia que tiene sentido únicamente en relación con otras personas. Generalmente, la envidia suele definirse como una experiencia subjetiva de malestar, producida por el bien ajeno y por el deseo de poseer algo que no se tiene.

El carácter social de la envidia ha sido un tema ampliamente estudiado por los psicólogos. Un hecho constatado es que en esta emoción, las reacciones afectivas inducidas se producen por comparación con los demás y, tanto las cogniciones como eventualmente las conductas manifiestas, están dirigidas hacia o en contra de las personas que disponen de lo que carece el envidioso. Una característica de esta emoción es que su valoración moral suele ser muy peyorativa, hasta el punto de que es difícil que alguien admita padecerla, especialmente porque con ella se asume no sólo que se codicia lo que tienen los demás y se desea su mala suerte, sino que, de alguna manera se reconoce una inferioridad respecto a la persona que posee lo que se anhela.

La comparación social es uno de los procesos más relevantes implicados en el autoconcepto y autoestima, ya que los demás sirven como criterio a la hora de valorar nuestras propias capacidades. La envidia se produce frecuentemente cuando los otros superan al envidioso en habilidades, logros, o en cualquier otra variable psicológicamente relevante, ya que la experiencia de envidia depende fundamentalmente de las cuestiones que en realidad son importantes a la hora de establecer el propio autoconcepto.

En una serie de investigaciones llevadas a cabo por los psicólogos Smith, Diener y Garonzik, obtuvieron como resultado principal que a pesar de que los procesos de comparación social son cruciales para que aparezca la emoción de envidia, ésta no se realiza de forma indiscriminada. De hecho, sólo son especialmente relevantes las comparaciones que se realizan con aquellas personas que son equiparables en los aspectos psicológicamente destacables que se consideran. Por ejemplo, la mayoría de las personas no incluyen en su categoría para establecer comparaciones sociales a aquellos individuos que detentan títulos nobiliarios. De este modo, aunque una persona normal desee tener más dinero, no sentirá tanta envidia por la fortuna de un determinado conde, duque o marqués, como por el incentivo económico percibido por un colega que ha realizado bien su trabajo. Por tanto, la envidia es una emoción sumamente injusta, ya que las personas con títulos nobiliarios suelen tener más dinero que el colega en cuestión y en la mayor parte de las ocasiones lo han conseguido con menos esfuerzo.

Por otra parte, la envidia, como cualquier otra experiencia emocional, cumple una serie de funciones psicológicas congruentes con el estado afectivo que se padece, y como es característico de las emociones, los efectos se reflejan en los tres sistemas de respuesta que la componen.

La envidia es una experiencia emocional hedónicamente desagradable, caracterizada por el anhelo de algo que otros poseen y el deseo para ellos de alguna clase de infortunio. Tal y como se ha comentado anteriormente, la envidia suele tener una valoración moral muy negativa en ámbitos socioculturales o ideológicos muy diversos y en este sentido se suele hablar de envidia maliciosa. Por el contrario, forma parte del acervo común la consideración de otro tipo de envidia cualitativamente distinta, a la que suele referirse como envidia sana y con la que se hace referencia a la emoción que surge del deseo de poseer lo ajeno, pero sin que eso implique, ni despojar del mismo a quien disfruta de lo que se anhela, ni que le sobrevenga ninguna desgracia por ello. A pesar de que la envidia sana se caracteriza por pretender lo que poseen los demás, lo cierto es que carece de alguna de las peculiaridades que distinguen a la envidia de otras emociones. En este sentido, la envidia sana no es hedónicamente desagradable, no es moralmente inaceptada y no incluye esa intensa animadversión hacia quien posee el objeto del deseo. Por tanto, si se analiza convenientemente la envidia sana, se puede constatar que se trata de anhelo, fuerte inclinación hacia lo que poseen los demás, determinación de superarse e incluso admiración hacia el otro, pero en ningún caso debe considerarse como envidia propiamente dicha, ya que carece de sus cualidades más sustantivas.

La envidia suele acompañarse de emociones como ira e infelicidad, al tiempo que favorece reacciones de hostilidad y otros sesgos cognitivos que desvirtúan la realidad y favorecen tanto el mantenimiento del propio estado afectivo, como las conductas que le suelen acompañar. Los psicólogos Parrot y Smith describieron seis tipos de episodios emocionales que suelen formar parte de la envidia y que son los siguientes:

  • Deseo de lo que tiene otra persona, consistente en la obsesión recurrente por poseer el objeto o cualidad de otra persona, con los sentimientos de frustración correspondientes, que aparecen ante la dificultad en conseguir lo que se anhela.
  • Hostilidad hacia la otra persona, ya que es común que se perciba como injusto que otros posean lo que se pretende y ello facilita la aparición de hostilidad hacia los responsables.
  • Resentimiento global, que surge cuando la persona no logra identificar y concretar a los responsables de su deseo o anhelo.
  • Admiración por la otra persona, que se produce cuando la persona que siente envidia puede admitir las cualidades del otro, ya que la envidia no implica una alteración del raciocinio.
  • Sentimientos de inferioridad, que se da en aquellos casos en los que la persona que padece envidia reconoce las cualidades de la persona envidiada, si bien este hecho no le lleva a admirarla, sino que le genera profundos sentimientos de inferioridad. Estos sentimientos afectan negativamente al autoconcepto e incluyen reacciones de tristeza, ansiedad y estrés.
  • Sentimientos de culpa, que se producen cuando la propia persona reconoce la envidia que padece y toma conciencia de su injusticia. En estas ocasiones, la persona puede experimentar sentimientos de culpa y vergüenza.

Estos episodios emocionales ocurrirán dependiendo de cómo se interprete la situación y sobre qué aspectos de la misma se enfatice. En la práctica, existe poca probabilidad de que algunas de estas experiencias ocurran a la vez, mientras que otras sí pueden suceder simultáneamente. De esta manera, no es extraño que determinadas personas sientan admiración por otra persona y a la vez sufran sentimientos de inferioridad con respecto a ella. Dos de los procesos cognitivos principales implicados en este último caso están relacionados con las atribuciones de justicia y culpabilidad. Es decir, si el estado de inferioridad en el que se encuentra la persona es debido principalmente a uno mismo, entonces las respuestas más probables serán los sentimientos de inferioridad. Por el contrario, si la persona entiende que la situación asimétrica en la que se encuentra se debe al hecho de haber recibido un trato injusto, las reacciones emocionales y cognitivas más probables serán de ira y hostilidad. Si, además, se da el caso de que la persona envidiada es la responsable de la desventura, lo más probable es que dicho resentimiento se dirija hacia ella mediante emociones todavía más destructivas e intensas, tales como el odio.

El ilustre filósofo y pensador Miguel de Unamuno, se refirió a las connotaciones negativas de la envidia, acuñando la siguiente frase:

“La envidia es mil veces más terrible que el hambre,

porque es hambre espiritual”.

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Las causas de la esquizofrenia

Posted on 23/05/2012 por clicpsicologos
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El trastorno que actualmente se denomina esquizofrenia ha sido reconocido en la mayoría de las culturas y descrito a través de la historia documentada. Para los psicólogos y psiquiatras clásicos, los nombres de manía y phrensy eran términos genéricos que se referían a un amplio rango de enfermedades psicóticas.

A día de hoy, gracias a la aportación de la psicoterapia en combinación con psicofármacos cada vez más eficaces, se han conseguido grandes avances para disminuir el sufrimiento que produce la esquizofrenia. Sin embargo, a pesar de los muchos aspectos que la ciencia va vislumbrando, en términos tanto de coste personal como social, la esquizofrenia es una de las enfermedades más devastadoras que existen.

Se cosidera que Kraepelin fue el definidor de la esquizofrenia, ya que sus trabajos le llevaron a identificar un conjunto de trastornos caracterizados por la presencia de delirios y vacío afectivo, que aparecían a una edad relativamente temprana y que tenían, con mayor probabilidad, un curso crónico y deteriorante. A estos trastornos Kraepelin los denominó dementia praecox, estableciendo una diferencia entre la esquizofrenia y otras psicosis orgánicas tales como la enfermedad de Alzheimer.

Posteriormente, Bleuler sugirió la palabra esquizofrenia para referirse a una división de los procesos psíquicos, consistente en la pérdida de correspondencia entre el proceso de formación de ideas y la expresión de emociones. De este modo estableció una diferencia con la enfermedad maníaco-depresiva, en donde la expresión de las emociones de los pacientes reflejan con precisión sus pensamientos patológicos. Además, Bleuler hizo hincapié en que el trastorno fundamental en la esquizofrenia era el deterioro cognoscitivo y lo conceptualizó como una división o escisión en la capacidad mental, proponiendo entonces el nombre con el que se conoce el trastorno hasta nuestros días.

Teniendo en cuenta lo anterior, resulta evidente que la esquizofrenia constituye y ha constituido una entidad clínica especialmente compleja, ya que en ocasiones supone un auténtico reto para psicólogos y demás profesionales de la salud mental. La complejidad de la esquizofrenia ha favorecido el desarrollo de distintas teorías que compiten por explicar su causa. Esta complejidad para establecer su etiología deviene en parte por las dificultades para establecer un diagnóstico acertado, fundamentalmente por el carácter heterogéneo de la esquizofrenia. De hecho, una vez diagnosticada, hay importantes variaciones entre los pacientes diagnosticados. En este sentido, las fuentes de variabilidad más frecuentes son las siguientes:

  • Edad de inicio de la enfermedad.
  • Forma de inicio del trastorno.
  • Síntomas presentes y fenómenos asociados.
  • Curso y pronóstico de la enfermedad.
  • Respuesta a los tratamientos.
  • Factores de riesgo observados.

En la actualidad, a pesar de que los sistemas diagnósticos utilizados representan sólo un acuerdo provisional para utilizar el concepto de esquizofrenia, llegar a un acuerdo en el diagnóstico ha mejorado sin duda su fiabilidad y, como consecuencia, ha mejorado también la comunicación entre psicólogos, psiquiatras e investigadores. No obstante, es improbable que los criterios actuales para el diagnóstico y clasificación de la esquizofrenia hayan identificado grupos de individuos que sean homogéneos en cuanto al origen de su esquizofrenia, porque es improbable también que un trastorno tan complejo como la esquizofrenia esté asociado con una única causa.

Actualmente se puede afirmar que la esquizofrenia surge por la interacción de múltiples factores causales, y tanto los investigadores como los psicólogos sanitarios están de acuerdo en que para que se desarrolle un trastorno esquizofrénico es necesaria una combinación de factores genéticos de predisposición y de factores ambientales. De este modo, la hipótesis de trabajo más probable en relación con la esquizofrenia es que no es una enfermedad única causada por un determinado proceso patológico, sino que en la esquizofrenia conviven un grupo heterogéneo de trastornos que comparten algunas características clínicas comunes, pero que pueden ser etiológicamente diversos.

Por último, y con respecto a los factores que se hallan ligados al origen de la esquizofrenia, se ha demostrado que los siguientes factores inciden en la aparición de la enfermedad:

  • Alteraciones genéticas y bioquímicas, sobre todo relacionadas con la dopamina.
  • Alteraciones cerebrales estructurales, como la dilatación ventricular, la asimetría hemisférica y la hipofrontalidad.
  • Procesos infecciosos tempranos, entre los que se incluyen determinados virus lentos.
  • Alteraciones del sistema inmunológico.
  • Estresores ambientales, que precipitan respuestas de estrés que desbordan al individuo.

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La disonancia cognitiva, una fuente de malestar psicológico

Posted on 20/05/2012 por clicpsicologos
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La teoría de la Disonancia Cognitiva fue enunciada por Leon Festinger en 1957, considerándose desde entonces una de las más importantes y de mayor aplicación dentro del campo de la Psicología Social. Según reveló el propio Festinger, fueron los resultados de otros autores que investigaban sobre los rumores los que le llevaron a la idea que supuso el eje central en todo el desarrollo posterior de su teoría, es decir, que las personas necesitan una justificación de sus creencias y de su conducta.

La teoría de Festinger supuso un gran acontecimiento para los psicólogos del momento, ya que rebatió algunos de los principios fundamentales del conductismo, poniendo en duda la utilidad del refuerzo para modificar las actitudes. Además fue una teoría muy novedosa, al formular una serie de postulados apoyados en una cuidadosa experimentación, que demostraron cómo la conducta cambia las creencias y las actitudes.

El postulado principal de la teoría es que el ser humano procura lograr que su conducta sea coherente con sus creencias y actitudes. De hecho, ese deseo de coherencia es una de las principales motivaciones humanas, equiparable al hambre o a la frustración, originándose cuando existen cogniciones que no concuerdan entre sí.

La Teoría de la disonancia cognitiva se basa en dos hipótesis básicas, que son las siguientes:

  • La disonancia es psicológicamente incómoda, por lo que la persona trata de reducirla y de lograr la consonancia.
  • Cuando la disonancia está presente, además de intentar reducirla, la persona evita activamente las situaciones e informaciones que podrían aumentarla.

Conceptualmente, la disonancia se puede definir como una experiencia psicológicamente desagradable, que va acompañada de cierta ansiedad e inquietud, y que está provocada por la inconsistencia entre cogniciones.

La idea de cognición a la que alude Festinger en su teoría es muy amplia, entendiéndose como tal, cualquier conocimiento, opinión o creencia sobre el medio, sobre uno mismo, o sobre la propia conducta. De este modo, se considera cualquier elemento de cognición, tanto lo que una persona sabe sobre sí misma, como percepciones, actitudes, creencias o sentimientos sobre el entorno físico o sobre otras personas o grupos. Precisamente es esa generalidad en el planteamiento de la teoría lo que ha hecho que sea aplicable a muchos de los tópicos de los que se ocupa la Psicología y que implican procesos relacionados con cognición, motivación y emoción.

Los elementos de cognición sobre los que se articula la teoría se refieren siempre a aspectos que reflejan realidades físicas, sociales o psicológicas. No obstante, hay que hacer hincapié en que se trata de una visión de la realidad subjetiva y propia de cada persona. En este sentido, la persona puede vivir el contenido de esas cogniciones como real, aunque objetivamente no lo sea.

La disonancia puede surgir por múltiples causas. Una de ellas es la inconsistencia lógica entre creencias porque son contradictorias. Por ejemplo, en aquellas ocasiones en que una persona contrapone las ideas sobre el origen del mundo descritas en la Biblia con las procedentes de las teorías de la evolución. Otra causa frecuente de la disonancia tiene su origen en convencionalismos sociales. Ese sería el caso de una persona que asiste con ropa inadecuada a una recepción en la se exige traje de gala. Dado que su conducta no es consonante con lo que la cultura ha determinado como conveniente en esa situación, es fácil que experimente disonancia. Asimismo, cada vez que una persona actúa en contra de actitudes previas, lo común es que experimente disonancia, como en el caso de una persona que se considera ecologista y no recicla los desperdicios.

La magnitud de la disonancia o, lo que es lo mismo, el mayor o menor grado de malestar psicológico, depende de la relación entre diferentes cogniciones. Que esa relación entre elementos de conocimiento sea más o menos disonante viene determinado, fundamentalmente, por dos factores:

  • La proporción de cogniciones disonantes en relación con las cogniciones consonantes.
  • La importancia de cada una de esas cogniciones para la persona.

Como ya se ha mencionado anteriormente, una vez que ha aparecido la disonancia, la persona intentará reducirla para recuperar el bienestar psicológico. La motivación para reducir la disonancia va a depender de la intensidad con la que se manifieste. De este modo, cuanto mayor sea el malestar psicológico, mayor será el empeño en disminuir esa incomodidad.

De entre todas las alternativas existentes para reducir la disonancia cognitiva, el ser humano tiende a escoger aquella que personalmente le resulta más sencilla y eficaz en un determinado momento. En general dichas alternativas son las siguientes:

  • Eliminar cogniciones disonantes.
  • Añadir cogniciones consonantes.
  • Reducir la importancia de las cogniciones disonantes.
  • Aumentar la importancia de las cogniciones consonantes.

Que los seres humanos cambien unos elementos u otros depende de la resistencia al cambio de cada uno de ellos. El factor más importante para la resistencia al cambio es que la cognición se corresponda con la realidad, ya que resulta muy difícil modificar creencias que surgen de la evidencia o que se relacionan con el ambiente, cuando la realidad es clara e inequívoca.

La Teoría de la disonancia cognitiva está muy influenciada por los factores socioculturales. De hecho, en muchas ocasiones, la realidad no es una verdad clara, sino que se trata de algún asunto establecido socialmente y por común acuerdo con otras personas. En este tipo de situaciones, encontrar a otras personas que apoyen las nuevas cogniciones puede ser una forma de reducir la disonancia. Por ejemplo, tomando el caso de una persona que deja de creer en las consignas del líder de su partido y modifica sus convicciones respecto a la capacitación de ese individuo para ejercer su puesto. Si esa persona encuentra otros miembros del partido que apoyen ese cambio en sus opiniones sobre el líder, le será más fácil reducir la disonancia producida por su cambio de actitud.

En aquellas ocasiones en que la disonancia se produce como resultado de haber realizado una conducta contraria a una determinada actitud, modificar esa conducta es la forma más eficaz de reducir la disonancia. No obstante hay una serie de circunstancias que dificultan el cambio de acciones, entre las que destacan las siguientes:

  • Cuando modificar la acción genera algún tipo de pérdida. Un ejemplo sería el caso de un empleado de una empresa que realiza un exceso de llamadas telefónicas privadas. La disonancia surge de su conciencia de cometer una acción poco ética que puede costarle el empleo y de su constatación de que se está beneficiando y ahorrando una suma de dinero. En un caso así, la resistencia al cambio se explica por la magnitud de la pérdida que dicho cambio provocaría.
  • Cuando la conducta es muy satisfactoria, y lo sería plenamente de no ser por la disonancia. Un ejemplo sería el de un ludópata que obtiene una gran satisfacción cuando la conducta está presente, aunque le provoque disonancia el tener que afrontar las consecuencias que le acarrea el juego.
  • Cuando el cambio es imposible, por tratarse de conductas que la persona no tiene en su repertorio de habilidades o porque las conductas no se hallan bajo el control voluntario del sujeto.

Finalmente, se puede afirmar que, en determinadas ocasiones, el malestar psicológico producido por la disonancia cognitiva requiere la intervención del psicólogo. En estos casos, el profesional ayuda a detectar la disonancia cognitiva y proporciona habilidades necesarias para que el sujeto deje de actuar en base a este fenómeno y comience a tomar las riendas de su propia vida.

 

 

 

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El sexo, influencia de los procesos cognitivos y afectivos en la sexualidad humana

Posted on 18/05/2012 por clicpsicologos
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A la hora de analizar la sexualidad humana, los psicólogos han mostrado  un gran interés por comprender mejor aquellas dimensiones que dependen exclusivamente del individuo o la persona concreta. De hecho, se dan toda una serie de procesos internos individuales que mediatizan la vivencia y el comportamiento sexual de cada persona. Dichos procesos son fundamentalmente los fisiológicos, afectivos y cognitivos, que posibilitan que cada persona desarrolle su forma particular y única de vivir la sexualidad. En este artículo, se hace referencia únicamente a los procesos afectivos y cognitivos que se relacionan con la sexualidad y el sexo, ya que dichos componentes son los que tienen una mayor carga psicológica.

Desde muy temprano, los niños aprenden a responder afectiva o emocionalmente de forma positiva o negativa ante los estímulos sexuales. En términos generales este aprendizaje conduce a que el individuo frente a determinados estímulos sexuales se sienta a gusto, los sienta deseables y placenteros, y por tanto, realice una evaluación positiva de ellos, o por el contrario, que dichos estímulos hagan que el sujeto se sienta mal, sienta que son peligrosos o amenazantes, y ello le lleve a hacer una evaluación negativa de tales estímulos.

La consecuencia lógica que se deriva de ello es que dependiendo del grado en que dicha respuesta emocional tenga una valencia positiva o negativa, el sujeto acepte los estímulos sexuales, e incluso busque la aproximación a ellos de forma activa, o en el caso opuesto, que los rechace e intente evitarlos a toda costa.

Asimismo se debe tener en cuenta que la conducta sexual, las fantasías y los pensamientos sexuales, siempre tienen un impacto emocional en el sujeto. De hecho, este puede sentirse avergonzado, culpable, etc, o puede sentirse relajado y encontrar la situación como agradable y placentera. En realidad, tal y como afirmó Fisher, estos diferentes resultados pueden depender de múltiples factores, pero, de cualquier forma, las consecuencias emocionales siempre afectarán en algún grado la forma en que el sujeto se enfrente posteriormente ante estímulos o situaciones sexuales similares.

Por otra parte, el hecho de que la sexualidad y las formas concretas que puede adoptar están mediatizadas por otros proceso de cariz más interpersonal es algo reiteradamente constatado. Por citar algunos de los que hacen una referencia más clara a la sexualidad, la atracción erótica es uno de los inductores más evidentes de la motivación sexual, que lleva al individuo a buscar el contacto sexual con el objeto de atracción, o al menos a fantasear acerca de ello.

En el fenómeno del enamoramiento, como mantienen diversos psicólogos, el acto sexual puede representar para la persona enamorada el símbolo de la consecución de la reciprocidad, del amor correspondido, que en último término es el mayor de los deseos.

En cuanto al sentimiento de intimidad con la pareja sexual, éste conduce a las personas a buscar la proximidad tanto emocional como física, contexto éste en el que la relación sexual se convierte en una de las formas de relacionarse más especiales e íntimas.

Obviamente, estos procesos afectivos pueden hallarse presentes, en mayor o menor grado, de forma conjunta en una misma persona, pero cuando no es así, se puede pensar que la vivencia de la sexualidad no será igual cuando se accede a las relaciones sexuales desde la atracción, desde el enamoramiento, o desde la intimidad relacional.

Considerar, por tanto, estos diferentes procesos afectivos asociados a la vivencia sexual, se convierte en un elemento imprescindible para entenderla y comprenderla en mayor medida.

Por otra parte y con referencia a los procesos cognitivos y su influencia en la dimensión de la sexualidad, se puede afirmar que también constituyen un mediador decisivo de la vivencia sexual. A través de ellos, el sujeto construye el conocimiento de la realidad y la interpreta de un modo u otro, en función de ese conocimiento. Así, la forma en que el sujeto se acerca al conocimiento de la realidad, la información que posee, sus creencias, expectativas y fantasías acerca de la sexualidad, van a jugar un papel determinante en su vida sexual.

Las capacidades mentales y los intereses de los individuos cambian en relación con la edad, y ello conlleva diferentes formas de comprender y encarar los eventos y los acontecimientos sexuales. De este modo, desde el típico razonamiento transductivo desde el que opera un niño, hasta el razonamiento hipotético – deductivo que puede utilizar un adolescente o adulto, en el que se contemplan hipótesis y posibilidades, además de la realidad concreta, se puede pensar en las múltiples y diferentes formas de conocer, comprender e interpretar los hechos sexuales.

El grado de información que se posee acerca de la sexualidad, el sistema de creencias y valores del sujeto, etc., ya suponen una forma específica de vivenciar subjetivamente la sexualidad. Pero, además, numerosos trabajos e investigaciones han venido demostrando el importante impacto que estos procesos tienen respecto a los comportamientos sexuales. En este sentido, resulta claro que el tipo de creencias, la información, las actitudes y las expectativas, pueden determinar el acercamiento o la evitación de determinados estímulos o situaciones sexuales, y asimismo, los resultados o consecuencias de la conducta cuando ésta se pone de manifiesto.

En relación con lo anterior, se ha constatado que las personas, además de aprender a comportarse sexualmente, aprenden también a dar un significado sexual a determinados estímulos externos, y a identificar y dar también un significado erótico a determinados estímulos internos tales como la activación o excitación fisiológica. Todo ello, obviamente, forma parte del mundo cognitivo de las personas.

Por último, a la hora de abordar la dimensión cognitiva de la sexualidad, es obligado hacer referencia a las fantasías y a la imaginación. En efecto, como afirman los psicólogos, el ser humano tiene la posibilidad de recrear situaciones o sucesos pasados, así como anticipar sucesos futuros o crear situaciones nuevas a través de la fantasía y la imaginación.

Entre otras funciones, y en lo que se refiere a la vivencia sexual, las fantasías tienen un importante efecto motivacional, en el sentido de que su contenido puede inhibir o potenciar la excitación y la conducta sexual. De hecho, algunos autores consideran que determinados estímulos externos, como las palabras, las imágenes fotográficas o las películas, entre otros muchos elementos, pueden conducir a la activación y excitación sexual a través de las fantasías generadas por el sujeto, que actuarían como un mediador entre el estímulo inicial y la respuesta sexual.

Una vez considerados los diferentes procesos internos que, a nivel individual, mediatizan la vivencia sexual, se debe puntualizar que entre dichos procesos existe una mutua y continua interrelación, de manera que cada uno de ellos se ve afectado y afecta a todos los demás. Es esta interrelación, en último término, la que marca las diferencias entre las vivencias y experiencias sexuales de cada individuo. Finalmente, y sin perder de vista la condición de los seres humanos como biológicamente sexuados, ni la influencia de los contextos socioculturales e interpersonales en el que se desarrollan, se puede concluir afirmando que la sexualidad adopta diferentes fines y destinos para cada persona.

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