A la hora de analizar la sexualidad humana, los psicólogos han mostrado un gran interés por comprender mejor aquellas dimensiones que dependen exclusivamente del individuo o la persona concreta. De hecho, se dan toda una serie de procesos internos individuales que mediatizan la vivencia y el comportamiento sexual de cada persona. Dichos procesos son fundamentalmente los fisiológicos, afectivos y cognitivos, que posibilitan que cada persona desarrolle su forma particular y única de vivir la sexualidad. En este artículo, se hace referencia únicamente a los procesos afectivos y cognitivos que se relacionan con la sexualidad y el sexo, ya que dichos componentes son los que tienen una mayor carga psicológica.
Desde muy temprano, los niños aprenden a responder afectiva o emocionalmente de forma positiva o negativa ante los estímulos sexuales. En términos generales este aprendizaje conduce a que el individuo frente a determinados estímulos sexuales se sienta a gusto, los sienta deseables y placenteros, y por tanto, realice una evaluación positiva de ellos, o por el contrario, que dichos estímulos hagan que el sujeto se sienta mal, sienta que son peligrosos o amenazantes, y ello le lleve a hacer una evaluación negativa de tales estímulos.
La consecuencia lógica que se deriva de ello es que dependiendo del grado en que dicha respuesta emocional tenga una valencia positiva o negativa, el sujeto acepte los estímulos sexuales, e incluso busque la aproximación a ellos de forma activa, o en el caso opuesto, que los rechace e intente evitarlos a toda costa.
Asimismo se debe tener en cuenta que la conducta sexual, las fantasías y los pensamientos sexuales, siempre tienen un impacto emocional en el sujeto. De hecho, este puede sentirse avergonzado, culpable, etc, o puede sentirse relajado y encontrar la situación como agradable y placentera. En realidad, tal y como afirmó Fisher, estos diferentes resultados pueden depender de múltiples factores, pero, de cualquier forma, las consecuencias emocionales siempre afectarán en algún grado la forma en que el sujeto se enfrente posteriormente ante estímulos o situaciones sexuales similares.
Por otra parte, el hecho de que la sexualidad y las formas concretas que puede adoptar están mediatizadas por otros proceso de cariz más interpersonal es algo reiteradamente constatado. Por citar algunos de los que hacen una referencia más clara a la sexualidad, la atracción erótica es uno de los inductores más evidentes de la motivación sexual, que lleva al individuo a buscar el contacto sexual con el objeto de atracción, o al menos a fantasear acerca de ello.
En el fenómeno del enamoramiento, como mantienen diversos psicólogos, el acto sexual puede representar para la persona enamorada el símbolo de la consecución de la reciprocidad, del amor correspondido, que en último término es el mayor de los deseos.
En cuanto al sentimiento de intimidad con la pareja sexual, éste conduce a las personas a buscar la proximidad tanto emocional como física, contexto éste en el que la relación sexual se convierte en una de las formas de relacionarse más especiales e íntimas.
Obviamente, estos procesos afectivos pueden hallarse presentes, en mayor o menor grado, de forma conjunta en una misma persona, pero cuando no es así, se puede pensar que la vivencia de la sexualidad no será igual cuando se accede a las relaciones sexuales desde la atracción, desde el enamoramiento, o desde la intimidad relacional.
Considerar, por tanto, estos diferentes procesos afectivos asociados a la vivencia sexual, se convierte en un elemento imprescindible para entenderla y comprenderla en mayor medida.
Por otra parte y con referencia a los procesos cognitivos y su influencia en la dimensión de la sexualidad, se puede afirmar que también constituyen un mediador decisivo de la vivencia sexual. A través de ellos, el sujeto construye el conocimiento de la realidad y la interpreta de un modo u otro, en función de ese conocimiento. Así, la forma en que el sujeto se acerca al conocimiento de la realidad, la información que posee, sus creencias, expectativas y fantasías acerca de la sexualidad, van a jugar un papel determinante en su vida sexual.
Las capacidades mentales y los intereses de los individuos cambian en relación con la edad, y ello conlleva diferentes formas de comprender y encarar los eventos y los acontecimientos sexuales. De este modo, desde el típico razonamiento transductivo desde el que opera un niño, hasta el razonamiento hipotético – deductivo que puede utilizar un adolescente o adulto, en el que se contemplan hipótesis y posibilidades, además de la realidad concreta, se puede pensar en las múltiples y diferentes formas de conocer, comprender e interpretar los hechos sexuales.
El grado de información que se posee acerca de la sexualidad, el sistema de creencias y valores del sujeto, etc., ya suponen una forma específica de vivenciar subjetivamente la sexualidad. Pero, además, numerosos trabajos e investigaciones han venido demostrando el importante impacto que estos procesos tienen respecto a los comportamientos sexuales. En este sentido, resulta claro que el tipo de creencias, la información, las actitudes y las expectativas, pueden determinar el acercamiento o la evitación de determinados estímulos o situaciones sexuales, y asimismo, los resultados o consecuencias de la conducta cuando ésta se pone de manifiesto.
En relación con lo anterior, se ha constatado que las personas, además de aprender a comportarse sexualmente, aprenden también a dar un significado sexual a determinados estímulos externos, y a identificar y dar también un significado erótico a determinados estímulos internos tales como la activación o excitación fisiológica. Todo ello, obviamente, forma parte del mundo cognitivo de las personas.
Por último, a la hora de abordar la dimensión cognitiva de la sexualidad, es obligado hacer referencia a las fantasías y a la imaginación. En efecto, como afirman los psicólogos, el ser humano tiene la posibilidad de recrear situaciones o sucesos pasados, así como anticipar sucesos futuros o crear situaciones nuevas a través de la fantasía y la imaginación.
Entre otras funciones, y en lo que se refiere a la vivencia sexual, las fantasías tienen un importante efecto motivacional, en el sentido de que su contenido puede inhibir o potenciar la excitación y la conducta sexual. De hecho, algunos autores consideran que determinados estímulos externos, como las palabras, las imágenes fotográficas o las películas, entre otros muchos elementos, pueden conducir a la activación y excitación sexual a través de las fantasías generadas por el sujeto, que actuarían como un mediador entre el estímulo inicial y la respuesta sexual.
Una vez considerados los diferentes procesos internos que, a nivel individual, mediatizan la vivencia sexual, se debe puntualizar que entre dichos procesos existe una mutua y continua interrelación, de manera que cada uno de ellos se ve afectado y afecta a todos los demás. Es esta interrelación, en último término, la que marca las diferencias entre las vivencias y experiencias sexuales de cada individuo. Finalmente, y sin perder de vista la condición de los seres humanos como biológicamente sexuados, ni la influencia de los contextos socioculturales e interpersonales en el que se desarrollan, se puede concluir afirmando que la sexualidad adopta diferentes fines y destinos para cada persona.