El ruido puede ser definido como un sonido no deseado e inarticulado que, por lo general, resulta desagradable y que en determinadas ocasiones puede resultar perturbador e incluso dañino para el que lo escucha.
En las últimas décadas ha habido un creciente interés entre los psicólogos por determinar la influencia del ruido sobre la conducta. La investigación ha puesto de relieve que el ruido no sólo produce malestar general, sino que también dificulta la atención, la comunicación, el descanso y el sueño, produciendo igualmente estrés crónico, trastornos psicofisiológicos y alteraciones del sistema inmunitario. La difusión de los efectos dañinos del ruido, que también afectan al campo de la relación con otras personas, ha hecho emerger un nuevo problema social que actualmente preocupa.
Haciéndose eco de esta inquietud, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha ido reuniendo desde 1980 un número considerable de estudios especializados. En esta línea, la OMS convocó en 1999 en Londres a un grupo de expertos a los que encargó la elaboración de una Guía del ruido urbano, con la triple finalidad de concienciar a la población y a las autoridades sobre los efectos nocivos del ruido, exigir las responsabilidades oportunas y promover los cambios legislativos correspondientes.
El documento de la OMS, que va respaldado por los resultados de centenares de estudios, destaca, además de efectos conductuales muy diversos, la importancia del impacto del ruido en la conducta social. Concretamente, se explica que la exposición al ruido, si coincide con la activación de una hostilidad preexistente, puede desencadenar la agresión. Además, existe constante evidencia de que el ruido, por encima de los 80 decibelios, está asociado a una reducción del comportamiento de ayuda y a un incremento de la conducta agresiva. Por otra parte, la exposición a un ruido fuerte y continuo puede hacer que los niños sean más vulnerables a los sentimientos de desamparo.
Una situación de ruido particularmente estudiada desde el ámbito de la psicología, ha sido la de poblaciones situadas en las inmediaciones de aeropuertos. De hecho, se ha comprobado, con evidente preocupación, que los niños expuestos de forma constante al ruido de aviones presentaban problemas en el aprendizaje de la lectura y que adultos, en las mismas condiciones, tenían dificultades para concentrarse y pérdidas de memoria.
Si bien el volumen excesivo es uno de los factores más importantes en la respuesta negativa al ruido, otra variable significativa es la impredictibilidad. De este modo, es más fácil adaptarse a sonidos predecibles, tales como el ruido de la lluvia o el tic – tac de un reloj, que a sonidos inesperados, como un trueno repentino. De hecho, se ha demostrado que cuando el sujeto tiene un cierto control sobre el ruido, el malestar se reduce. Por tanto, en aquellos experimentos en los que los participantes pueden eliminar el ruido apretando un botón, son capaces de rendir más y de sentirse más cómodos aunque no aprieten dicho botón.
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